domingo, 18 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 7 por: Sofi M

Capítulo 7
Melodía a media noche
       La luz de la luna se colaba por la ventana de la habitación de James. Una luz clara y plateada que permitía a Emili ver en la oscuridad, acostada en la cama. No había logrado conciliar el sueño desde que se había ido a acostar- hacía más de hora y media- y para calmar los pensamientos que la atormentaban había sacado un  joyero que cargó desde Nueva York y que Ben había metido en la maleta pequeña antes de mudarse a la casa de Beatrice. En él había guardado un par de pendientes de oro de su madre; cartas que le había enviado su familia y tres fotografías.
       En ese momento miraba una de ellas, la más grande; un cuadro de papel con márgenes gruesos y blancos en donde aparecían sus padres, su hermano y ella en colores opacos. Recordó el día de navidad cuando se la tomaron. Ese día estaba molesta por que no la habían dejado quedarse hasta más tarde. Aún así, en la fotografía aparecía con la típica sonrisa suya que pocas veces mostraba. Miró a su familia. Su padre, alto y fornido, con una expresión de seriedad y madurez en el fino rostro; los cabellos negros despeinados le daban una impresión de ser más jóven de lo que en verdad era; su madre, de vestido de olanes y mejillas rosadas, era más alta que ella, pero igual de delgada, y sus cabellos rojizos parecían muy opacos, era en verdad hermosa. Solo ella había heredado sus preciados ojos verdes y labios como pétalos de rosa. Sebastian era alto y delgado como su padre, y tenían los mismos labios carnosos y la nariz recta , su rostro era largo y anguloso. Aunque también había sacado algo de su madre; el mismo color de cabello que ella y que Emili: terracota. El de Sebastian era un tono más claro que el de Emili y varias veces más que el de su madre; un tono más bien cobrizo, y sus ojos eran líquidos, brillantes: un color entre el castaño de su padre y el verde áspero de su madre.
       No recordaba lo alto que era;en la fotografía le ganaba a Emili por una cabeza. Trató de encontrarse a sí misma en alguno de ellos. Tan solo los ojos verdes de su madre y el cabello liso y café-rojizo como el de su hermano... no sabía por qué era tan baja y menuda.
       Quitó la fotografía de su vista y la metió en el joyero. Se había estado guardando las lágrimas desde mucho antes de aquél extraño relato de Ben. El hambre y los pensamientos le mantenían la mente despierta. Justo después de que Ben le pidiera que se fuera a dormir, Emili había entrado en la casa haciendo caso omiso de la presencia de Beatrice en el pasillo y de sus reclamos por quedarse a cenar. Habían tardado mucho tiempo afuera, quizá hasta horas. Y cuando subió a su nueva habitación ya no llovía en absoluto y era de noche.
      Inquieta, se ladeó en la cama para poder ver la luna a través de la ventana. Se mantuvo consciente durante varios minutos, sin importarle lo pesados que eran sus párpados y el dolor que le envolvía la cabeza.
       Llegó un momento en el que comenzó a soñar, semiconsciente, en las calles de Nueva York, la escuela en Manhattan; su madre la recibía después de clases, un susurro suave que se deslizaba por la habitación.
       Era un suave golpetéo en sus oídos, era como el caer de las gotas en un charco... pero no llovía. 
       Se incorporó de golpe entre las cobijas, lo cual fue una mala idea por que comenzó a marearse; y se colocó las botas mientras recuperaba la conciencia. Abrió la puerta y asomó la cabeza hacia el oscuro pasillo. Estaba completamente oscuro, a excepción de una franja de luz tenue que iluminaba una parte de la alfombra polvorienta. >> Todos deben estar dormidos- pensó- debe ser ya media noche<<.
       El susurro se convirtió en una melodía cuando Emili comenzó a caminar por la alfombra hacia aquella luz. Lo que oía era música de piano, pero... le parecía imposible, algo tan hermoso, a mitad de la noche..., a mitad de sus sueños... Caminó tambaleante por el tenebroso pasillo, sosteniéndose de la helada pared, en dirección hacia la franja de luz que parecía proceder de la habitación contigua. Vaciló al pensar si sería correcto golpear la madera con los nudillos antes de entrar, o si debía esperar, pero la dulce y escurridiza melodía la atraía como un imán. Así que sus dedos empujaron la puerta de madera y se abrió vista hacia una pequeña habitación.
       La luz que iluminaba todo descendía por un amplio ventanal de cara opuesta a la puerta; los rayos de la luna se filtraban como una cascada de luz plateada. En una esquina estaba una fea cama de latón, con un colchón rasgado y gastado y una simple sábana blanca. Al centro de la habitación se hallaba alzándose magnífico un elegante piano negro de cola, que brillaba bajo la luz de la noche. El enorme instrumento hacía parecer más pequeña la habitación; o quizá fuese solo la oscuridad que emanaban las paredes. Y como un ángel negro en la nívea luz, estaba James sentado sobre el taburete del piano, movía las manos sobre las blancas teclas con agilidad. Emili pudo distinguir la mata de cabellos negros del chico, que bajo la luz natural de la luna tenían un leve matiz azulado. Ella dio un paso adelante de manera inconsciente. 
     La música era una mezcla de ternura, tristeza, amor, belleza y nostalgia. Todo junto. La esencia que provenía de la habitación era de metal y césped húmedo; de lilas y de piel humana recién lavada. Observó, sin moverse, al muchacho con los ojos cerrados tambalearse sobre el banquillo al son de las notas suaves.
       Antes de que terminara la última parte de la canción- que concluía con una nota aguda- James se volvió hacia Emili y la observó tranquilamente de pies a cabeza.
       -Emili- habló con voz alegre, pero baja- ¿Qué haces despierta tan tarde?
       La muchacha sacudió la cabeza, tratando de volver en sí.
       -Perdón...- se interrumpió, ¿por qué se disculpaba?- .Escuché el piano y... en casa solía escuchar música clásica...- dijo por fin, sintiéndose como una tonta.
       -Oh, en ese caso puedo tocar para ti- deslizó rápidamente los dedos, arrastrándolos por encima de todas las teclas, produciendo así un sonido escalofriante como un llanto- .Cuando quieras.
       Emili se estremeció. James la observaba primero con el ceño fruncido, y luego pareció un tanto avergonzado.
        -Emili, lo que pasó en el comedor no era en serio, en verdad. Perdón si te ofendí.
       Aquello la tomó por sorpresa.
       -No, no me ofendiste- susurró- pero ella...
       James rió.
       -Wenndy es de un carácter pesado. Créeme, no lo decía en verdad- parecía realmente convencido-. Ella es así con las chicas como tú- ella no supo a qué se refería, y James hizo esa sonrisa torcida suya, la misma que hizo el primer día en el kiosco- .Chicas guapas que no saben lo que son.
       Emili se detuvo en seco. Había estado caminando hacia adelante y solo se distanciaba de él por pocos pasos. Se quedaron mirando por un vago minuto. Pensó que James siempre parecía un ángel de esos que había en las galerías antiguas. Estuviera como estuviera, vistiera como vistiera, él sería siempre hermoso. Quería acercarse más, sentarse junto a él y tocar sus brazos blancos, recorrer los dedos por sus finos cabellos. Pero no creía permitido aquello.
       -¿Tú, Daniell y Wenndy son... hermanos?- fue lo que hizo en su lugar. De todos modos, ya tenía curiosidad por saber aquello.
       El muchacho sacudió la cabeza. Parecía divertido. Se inclinó de nuevo sobre el instrumento, con las manos haciendo dulces sonidos sobre las teclas.
       -No. Daniell y Wenndy son gemelos- explicó con voz neutra, con la mirada fija en la nada- He vivido con ellos y con Bea desde hace mucho tiempo. Ella es nuestra tutora. Son como una familia para mí. 
       La muchacha se tambaleaba sobre los tacones, algo que hacía cuando estaba ansiosa.
       -¿Y tus padres? ¿Y los de Daniell y Wenn...- se interrumpió, arrepentida por lo que acababa de preguntar.
       James se tensó en el taburete, apretando los puños con fuerza hasta que los nudillos se le tornaron blancos.
       -Yo... nunca los conocí- su voz estaba tranquila, pero seguía tenso-. No lo sé- entonces pareció calmarse.
       Por el cortante término de aquella respuesta, Emili supo que no iba a contarle nada más. Quiso entonces echarse a correr a su habitación, pero entonces el muchacho comenzó a interpretar la misma melodía que ella había interrumpido minutos antes. Suave, tranquila, tierna, nostálgica...
       -¿La has compuesto tú?- susurró en voz baja.
       Él asintió una vez, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada. Las notas llenaban la habitación mientras Emili se mantenía pasmada, inmóvil, intentando grabarse aquella preciosa melodía en la cabeza.
       -Emili, siéntate- le pidió él con dulzura, sin interrumpir la sonada.
      La muchacha vaciló; caminó James, rodeándolo, y se acomodó en el alféizar del ventanal.  La piel del joven parecía muy blanca a la luz de la luna, más que de costumbre. Y sus cabellos azulados, como el agua del mar al anochecer...
       -La llamo "mariposa"- siseó él entre tonada y tonada- papillon, en francés. Añoraba libertad... he añorado libertad desde siempre. Nunca me conocí como realmente soy...- sus palabras eran poesía- .Nadie puede cambiar a lo que se le ha destinado, ¿verdad?. Nada más que vivir con ello. Un esclavo, sí. Un esclavo es lo que soy. Un maldito- describió las últimas notas altas y terminó en la misma posición-. Trato de estar bien conmigo mismo, trato de vivir. Como una mariposa; en libertad. Con mis límites impuestos, claro.
       Sacudió la cabeza, como si todo el tiempo hubiese estado hablando consigo mismo. Alzó la cabeza y la miró con sus ojos tristes. Ella trataba de recobrar compostura. Estaban sentados juntos a pocos centímetros; ella en la barra de la ventana, y él en el banco junto a la barra.
        -Si te refieres a... ser libre... Si te refieres a estar condenado... como lo que eres, un cazador de sombras, creo... pienso que estas equivocado- murmuró ella, dejando caer la mirada para evitar la suya- .Creo que es maravilloso ser lo que son.. somos. Ustedes son ángeles. Yo sigo siendo una humana. Por favor, no pienses de esa manera.
       Entonces lo miró a los ojos, y se mantuvo así por un amplio transcurso de tiempo. Sus ojos eran grises como el cielo en Inglaterra, y líquidos como el agua pura. Sus pupilas se dilataban en el iris, como hielo negro.
       -Olvídalo- masculló James, cerrando los ojos con fuerza y haciéndose hacia atrás- No lo entenderías.
       -James- insistió la chica-... puedo ayudarlos, aunque no tenga mucha experiencia en todo ésto, y aunque hace apenas unos días te conozca... Puede que quizá no me conozca a mí misma- le temblaba la voz del temor; aunque aquella era toda la verdad, se inclinó hacia él y fue a ponerle la mano sobre el brazo- .Pero haré lo que pueda.
       James clavó la mirada en la pequeña mano de Emili posada sobre su piel. La miró a ella de nuevo, pero ésta vez con unos ojos diferentes: duros, fríos, inquietos y aterrorizados, como si no le agradara lo que estaba haciendo. Unos ojos de un cielo manchado.
      -Emili- dijo su nombre e inclinó la cabeza hasta que quedó a la altura de sus ojos.
     Y ella pudo admirar todo a la perfección. Los ojos grises, entrecerrados, bordeados por largas y espesas pestañas negras; los pómulos angulosos reflectando oscuras sombras a sus pálidas mejillas; su cabello despeinado y negro como el ónix, un mechón suelto le caía en la frente; los labios, carnosos y suaves, blancos como la propia piel... y pudo sentir todo aquello cuando de repente James se inclinó  lentamente y repasó con su rostro el de ella. Pasando la naríz fría por debajo de su mandíbula, deslizando los labios por sus lisas mejillas, respirando sobre sus párpados cerrados; pudo sentir las espesas pestañas rozándole la piel de la frente.
       Las manos de él buscaron las suyas y la atrajo hacia así, inhalando su aroma, y ella entrecerró los ojos. Los dedos de James recorrieron la tela del suéter entretejido de la muchacha y llegaron hasta los hombros, donde se clavaron con fuerza.
       Ahogando un grito, Emili abrió los ojos con sorpresa. Los dedos de él parecían garras clavándosele en la piel, perforando el hilo del suéter y la tela del blusón hasta pincharle la frágil piel. Se apartó de inmediato.
       -Lo siento- gimió James, que la miraba con profundo pánico. Se apartó también, tropezando con el taburete del piano y después con la alfombra polvorienta- Emili, lo lamento.
       -James- intentó decir ella, pero el dolor punzante en los hombros la retenían paralizada, junto con el repentino susto.
       -Emili, vete- pidió él, retrocediendo paso a paso sin ver dónde iba, agitando las manos exageradamente- No te acerques... por favor, ¡Vete!.
       Pero antes de que pudiera hacer algo, James desapareció por la puerta, dejándola sola y confundida en el alfeizar a la luz de la luna, para poco a poco ser consumida por la oscuridad.


       

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