jueves, 29 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 8 por: Sofi M


Capítulo 8
New Forest
      La mañana siguiente, Emili despertó antes de que saliera el sol. Era de madrugada, pero no sabía que hora era por que no se veía un reloj por ninguna parte. Dedujo que debían de ser entre las cinco y seis de la mañana, pues a esa hora muchas veces se había levantado en casa de Ben y se había familiarizado con el color del cielo mañanero y el helado viento que se colaba por la ventana a esa hora. Se incorporó en la cama y quedaron a la vista las maletas vacías y sus cosas regadas por toda la habitación. Y afloraron en su mente varias imágenes de la noche anterior...
      Se vio a si misma caminando en la oscuridad, guiada por la bella melodía; a James inclinado sobre el reluciente piano negro como su propio cabello, su perfil cuando ella se sentó en el alféizar, y e muchacho susurraba cosas sobre la libertad; sintió las manos de él en los hombros, los dedos clavándosele en la piel como si fuesen garras; James, pidiéndole que se marchara y luego él mismo había sido quien se marchó corriendo. Recordó haber regresado a su habitación sin saber muy bien cómo, había entrado al cuarto y pateado sus maletas hasta regar las cosas por todas partes, furiosa consigo misma.
       
       Después de unos minutos de reflexión, asomó tímidamente en la puerta para ver el pasillo. Estaba oscuro, pero no tanto como lo era en plena noche. Podía distinguir los con contornos de de las pinturas en la pared, las sillas aterciopeladas situadas entre sí a cortas distancias, las sombras de las gruesas cortinas de encaje que marcaban las paredes tapizadas, las puertas de las habitaciones.
       Miró a la derecha con un nudo en la garganta, pero se tranquilizó al ver que la puerta continua se hallaba abierta, como la había dejado ella al salir.

        La puerta doblegada de la cocina estaba entreabierta y se colaba a la salita un dulce olor a limón. A Emili le había empezado a doler el estómago en cuanto puso un pie en la alfombra roja del pasillo, pero no supo si era por el hambre u otra cosa. O ambas. Sus botas traquetearon en azulejo liso cuando entró a la cocina. Dentro, Wenndy, Beatrice y Ben se dispersaban de un lado a otro.
       -Ah, Emili- dijo Bea amablemente con una sonrisa, cargando en sus delgados brazos un montón de platitos pasteleros- .Buenos días, pequeña.
      -Buen día- respondió la muchacha con amargura. Odiaba que la llamaran pequeña; sabía lo bajita que era, pero acababa de cumplir los dieciséis.  Era toda una adulta.
      Beatrice la miró con sus ojos azules de manera divertida.
      -Siéntate- le ofreció, y le pareció de lo más extraño y simpático, mientras colocaba los platitos de porcelana en la mesa- .Debes tener hambre.
      Emili fue a sentarse a la mesa de mal humor, sin ofrecerse a ayudar en algo, como le hubiera gustado en otras circunstancias. Había algo extraño en la atmósfera de esa mañana. En primer lugar, ¿qué hacían todos despiertos tan temprano?.
      Ben se recargó en la mesa frente a ella y preguntó:
      -¿Recuerdas lo que me has dicho ayer por la tarde?- su voz se desvaneció, pareció vacilar- .Podrás ayudarnos... so tienes que hacerlo si no lo deseas.
      Se escuchó un suspiro por parte de ella.
      -Quiero hacerlo.
      Y era verdad. Emili estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Había pensado antes "mi padre y mi hermano son cazadores, son guerreros. Entonces también lo seré yo.". Y creyó, se había decidido a ayudar, por completo.
      No sabía por qué razón, ni mucho menos si sería correcto, se sentía especial.


     La chica rubia, Wenndy, fue quien preparó el desayuno. Ni Ben ni Beatrice tocaron la comida; fueron a sentarse a la mesa mientras la muchacha rubia servía en los platitos lo que se le llama un pay de limón. A apachurró el corazón cuando la puerta de la cocina se abrió en un chirrido y entró Daniell con paso firme. La puerta se cerró a su espalda.
       El desayuno sucumbió con normalidad; escuchó a Ben hablando con Bea -quien seguía siendo una extraña- sobre varios lugares en Inglaterra, no supo si estarían lejos o demasiado cerca, pero supuso que aquel temprano desayuno era para partir a uno de esos mencionados lugares. Se estremeció cuando Wenndy preguntó por James. <<Huyó- pensó Emili en respuesta- .A media noche salió corriendo de la habitación. >>
      -Debe de haber salido a uno de esos lugares nocturnos suyos- se respondió Wenndy a si misma en voz baja- ¿Cómo los llaman? Burdeles.
      -Tendré que hablar en serio con él- cuchicheó Bea para sus adentros, sacudiendo la cabeza-. Habíamos quedado para el entrenamiento de hoy...
       -Ya sabes cómo es- replicó Wenndy.
     Y dicho ésto, Ben se levantó de la silla y llevó el plato vacío al fregadero. Emili le siguió con la vista y casi se ahoga con un pedazo de pan al ver que su tío así no más, sin enjuagarlo siquiera, puesto que estaban en una casa ajena. Dió media vuelta y colocó extrañamente rente a la pared limpia, opuesta al televisor. Boquiabierta, observó como Bea se lo seguía.
      De una manera que pareció ser muy natural, Ben levantó los brazos hacia la pared y de sus dedos brotaron lo que parecía purpurina verde...
      -¡Ben, qué haces!
     Emili soltó un gritito agudo al pronunciar esas palabras y salió disparada de la silla.
      Atónita, se colocó junto a Bea, quien la detuvo bruscamente, y observó como su tío dibujaba un arco con sus dedos en la pared. Cuando terminó, el arco se abrió para dar paso a un extraño torbellino de luces negras, azules y rojas.
       -Saben a dónde ir- dijo Ben- .Es hora.
      Wenndy se puso en pie, quitándose el delantal de la cintura. Daniell, siguiéndola por detrás, parecía muy relajado. Pasaron junto a Bea, que les hizo una señal de aprobación y caminaron hacia el extraño portal. Alcanzó a ver como Daniell tomaba de la mano a su hermana gemela. Al momento en que los dedos de Wenndy rozaron el portal, este se transformó en un silencioso agujero negro; como un pozo de agua sin fondo, y los gemelos desaparecieron, engullidos dentro de él.
       Beatrice lanzó una mirada obediente a Ben y luego sonrió a Emili, para luego desaparecer tras los gemelos.
       Ben se volvió y miró a la chica. Emili estaba paralizada frente a él. Aquello le había parecido una escena de esos cuentos de fantasía que se había leído en su casa en Manhattan. Donde los protagonistas conocían seres maravillosos, que los transportaban a tierras mágicas y tenían aventuras que solo en los libros podían ocurrir.
       -Vamos, Emili. No tengas miedo.
       Ella miró atónita la mano que él le ofrecía,  la tomó lentamente, encaminándose hacia el portal.
     


      Y entonces caía. Al principio se sintió como si estuviera hundiéndose en gelatina fría; los pies y las manos pesadas a sus costados. Después sintió una helada brisa recorrerle la carne, revolviéndo los cabellos sobre su cara. No podía ver nada entonces, solo manchas borrosas a su alrededor, y el viento le hería los ojos. Era como caer al vacío. Poco a poco la caída iba acrecentando, pero estaba tan aterrada que todo le pareció pasar muy rápido. Sus pies tocaron bruscamente tierra firme y  se mordió dolorosamente la lengua cuando, por poco se estrella de cara con el suelo; a no ser que Ben no hubiera estado ahí ya seguramente se habría llevado un duro azotón.
       -¿Estás bien? -preguntó él mientras la soltaba.
      Ella no respondió, sino que se miró con asombro a su alrededor algo mareada, como un pequeño pez dentro de una gran pecera.
       Estaban en medio de un bosque, con pinos afilados y verdes por todas partes, con sus delgados troncos inclinados por el viento. El suelo era una gruesa capa de tierra húmeda y hojas secas y aplastadas. Agradeció internamente haberse calzado unas botas. Frente a ella, más allá se difuminaba un rayo de luz dorada que lo iluminaba todo con un fresco resplandor verde, por donde conducía un estrecho sendero que curvaba en los árboles.
       -¿Dónde estamos?- sentía el sabor óxido de la sangre en su boca.
       Beatrice y los gemelos habían comenzado a avanzar tranquilamente hacia el resplandor por donde llevaba el camino. Ben suspiró al asegurarse de que aún hablaba y le dio la espalda para avanzar con los demás.
       -New Forest- respondió el hombre a la pregunta de su sobrina.
       Con un gesto cansado, Emili se arremangó la blusa larga y se echó a andar tras el grupo. Las botas se le hundían hasta los tobillos cada vez que daba un paso en la alfombra que era aquel caos de tierra y ramas, pero la humedad de lugar calmó el mareo causado por la caída.
       -¿New Forest?- repitió ella como para sí- Nunca oí hablar de él...
       -Por supuesto que no. No está en ningún mapa mundano.  Solo se puede llegar a través de un portal-concluyó, mirándola de reojo.
       -Por supuesto.
      La luz dorada que entraba a raudales entre los huecos de los árboles y los arbustos fue creciendo conforme avanzaban ; los gemelos idénticos por delante, Bea pisándoles los talones y Ben varios metros por detrás, respaldado por una Emili sorprendida, que admiraba un auténtico bosque por primera vez.
      La luz provenía directamente del sol, que sobresalía entre las nubes en el cielo, cayendo sobre un amplio claro en el bosque verde. Era un enorme campo de colinas curvas y verdes rodeado en las esquinas por el espeso bosque verde, y más allá en el horizonte se veía una franja blanca que eran las copas nevadas de las montañas picudas. Al sur entre a los altos pinos, como un triángulo marrón, se alzaba una una cabaña de madera. Y por todas partes en el claro, como soldados de guerra, había soportes de tiro al blanco. Emili dedujo entonces que aquél debía ser el campo de entrenamiento para los cazadores de sombras de Inglaterra. Al volver la cabeza, vio como Beatrice se dirigía a la pequeña cabaña del otro lado. Ben se instaló tranquilamente bajo las sombras de los pinos.
       -Podemos comenzar- indicó a los muchachos.
       Confundida, Emili se dio la vuelta justo a tiempo para ver como Wenndy- que se había atado los gruesos rizos en una trenza- le lanzaba a su hermano algo plateado, que él atrapó sin problema.
       -Veamos que puede hacer la niña- masculló la rubia con esa vocecita chillona suya antes de comenzar a andar a trote hacia el otro lado del campo.
       Daniell, con el objeto plateado en la mano, corrió tras ella. Emili los observó por un momento con el ceño fruncido, y se volvió a ver a Ben , quien sonrió aprobatoriamente.
       Los gemelos, a pesar de que trotaban , iban muy por delante de Emili. Corrieron sin parar, rodeando el verde campo bajo las sombras de los árboles. Lo que entonces hacían no debía ser otra cosa que calentar para la fase siguiente. No habían recorrido aún la mitad del campo y Emili ya había comenzado a sudar y a respirar con dificultad el aire helado que emanaba del bosque. Daniell y Wenndy parecían estar platicando como si nada mientras corrían a toda velocidad, muy por delante de ella. Quiso darse de manotazos por no haberse recogido el pelo, que se le pegaba a la frente y cuello.
       Al final los hermanos la superaban por unos treinta metros de distancia, acelerando la velocidad a cada paso que daban; no parecían en absoluto cansados. Pero Emili ya no podía respirar y sentía que las piernas se le quemaban. Se detuvo al completar la primera vuelta.
       -¿Tengo que... continuar? - se quejó con voz entrecortada cuando llegó con Ben, que sostenía un objeto en forma de celular en alto y recorría el lugar con expresión atenta.
        -Está bien por ahora- dijo él, los ojos puestos en el objeto- .Esperemos a Bea.
       Beatrice se reunió con ellos unos segundos más tarde, cargando una gruesa bolsa de piel. Después de dos minutos, los gemelos aparecieron, al terminar su tercer vuelta, y no parecían ni un poco agotados. Cuando todos estuvieron juntos, Beatrice comenzó a sacar armas extrañas y variadas de la bolsa: tres espadas con empuñadura de acero; dos de ellas extrañamente iguales y alargadas, y la otra tenia aspecto más pequeño y abultado, mas como una daga grande, cada una envuelta en cuero; sacó un gran zurco de madera perfectamente tallada al tamaño exacto del de una espada, con mango de hueso. Éste último era demasiado grande, pero no parecía ser tan pesado como las espadas gemelas que Bea había entregado a Daniell y Wenndy. Cuando Ben anunció "no hay actividad demoníaca en el perímetro" comenzó el entrenamiento.

     Consistía en saber desenvainar una espada, saber blandirla frente al oponente, saber mantenerla en equilibrio, y por último enfundarla en el pesado cinto negro. No fue nada fácil para Emili, a pesar de que ella usaba un zurco de madera del tamaño y peso de una espada real. Después llegó el momento de chocarla con fuerza contra la afilada espada de Beatrice; chocarla por la izquierda y por la derecha. Emili temblaba de pies a cabeza y los nervios la amenazaban con hacerla caer, temiendo que el arma de Bea se le clavara repentinamente y le cortara los dedos. Frente a ella, Beatrice parecía tranquila, con una sonrisa animosa en el blanco rostro. A Emili le sorprendió de veras la paciencia con que la miraba aquella mujer de cabellos negros y ojos azul acero; parecía increíble que una mujer pudiera ser tan cuidadosa, tan divertida, cariñosa, paciente, experta y demás cosas como lo era Bea. Fue en ese primer entrenamiento cuando Emili comenzó a admirarla.
      Ben continuaba deambulando como zombi bajo las sombras de los pinos, sosteniendo sobre la cabeza aquel pequeño objeto en forma de teléfono celular, como si estuviera buscando algo oculto entre las ramas con una lupa sobre los ojos.
     Daniell y Wenndy tenían un épico duelo de espadas en el centro de la pradera. Daniell se movía con la agilidad de un gato, como un guerrero rubio, un ángel guerrero; mientras que Wenndy tenía la gracia propia de un tigre grotesco, y parecía mas bien una chica ninja de algún programa anime que luchaba contra maleantes callejeros.
      Entre los descansos, Emili observaba al rededor con curiosidad, tratando inútilmente de descifrar qué era lo que Ben buscaba con tanta atención.
       Aquél día aprendió a desenvainar una espada -en forma de zurco- y a blandirla, a meterla en la funda del cinturón con la mayor rapidez de la que le permitieron sus débiles brazos y a mantenerla más o menos firme entre sus manos. Después de una hora de espadas, los cuatro cazadores de sombras fueron a reunirse con Benjamín.
      -Hay mucho que aprender- le decía Daniell a Emili mientras éste guardaba las armas en la bolsa de lona. El sudor le corría de las sienes hasta el cuello, empapándole la camisa de franela y haciendo que se adhiriera a su cuerpo delgado.
       -Y tan poco tiempo- asintió Wenndy tras aquél comentario.
     -Velocidad- siseó Bea, colocando las manos en la cintura- fuerza, valentía, honra, capacidad, flexibilidad, percepción. Así es como se cría a un buen cazador.
    -¡Como las Marcas!- exclamó Wenndy, como hace alguien cuando de repente han mencionado a su banda favorita.
       Emili parecía curiosa.
       -¿Marcas? -repitió, y alcanzó a ver como Ben le lanzaba una mirada reprobatoria a Bea, que le respondió con una traviesa sonrisa.
       -Son marcas en la piel de todo cazador de sombras. Son el alma de todo néfilim en cierto modo. Son parte de ti.
       Daniell se acomodó los lentes ovalados, recorriéndolos por el tronco de la nariz, y observó con ojos críticos a Emili.
       -Y a ti te hace falta demasiado- murmuró con voz pasiva y cuerda- Eres una principiante apenas; como una recién nacida. Habrá que educarte no solo en la parte física, sino que también hay que inculcarte un montón de ideas y cosas teóricas en la cabeza- se acercó a ella a pasos pesados y manos en los bolsillos. Era tan alto que Emili tuvo que hacer para atrás la cabeza para poder verle el rostro- .Naciste nefilim. Pero tienes que aprender a ser como tal- y frunciendo el ceño, se apartó.
       A Emili le ardían los ojos de estar tanto tiempo bajo el sol. Llegó el momento en que pensó que estaba haciendo todo eso para nada; entrenar, vivir con desconocidos, soportar comentarios ofensivos y tortuosos... Pero en el fondo sabía que tenían razón. 
      No había pasado ni una semana tratando de convencerse de lo que en verdad era y ya había decidido que quería ayudar, hacer algo entre todo aquel embrollo. Tenía una clara imagen de lo que podría pasar y de lo que haría si eso pasase. Aunque claro, no eran mas que imágenes en su cabeza. Si quería ayudar tenía que actuar. Y para ello tendía que conocer a fondo el mundo del que sus padres la habían estado ocultando toda su vida.


      Enfurruñada como estaba, Emili había ido a sentarse en uno de los musgosos troncos torcidos junto a Ben. A lo lejos, Beatrice daba indicaciones sobre cómo sostener un enorme arco de madera a Wenndy. Daniell se había alejado del claro hacía ya varios minutos; había corrido hacia el otro lado, sin armas, solo para ejercitar la velocidad; había desaparecido zigzagueando por el bosque.
       Emili se pasó la lengua por los labios partidos y se abrazó el cuerpo con los brazos. En aquél lugar el viento parecía alzarse desde las puntas del pasto verde y una fina brisa de gotitas heladas salpicaba a ratos desde el norte, por las montañas nevadas.  Sentada donde estaba sentía los juncos traqueteándole como huesos huecos en las rodillas, como manazas que salían del suelo y la tocaban por las piernas...
       -Ben- susurró Emili, haciendo un esfuerzo por sacarse esos pensamientos de la cabeza- Cómo conoces a esa mujer, Beatrice? Quiero decir..., ¿la conocías?
       El hombre se volvió para encararse a su sobrina. Asomaba una expresión de seriedad y angustia. Miró al suelo con los ojos de miel disueltos; la piel de la rente se había arrugado.
       -La conozco, sí. La conozco desde hace muchos años- respondió tranquilamente con voz pastosa- .Hace un tiempo fuimos novios. La conocí en Londres. Para entonces yo debíe tener veintiocho años, ella tenía diecisiete. Se había mudado desde Europa occidental... España. La vi por primera vez en una cafetería, e inmediatamente supe lo que era - al ver la cara intacta de Emili, Ben soltó una risita- .Todo duró tres años, una relación bastante normal, a pesar de todo. Cuando ella encontró los gemelos, y luego a James... Bueno, esa es otra historia- concluyó con voz fría.
       Se prolongó un silencio silvante, hasta que la muchacha no soportó más con la tensión.
       -¿Qué pasó?
       Él sacudió la cabeza, como si no hubiera querido responder a su primera pregunta, pero continuó.
       -Su decisión me obligó a dejarla- dijo, y se levantó bruscamente del tronco torcido- No la había visto desde entonces, pero siempre la vigilaba a través de un hechizo... hasta ahora.
       Se interrumpió con una sonrisa en el arrugado rostro. Beatrice se acercaba corriendo, con Wenndy tras ella; ésta última sostenía el arco de una manera tan profesional que a Emili se le erizaron los pelos de la nuca.
     
       Cuando estuvieron de regreso en el lugar exacto por donde habían llegado al bosque, Daniell apareció por entre los árboles. Los músculos se le agarrotaban por debajo de la camisa, a pesar de que era tan delgado.
       Ben dibujó un círculo con los dedos, rozando apenas el suelo húmedo, y el círculo fue convirtiéndose en otro portal.
       Al llegar a casa de Beatrice era la hora del crepúsculo. Y James no estaba en casa.




      Al oeste el sol comenzaba a ocultarse entre un mar de nubes violetas, naranjas y rosas. El cielo nublado y grisáceo apenas dejaba ver los últimos rayos de luz del día.  El clima típico en Inglaterra era frío y espeso, y el agua de la lluvia chorreaba por los tejados de las casas, navegando calle abajo hasta las coladeras, para llegar a parar a las aguas del Támesis.
     Dentro de un sencillo bar, a orillas del río, una joven cabeza negra admiraba el espectáculo del atardecer. La gente pasaba indiferente a su lado; algunos pasándole por encima rápidamente la mirada. Quizás a algunos les pareciera extraño ver a un muchacho tan joven  y de esa porte dentro de un bar, tan solitario recargado en la barra. Quizás a otros les pareciera curiosa la forma en la que clavaba los ojos en la ventana, la manera tan sofisticada y sencilla a la vez en la que estaba sentado sobre uno de los bancos forrados de piel, los gruesos tatuajes  negros en espiral que le recorrían como pequeñas serpientes la piel blanca de los brazos y cuello...
      Quizás a la gente que se daba cuenta de su presencia en una esquina no le importaba todo aquello; quizás era realmente necesario llevar un glamour a un bar mundano, después de todo. Pero de igual manera, a él no le importaba aquello tampoco.
     Pensaba en él mismo la noche anterior, cuando se encontraba junto a ella, tan cerca... Y había reaccionado de esa manera que le era tan familiar y que le había traído pesadillas durante años atrás.
     <<No>> había pensado en aquél momento <<No otra vez>>.
     Había creído que aquello había acabado por fin. Que al estar junto a Beatrice y sus hermanos se había liberado por fin. Había creído que ahora podría vivir una vida libre con una familia, aunque fuera pequeña e igual a él, en por lo menos un sentido. Pero conocía los síntomas y a lo que llevaban. Los había sentido al momento en que Emili, lo había tocado por primera vez,  la noche anterior. Al parecer no se había salvado de todo. De nada.
     -James- le llamó una voz agria desde algún lugar por detrás- ¿Qué rayos te pasa? Pasas por aquí y ni siquiera me saludas.
     Se acercó una muchacha rubia teñida, de tacones más altos que su talón y lápiz labial fluorescente. Entonces recordó, que había salido con ésta chica alguna vez, el verano pasado; una chica extranjera cuyo nombre no recordaba.
     -¿Y bien? ¿No vas a decirme nada?
     James giró la cabeza. Sus pensamientos iban en otra dirección y había algo que le impedía ver con claridad a la muchacha. Solo distinguía el cabello mechudo. La tarde en la calle tampoco le había traido los resultados de reflexión y olvido que esperaba: recorrió la ciudad dos veces, y entre calles y edificios no había podido olvidar lo que tanto le había estado atormentando. Al final había encontrado un refugio de olor a tabaco en el bar del río.
     La chica alta refunfuñó algo entre dientes.
     -¿Vas a tomar algo, al menos?- le escuchó decir.
     James se incorporó mientras intentaba recuperar la realidad.
     -No, hoy no quiero nada.
     Sin devolverle la mirada, se puso en pie y se retiró, sin escuchar (o tal vez ignorando) lo que ella respondía.
     Afuera comenzaba a lloviznar. James sacó el medallón dorado del bolsillo en cuanto se encontró en la calle. Había pasado la noche anterior  fuera de casa, lo cual traería unos cuantos problemas en casa cuando volviera.
     La luz de las farolas públicas daban al artilugio un peculiar brillo dorado blancuzco, casi más como plateado, y las sombras distorsionaban las diminutas estrellas marcadas al rededor de la elegante letra A al centro del medallón. Lo giró en su mano y enfocó la vista en la estrella plateada de finas líneas talladas.
     La runa néfilim, el ojo de la Visión de los mundanos, la luna llena de los licántropos, una gota de sangre para los Hijos de la Noche, y el triángulo de las dimensiones para los hijos de Lilith.
      "Quinque vivi in potestatem" pensó. " El poder en los cinco vivientes".
       Angelus Lapsis.
     Aquella palabra le llegó a la cabeza de repente. Ángel Caído, en español. La había estudiado en teoría en la biblioteca de la casa de Bea, junto a sus hermanos. Se trataba de un grupo, un culto de seres de todas las dimensiones.Eran seguidores del Ángel Caído, una leyenda decía que era un ángel enviado del cielo al submundo, como todo cazador de sombras, y que al ser sacado de los cielos, cayó en manos de un poderoso demonio del mal. Claro, era solo una leyenda y el grupo era solo eso, un grupo de seguidores, creyentes. Un grupo que había marcado la historia subterránea en décadas, para toda la eternidad. Falsos revolucionarios y estúpidos seres que creyeron cambiarlo todo, cuando en realidad habían provocado guerras y desacuerdos entre las cinco dimensiones. Era algo secundario con que todo cazador de sombras se tenía que educar.
      Pero no por simple casualidad fue que recordó el nombre y la leyenda al ver otra vez esa A elegante tallada con delicadeza en el medallón, sino que la letra tenía la misma composición, la misma extraña forma tan complicada que tenían las A plasmadas en los libros de historia. Podría ser la misma cosa, o simple casualidad.
      La lluvia cayó de sus cabellos y se deslizó por los bordes hundidos de la medalla.
      James se lo guardó de nuevo en el bolsillo, levantando la cara hacia el cielo, cerró los ojos. Se alegró al notar como poco a poco los recuerdos y pensamientos se iban esfumando con el agua y la oscuridad.


   
     A Emili le parecía que la casa de Beatrice estaba más oscura y solitaria por la noche. En el recibidor, la tenue luz de la cuidad se colaba bajo la puerta como si fuera humo de hielo, y la cocina era la única habitación donde la luz podía estar encendida. Acababan de cenar y ella había salido de la cocina con el afán de estar sola al fin.
     El piso de arriba era le más oscuro de la casa. No había ventanas a la vista que dejaran pasar la luz amarillenta de las farolas de la calle, y si las había, estarían tapadas por las gruesas cortinas de encaje oscuro. Aquello no parecía importarles a los cazadores de sombras; James le había dicho que de esa manera no llamaban la atención. James... ¿Dónde estaría?
     Pensaba en todo aquello mientras caminaba hacia la derecha en el corredor que quedaba al pie de las escaleras. Caminó otro tramo, con los pies magullándose a cada paso que daba en las pequeñas botas de cuero negro y tacón, que se hundían en la alfombra polvorienta de los pasillos.
     Se detuvo en seco. ¿Dónde demonios se encontraba?
     -Emili- la llamaba una voz familiar desde algún lugar entre la infinita negrura. Reconoció en seguida aquella voz gruesa y tierna, y por un momento se sintió decepcionada.
   -¿Daniell?- los ojos de la muchacha se movieron en busca de algún brillo, pero no se distinguía absolutamente nada , y de repente se sintió mareada. Era como ir en un laberinto con los ojos cerrados.
     Pudo oír los pasos ligeros del muchacho al acercarse hacia ella. Podía sentir la cercanía de él casi como se sentía el viento esa mañana en medio del bosque.
     -Pareces confundida- le espetó él- ¿A caso te has perdido? -el tono de su voz era sin embargo, amable y jovial, atravesada por un deje divertido.
     Emili supo que, de alguna manera, él sí podía verla.
     -Está todo muy oscuro...- susurró ella, bajando la vista con timidez a presar de que no veía nada.
     Daniell no pudo evitar soltar una risa.
     -Ven, sígueme- parecía aún más divertido, sin duda.
     El muchacho sacó algo alargado y blanquecino de su cinturón -una estela- y ésta se iluminó, proyectando un aura de brillo tenue al rededor de ambos. La luz bañó el rostro blanco del muchacho, que mantenía una sonrisa educada y avanzó al otro extremo del pasillo infinito. El cabello de Daniell, de un rubio pálido, se veía blanco a la luz de la estela.
     -Eh...¿Daniell?- Emili vaciló. LA luz blanquecina iba descubriendo un pasillo estrecho mientras avanzaban- Tu hermana, Wenndy, ¿por qué me odia?
     Daniell la miró de reojo y rió amablemente.
     -No te odia. Simplemente está celosa de ti.
     -¿De mi?
     Emili no supo qué pensar. No encontró alguna razón por la cual una chica como Wenndy-

tan guapa, ágil y con personalidad- podría envidiar a alguien como Emili, que era tímida, inexperta y algo torpe. No parecía algo razonable.
     -Se niega a aceptar que Ben y tú estén... hospedándose bajo el mismo techo que nosotros, por así decirlo- la voz de el muchacho era entrecortada, aguantándose la risa, pero hablaba con la verdad-. Cree que no es un mérito a un brujo retirado y su sobrina mundana.
     Emili sacudió la cabeza, tratando de hallarle sentido a aquella idea. Caminaban a un paso lento y tranquilo, como si diesen un paseo una tarde por el parque.
     -¿Por qué no encienden las luces en la noche? -susurró la chica en cuestión de segundos. Recordaba muy bien lo que James le había dicho antes sobre eso y esperaba una respuesta más explícita por parte de Daniell.
     -Es por seguridad. Para ocultarnos de lo que sea que pueda haber afuera a esta hora. Ya que somos los únicos por aquí...
     Se detuvieron frente a una puerta entreabierta. Emili reconoció que aquella era la habitación donde había dormido desde que llegaron a esa casa. Se volteó de medio lado para quedar frente a Daniell, quien la miraba a través de los lentes.
      -Una última pregunta- inquirió ella-. James. ¿Dónde está...? -se interrumpió de repente, sorprendida ante la expresión repentina de Daniell, que había pasado de ser una agradable sonrisa a una mirada de seriedad y negación.
     -James está bien- explicó él con voz fría y cortante, sin permitir siquiera que terminase de formular la pregunta- .Puede que se comporte de una manera extraña, Emili... Pero, por favor, aléjate de él.
      Y frunciendo el ceño, Daniell dió media vuelta y se echó a andar por el pasillo, dejando tras de sí la inmensa oscuridad.


     James abrió la puerta de la cocina de golpe. Wenndy lo miró asustada desde el otro lado del comedor; la muchacha estaba alisándose el cabello con un jitomate. Después pareció sorprendida ante la entrada ruda del chico.
     -¡James! ¿Qué demo...?- se interrumpió, mirándolo de pies a cabeza por un instante. Apartó el jitomate  escurridizo y se quitó el pelo tieso de la cara- ¿Dónde has estado?.
       James se miró los pantalones.  Estaban deshilachados en los bordes y ensangrentados y sucios en las rodillas. Hizo una mueca y gimió al herirse la cortada que se había hecho en una mejilla.
      -¿Dónde está Beatrice?- insistió él, ignorando a la chica que ya se acercaba con un trapo húmedo en las manos- Necesito hablar... ¡Aghh!
       Wenndy le pasó la tela mojada por la cara embadurnada de sangre para limpiar la superficie de la herida. Le tomó por los hombros y él permitió, sin protestar, que lo sentara en la silla.
     -Jem, dime por favor qué sucede- inquirió con voz dura después de haber limpiado el rostro y el cuello. Colocó los dedos bajo la barbilla, mirándole a los ojos- .Dímelo.
     James se apartó bruscamente, frunciendo el ceño.
     -Salí a buscar pistas- soltó a regañadientes- ayer por la noche, pero no encontré nada. Tan solo hay más ataques a mundanos jóvenes e inocentes. Los aniquilan hiriéndoles en el cuello y pecho. En el lugar exacto en donde cualquiera podría llevar casualmente un medallón. El medallón.
     Wenndy le buscaba los ojos bajo los necios párpados, pero él no se dejaba ver. Parecía cansado, harto y enfadado, pensó, tal y como lo parecía a menudo.
     -Esa A tallada en la cara frontal...- susurró James, casi como para hacerse una aclaración a si mismo- es la misma A dibujada en los libros de mitología en la biblioteca. Summus viventium cecidit...
      -Ángel caído de los vivos- completó Wenndy- .Lo recuerdo, James.
      Hubo un silencioso momento después de eso en el que ambos muchachos se sumieron en sus propios pensamientos. Wenndy sacó su estela para dibujarle una runa de curación en el brazo izquierdo al muchacho, donde había un feo corte de una mano.
     -No puedes andar corriendo por solo por ahí sin alguien que te cubra las espaldas, sin tu parabatai...
      -No andaba corriendo. Y de todos modos, Daniell no estaría muy de acuerdo con eso.
     Wenndy, por que él tenía razón, frunció los labios.
     -Ya. A lo que me refiero es a que no salgas tu solo; aunque seas el único cazador de sombras dispuesto a colaborar en éste asunto, de alguna manera... No es suficiente. Podrías morir.
     Wenndy terminó el iratze en el brazo y se guardó la estela en el bolsillo del pantalón.
     -¿Y qué a caso no es eso para lo que nacimos?- James la miró a los ojos, enfurecido- .Para proteger a los mundanos, personas como Emili. Y algún día, Wenn, tendremos que morir...
     Wenndy se alejó de él.
     -¿Así que todo ésto va por la chica, por Emili?
     James se levantó de golpe. Sus cejas casi se tocaban y apretaba los dientes. Las manos le temblaban incontrolablemente a los costados y sus ojos se habían tornado rojos. Frente a él, Wenndy lanzó una exclamación y se llevó las manos a la boca.
     -¡James, tus brazos!
     El muchacho se miró los brazos. Como pequeños escarabajos negruzcos brotando de la tierra, diminutas y afiladas plumas crecían en la piel de sus brazos, y se agitaban como si tuviesen vida propia. Apretó los puños con fuerza y gruñó cuando las uñas se le clavaron en las palmas.
     -Maldición- chilló con una voz gutural y afilada: una voz que no le pertenecía- Otra vez no, no...
     -Jem- Wenndy le llamó con voz tranquila, extendiendo los brazos y andando lentamente hacia él- .James, siéntate. Voy a llamar a Bea.
     El chico se alejó de ella de un brinco, y cuando quiso responderle, un montón de siseos salieron de su boca ahora convertida en colmillos afilados. Retrocedió y chocó dolorosamente contra la mesa.
     -Aléjate- gritó con voz demoníaca- No le digas nada, Wenndy, por favor...
     Wenndy avanzó otro tramo hacia él, con la intención de calmarlo. Pero ya era demasiado tarde.
     James dió media vuelta y saltó por la ventanilla abierta hacia la calle.
     Pequeñas plumitas azuladas flotaron en el aire tras el muchacho, por el camino en que él había desaparecido. Cuando todo se calmó, Wenndy, aterrorizada y enfurruñada, cerró la ventanilla por completo, dejando que él huyera.

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