lunes, 12 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 5 por: Sofi M

Capítulo 5
Planificación
      Southampton parecía una de las ciudades de Babilonia. El río al este, el Palacio Científico al oeste, rodeado por árboles y fuentes de nenúfar... En la noche, pensó James, era un lugar de ensoñación. El lugar de donde los poetas exprimían la nostalgia de sus frases y donde los enamorados sembraban la semilla de la profundidad que reinaba en sus corazones. La luz de la luna hacía brillar como oro blanco las tejas de las casas mojadas por la lluvia. Se miró el brazo izquierdo; la sangre había dejado ya de chorrear, pero la herida era profunda y le ardía el veneno ácido de demonio. >>No hay tiempo para un iratze- se dijo- Éstos demonios no son tan peligrosos para nosotros<< . Saltó de la azotea desde donde había estado contemplando la ciudad, cuando escuchó el aullido de otro demonio cerca de ahí. Se lanzó hacia abajo y aterrizó firmemente en la acera de un angosto callejón. El demonio acorralaba a una pobre joven en una esquina, aplastándola y arañándola con sus largas tenazas. James desenvainó su espada, cubierta de ya de sangre pegajosa, y la enterró en el lomo de la criatura  antes de que éste arrancara de un tirón el brazo de la joven. El muchacho sacó la espada del cuerpo escamado para volverla a enterrar una y otra vez hasta que el demonio desapareció hacia otra dimensión. Se volvió hacia la chica, que yacía herida en el suelo sucio y había observado todo con horror. 
       James sacó de su cinturón el frasco con la poción curativa que el Benjamín había preparado, se inclinó ante la joven y vació tres gotas de líquido purpura para embarrarle en el cuello y rostro de la pobre chica, donde sangraban las heridas. Ella alzó la cabeza temblorosa y lo observó con incredulidad y temor.
       -¿Eres un ángel?
       Él tapó el frasco medio vacío y guardó la espada chorreante en el cinturón.
       -Sí- respondió, recordando a cuantos muchachos jóvenes como ella había salvado durante las últimas horas... y a cuántos no. La ayudó a ponerse en pié y le ordenó-: Vete. Evita a toda costa los callejones.
       La muchacha asintió, temblorosa y corrió de vuelta a la calle, a la vez que aquél ángel se escabullía entre las sombras, en busca de más víctimas...


       Había sido una noche difícil para Emili. Se había ido a acostar justo después de leer la nota de Ben, pero no había podido conciliar el sueño sino hasta más tarde. Había tenido pesadillas...
      ...Pesadillas donde ella avanzaba por un infinito pasillo oscuro, polvoriento y cubierto de sangre rojiza. Caminaba por el pasillo en silencio; solo podía oír el el crujido que hacían sus tacones al clavarse en la sucia alfombra. Un susurro en la oscuridad se volvía cada vez más claro mientras avanzaba entre las tinieblas. Y el susurro se convirtió en una voz, una suave y seductora voz, y continuó escuchándola, sin saber muy bien lo que canturreaba.
       Entonces Daniell le susurraba al oído <<néfilim, néfilim...>> pero solo veía oscuridad.
       Fué ahí cuando despertó entre zangoloteos y grititos de Ben, que le dijo que era tarde y le pidió que se vistiera con la ropa de la maleta pequeña. Se trataba de una formal falda larga, a juego con un suéter de lana y zapatillas lisas. Todo de un triste y desgarrador color negro.
       Eran las diez y veinte cuando salió con Ben de la casa de Beatrice al funeral de la madre de Maggali. Habían encontrado su cuerpo sin vida en un callejón a las afueras de la ciudad. Había perdido mucha sangre; al parecer la habían desollado por la parte del pecho y la habían arrastrado lejos de la ciudad.La policía ya estaba investigando todo aquello, que iba bien relacionado con los ataques a los jóvenes de Southampton y sus alrededores, aniquilándolos claramente por el cuello. 
      Trataba de no pensar en aquello durante el entierro y aunque deseó no haberlo sabido no pudo evitar escuchar a Ben y Beatrice hablar sobre los ataques durante el desayuno.
      Nunca le habían gustado los funerales, a pesar de que solo los había visto en películas. Ver llorar a Maggali le resultó de lo más ajeno y doloroso; su amiga se ocultaba entre los brazos de sus familiares sin dejar de sollozar. Pensó que ahora estaría huérfana, sin padres como los suyos, y probablemente se mudaría a otra ciudad. Pero no quiso pensar en ello para nada.
     Regresaron a la casa de los cazadores de sombras a la hora del almuerzo.
     -Nos quedaremos en casa de Beatrice por unos días más- le había dicho Ben con seriedad -les voy a ayudar con éste problemilla de los monstruos...
     Pero ella sabía que todo eso era por que los demonios iban tras el Medallón Dorado, y Ben se sentía más seguro bajo el techo de seres como él... como ambos. 
      Pensaba en todo aquello con un nudo en la garganta mientras se quitaba los pasadores del cabello y los colocaba en la cama. Tenía mucha hambre, y sueño. Pero había insistido en darse un baño primero antes de tocar la comida. Sacó una toalla de la maleta grande que Ben había traído y salió de la habitación. La puerta del baño de enfrente estaba cerrada con broche y por debajo se escapaba una fina línea de vapor. Tocó dos veces con los nudillos.
     -¡Ocupado!- gritó del otro lado una voz divertida.
     Frunciendo los labios, fue a sentarse a una de las sillas tapizadas que había en el pasillo, junto a la puerta del baño. Un minuto después, James abrió la puerta y apareció vestido con casuales ropas limpias y los cabellos tapándole la frente.
      -Aún queda agua caliente- le avisó con una sonrisa- .Aprovéchala -imitó un saludo militar y se encaminó rumbo a las escaleras. El muchacho iba descalzo.
     
     Beatrice abrió la ventana de la cocina para repirar el aire fresco de la mañana.
     -Ésto es terrible- chilló Wenndy, que caminaba dando círculos al rededor del comedor- La plaga en la ciudad ha crecido. Seguramente en unas semanas alcanzará Liverpool y, ¿qué vamos a hacer? ¿Observar desde la ventana la terrible masacre?
     Bea suspiró, volviéndose a la mesa.
     -La Clave no está dispuesta a ayudarnos, pero el ejercito de Liverpool estará listo en cuanto les llamemos...
    Wenndy parecía una loca; se volvió a la mujer con incredulidad.
    -¡¿Y no deberíamos hacerlo ya?!
    Daniell, que miraba la televisión de treinta centímetros sin realmente ponerle atención, sacudió la cabeza.
     -Los cazadores del ejército de Liverpool son muy pocos, Bea- señaló, sin apartar la mirada del televisor- y muchos de ellos son de nuestra edad; no están bien preparados.
     -La Clave no puede ayudarnos- repitió Ben, que estaba sentado a la mesa -¿Por qué? Se supone que es su trabajo, son... aliados.
     Bea se lo quedó mirando un buen rato, se colocó frente a él y susurró.
     - La raza de néfilim se está extinguiendo, Benjamín. Los millones que habitaban el mundo desde hace diez años que se han ido retirando justo por que los deminios no habían aparecido en décadas; ya nadie cree que sea necesario la existencia de los cazadores de sombras. Somos pocos los néfilim que seguimos activos, y muy pocos los que saben que en realidad lo son y tienen experiencia como tales- pareció sonreir tiernamente- Por otro lado, los monsruos se aparecen por ahí de repente, cuando ya no queda nadie que esté realmente dispuesto a.. a... acabar con ellos...- parecía que solo estuviese hablando con él- Ben, somos pocos los néfilim que seguimos activos como lo que somos.    
     Hubo un extenso silencio después de eso. Todos tenían la mirada clavada en el comedor, a excepción de Daniell, pero también estaba tenso en el sillón.
     No fué sino hasta que James entró a la cocina, con el cabello despeinado y húmedo y una sonrisa torcida, que todos se recobraron.
     -Si les sirve de algo- dijo desde el umbral- tengo nueva información acerca del tema.
     Beatrice se incorporó y pasó la mirada al brazo izquierdo del muchacho.
    -¿Dónde has estado- clavó en él sus martirizantes ojos azules.
    -Paciencia, Bea. Estuve cazando por la ciudad... Los deere no son tan venenosos y la verdad es que son algo torpes- agregó con diversión al ver el rostro ensombrecido de su tutora- Acabé por lo mucho a nueve o diez. Todos coinciden en lo mismo.
     Ahora todos se habían vuelto hacia él, incluso Daniell, mirándolo con atención.
     -Todos arrinconan a sus presas en lugares cerrados y con poca luz; en callejones. Sus víctimas son jóvenes, más o menos de mi edad, y las hieren en el mismo lugar: en la parte del cuello, pecho y rostro.
      Daniell se acomodó los lentes sobre la nariz.
     -¿Y eso a qué conclusión nos lleva?- cuestionó pensativo.
     -Mi conclusión es- continuó dichoso James- Que quien ha enviado a los demonios, busca, por lo que veo, personas jóvenes; fuertes o que tengan algo en común. Y hay una probabilidad de que lo que busquen en ellos sea ésto- sacó rápidamente el medallón de Emili del bolsillo y se los mostró- .Es por eso que las víctimas tienen heridas en el cuello, en donde se llevaría colgado comúnmente, un medallón.
     Observaron con atención el objeto brillante. Bea sacudió lentamente la cabeza y se dió la vuelta hacia la ventana abierta. Después de unos minutos de silencio, Ben se rascó la barbilla pensativamente y cuestionó a James.
     -¿Dónde está Emili?
    en respuesta, la puerta de la cocina chirrió al abrirse y Emili entró a la cocina. Se quedó paralizada al notar que cinco pares de ojos la miraban. Tenía los cabellos color terracota enmarañados  y estaba pálida como la nieve.
     -Ahí está, nuestra pequeña huésped- James imitó el tono de voz de un comercianto y bailoteó hasta la muchacha, que cambió su mirada a él, sorprendida- Y bien, querida, ¿qué se te apetece?
      Emili recorrió la cocina con la mirada; todos habían vuelto a sus puestos: Daniell sentado en el sillón veía distraídamente la TV, la chica rubia, alta y guapa farfullaba algo junto a él, Bea cocinaba algo en una olla y Ben tenía la mirada clavada en la mesa. Se volvió un momento hacia la chica, sin mirarla directamente y farfulló:
     -Debes tener hambre. Siéntate.
     Emili obedeció y fue a sentarse junto a su tío. Recordó las tantas preguntas que quería hacerle y comenzó a dolerle la cabeza. Beatrice, cargada con una pila de platos de plástico, caminó y se acomodo en un lugar frente a ellos.
     -¡Hora de comer!- anunció entusiasta y comenzó a repartir alimento a cada lugar en el comedor.
     Los videntes de televisión se acomodaron frente a frente en la mesa después de apagar el aparato y James se desplomó frente a Emili. Parecía extraño, según ella; Ben conviviendo tan naturalmente con personas que ella apenas conocía, comiendo en su mesa y hablándose como si se conocieran de toda la vida. De pronto notó la mirada de su tío puesta en su brazo derecho, ahí donde se había tallado con fuerza durante la ducha, intentando en vano borrar el iratze que James le había dibujado para salvarla. Pero le fue imposible hacerlo desaparecer, y a cambio se había hecho una gran mancha roja en la piel, al rededor del indeleble tatuaje negro. Comieron en pleno silencio durante unos minutos, después fue roto por Beatrice, que tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre la mesa.
     -La Clave no puede ayudarnos- repitió, ésta vez con voz más animosa- y sí, tienes razón; el ejército de Liverpool es muy pequeño, aunque ya lo he llamado... Y mientras esperamos, podemos hacer algo- alzó la vista hacia Ben frente a ella.
     Él la miró con mil dudas en el rostro.
     -¿Hacer qué?...¿Qué puedo hacer yo para ayudar, Bea?
     Emili los observaba con el tenedor en la mano mientras los demás comían sin apuro.
     -Lo he estado pensando desde la mañana- continuó la mujer con expresión inteligente y superior y una sonrisa de orgullo; hizo a un lado la comida y juntó las manos sobre la mesa- .Hay una remota posibilidad de que tu sobrina nos aprenda algo si comenzamos a entrenarla desde ahora- concluyó, lanzando una mirada llena de piedad a Emili. 
     Ben se puso en pie, sacudiéndo exageradamente las manos.
    -Oh, no- gruñó él- No puedo permitir que la metas a ella en éste embrollo- cerró los ojos con fuerza, poniendo una mano en frente para detener a Bea. 
     La reacción de la mujer hizo que a Emili se le pusieran los vellos en punta. 
     -Piénsalo, Benjamín- ella se inclinó hacia adelante y le tomó las manos a Ben, mirándole con ojos suplicantes- .Con un buen entrenamiento, poco a poco acabaremos con la plaga en la ciudad, ¡y puede que la Clave nos recompense con eso! Por favor...
     Emili no sabía que era lo que más le aterraba: si el hecho de que estuvieran hablando en clave sobre ella, como si fuese la carnada; o el hecho de que una desconocida le estuviera tomando las manos a su tío y le mirara con ojos de cordero degollado. Ben miró por unos segundos a Bea.
     -Primero que nada- rectificó él- necesitamos hablar, Bea. Tú y yo.
     La mujer le lanzó una mirada desesperada, pero después salieron al pasillo. Emili miró por un momento a la mesa muy fijamente mientras tanto James, Daniell y Wenndy intercambiaban miradas divertidas. Son todos como unos niños...
     -Yo creo que Bea tiene razón- dijo la chica rubia con una voz chillona, agrandada hasta ser molesta- después de todo, a quien buscan es a ella- señaló sin decir el nombre de Emili.
     James sacudió la cabeza de un lado a otro de manera divertida mientras tomaba una albóndiga con el tenedor.
     -Es como si estiviesen discutiendo no de la manera que Bea discute con nosotros, sino... como si Ben fuera alguien realmente especial- comparó el muchacho observando atentamente la comida...
     -Es completamente ridículo- le interrumpió la hermana de Daniell sin hacer caso a su comentario anterior- .Entrenarla no va a servir de nada...
     -Apuesto que entre esos dos tipos hay algo más que amistad- continuó James, ignorándo a Wenndy.
     -...es físicamente muy pequeña, y...¿sabes cuánto tardé yo en acostumbrarme a los rasguños y heridas sin un iratze? Además es muy débil, y dudo que tenga experiencia en cualquier tipo de lucha...
     Emili apretaba los puños por debajo de la mesa; miraba fijamente la madera y no había probado la comida. James había parado de hablar.
     -...mucho menos en demonios- Wenndy parloteaba como poseída- es como si fuera una subterránea. ¿Sus padres nunca le hablaron sobre el mundo subterráneo? Mucho menos, no va a durar ni un día en el entrenamiento...
     -Wenndy, basta- murmuró Daniell.
     Entonces Emili explotó. Se levantó de golpe de la silla y golpeó los puños contra la mesa.
     -¡Basta todos!- gruñó pasando la mirada furiosa por los tres muchachos- ¡Basta de hablar de mí como so no estuviera aquí!... Si... si les soy inútil... pues... me largo.
     Salió de la cocina dando un estrepitoso portazo e ignoró la mirada sorprendida de Ben, cruzado de hombros frente a Bea. Ignoró también su voz, llamándola una y otra vez y caminó por la casa hasta llegar a la puerta que daba a la calle y salir.
     Se mordió el labio, intentando contener las lágrimas, pero éstas se le iban acumulando y le hacían borrosa la vista. Lo único que quería en ese momento era regresar a casa, a Nueva York... pero en esos momentos solo podía pensar: ¿Qué hacer? Salir a la ciudad se trataba de enfrentar un montón de monstruos asesinos y seres mitológicos que apenas sabía que existían . No había nada que hacer. La puerta tras ella se abrió con un clic.
   Lentos y pesados pasos se arrastraron por las escaleras de entrada mientras ella permanecía inmóvil en el jardín.
       -Emili- la llamó Ben  dos pasos atrás.
      Ella pestañeó, y al hacerlo se le inundaron los ojos de lágrimas. 
      -P... perdón...- susurró ella con voz entrecortada. No quería llorar ante él- Ben, es solo que... yo no... quise...
      -Escucha, pequeña. No sé lo que pasó en la cocina, pero si se trata de lo que dijo Beatrice, olvídalo. No pasará jamás...
       Ella sacudió la cabeza sin darle la cara.
       -Dimelo todo- masculló entre sollozos- Ahora- cruzó los brazos, de espaldas a Ben. 
      El la miró con el ceño fruncido y luego la tomó por los hombros.
       -Es una larga historia, Emili- susurró sobre ella- Será mejor que nos pongamos cómodos.
       

No hay comentarios:

Publicar un comentario