lunes, 21 de noviembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 1 por: Sofi M

Capítulo 1
Algo Misterioso
    Emili Brown entró a la oficina de correos con un sobre en una mano y una bolsa de compras en la otra.
     Escribía a sus padres por lo menos cada quince días, o de vez en cuando, cuando se presentaba una ocación interesante; como el Gran Baile de la ciudad o alguna noticia sobre el tío Ben. Extrañaba a sus padres, lo admitía, pero se había dicho a si misma que el mudarse con Ben le daría un poco de libertad, independencia, y sobre todo, confiaza hacia el mundo exterior.
     La gente se acumulaba frente a un gran escritorio de madera pulida al fondo de la oficina; gente normal. Una anicana decaída sujetaba un bastón de hierro mientras metía un sobre por la abertura de entrega; un hombre firmaba una hoja arrugada sobre una mesa mientras que uno de sus dos hijos despegaba juguetonamente las estampillas del escritorio sin que alguien lo notara. Cuando llegó su turno, Emili sintió como la abandonaba esa sensación que la envolvía antes de dejar la carta; la nostalgia de no poder decir a su familia aquellas palabras, el reproche de no poder hacer una llamada, el alivio al pensar que ellos leerían otra vez: "Todo va grandioso, familia. Los quiero".  Pegó las estampillas pasandolas una sola vez por su lengua y metió el sobre por la abertura de entrega del gran escritorio de madera.
    Lleva viviendo en Southampton poco menos de un año, en casa del tío Ben; su único y adorado pariente lejano. Su madre había hecho la propuesta cuando ella había cumplido los catorce años, viéndola como una oportunidad de estudiar el bachillerato en una escuela de "calidad" y buscar grandes oportunidades en el Reino Unido. Por supuesto que Emili había aceptado a la primera. En parte por que se sentía una muchacha ya, y en parte por que añoraba ver por primera vez a su tío. Llegó a Londres al poco tiempo de haber cumplido los quince años; con un montón de maletas y unas ganas incontenibles de explorar el mundo. La primera impresión que se llevó de Ben fué algo que no se imaginaba. Lo miró como un hombre de negocios, con mucho trabajo y poco tiempo para pasar con ella, en vez del tío divertido y cariñoso que siempre había guardado en su mente. Aún así, pasados varios meses, se había acostumbrado de una manera sorprendente a la forma de vida que llevaba Ben. 
    También había hecho amistades, claro. Maggali, una chica rubia y alocada que vivía a orillas del Támesis, en una casita entre un puente y un gran edificio. Magg la había aceptado con tanta naturalidad que en los primeros dias de su amistad Emili había pensado que sólo lo hacía por quedar bien o por ser cortés.
    Magg la esperaba en las escaleras de entrada de su casa, escuchando música atravez de unos auriculares fosforescentes que más bien parecían orejeras e iban conectados a la portátil que sostenia en equilibrio sobre las piernas. 
    -¡Hey, Em!- la saludó desde arriba con la mano.
    Emili subió las escaleras y le tendió la bolsa de compras; contenida por un par de latas de refresco y varios CDs.
    - Los has traído- exclamó Magg abriendo la bolsa con emosión.
    - Claro.
    Ben al parecer era alergico a los medios de comunicación, o quiza a la tecnología. El hombre no contaba en casa ni con un televisor para ver las noticias en la mañana ni con un computador. Maggali había ofrecido su portátil y cada tarde Emili iba a su casa y se sentaban en el borde de las escaleras para hacer las tareas del Insti. Magg había aceptado que le pagase  con CocaCola, CDs de musica y revistas.   
    - Gracias de nuevo por dejarme usar el Internet de tu casa- dijo Emili con voz amable.
    - No hay problema-  en la voz de Maggali se oían las burbujas de refresco al beber-. Ven siempre que quieras. De todas formas, mi mamá siempre cree que te ayudo con la tarea, lo cual es imposible por que yo misma no hago la mía.
    Emili medio sonrió mientras tecleaba letras con sus delgados dedos.
    - La verdad es que Ben jamás cumple lo que dice. Lleva desde hace dos meses diciendo que comprará un monitor y nunca lo hace. La verdad es que es demasiado ocurrente y algo sobreprotector. Simplemente no sé qué le pasa...
    Maggali dió un ruidoso sorbo al refresco sin despegar la vista de una revista.
    - Es la edad, chica. Solo ignóralo, y no es tu culpa; nos dejan la misma tarea desde noveno grado, estoy segura. La verdad es que yo tampoco comprendo mucho a los profesores...
    Y Emili dejó de escucharla. Quería a Maggali, por supuesto. La quería como se le puede querer a una molesta compañera de clases, pero cuando no paraba de hablar, su voz fina y femenina se transformaba en un molesto chillido agudo que le picaba en los oídos.
    
    -¡No puedo creer que lo hicieras otra vez!
    Wenndy sacudía la cabeza renéticamente y caminaba de un lado a otro con preocupación. James la observaba divertido, tumbado en un sillón de su habitación. Sentía tres largos rasguños en la parte derecha del rostro , y tenía los cabellos enmarañados y mugrientos, embarrados de sangre seca. Al igual que gran parte de la cara y la camisa blanca. Jugaba con indiferencia con un objeto dorado que sostenía en ambas manos. Wenndy resopló.
    -¿Qué pasó ésta vez?- preguntó en un tono más tranquilo.
    - Vamos, Wenn, lo dices como si ésto fuera muy a diario en mí- el tono burlón y despreocupado del muchacho hizo que la chica se enadara aún más-. Ésta vez fue un licántropo, ¿contenta?- explicó sin borrar la sonrisa de su rostro-. Escondía ésto- le mostró el objeto dorado que sostenía en las manos.
    Wenndy se acercó para poder verlo mejor. Se trataba de un medallón de oro con una extrala insignia tallada en la cara frontal. La muchacha parecía confundida mientras le arrebataba el medallón y lo examinaba en sus manos.
    -Lo robó- continuó James-. Y verás, mi querida Wenn, robar es un delito...
    - ¿Y nadie te ha dicho que matar lo es también?- Wenndy le devolvió el medallón y se giró para llegar a una mesilla con varios materiales de curación.
    - Lo sé- respondió el muchacho y se metió el medallón en el bolsillo de la camisa - Pero ese licántropo me debía mucho. Ahora estamos a mano.
    Wenndy sacudió la cabeza con incredulidad y se volvió al muchacho con una gasa limpia en una mano y un oloroso líquido en un frasco en la otra. Vació un poco de líquido en la gasa  y la pasó por las heridas en el rostro de James. Éste gruñó de dolor, pero no protestó.
    - Voy a devolver el medallón a su dueño original- dijo él, haciendo una mueca de disgusto. El líquido le quemaba ahi donde el lobo le había rasguñado-. Te conozco, Wenn, así que por favor no trates de detenerme... o de ponerte histérica... ¡Aghh!
    James se retorció en el sillón, apartando a la chica de un empujón. 
    - Es tu culpa- le reprochó ella y se volvió para lanzar la gasa llena de sangre a la basura. Cuando regresó con el chico, sacó su estela del bolsillo y comenzó a dibujarle un iratze en la mejilla.
    James sabía que era su culpa, pero no le gustaba verlo de esa manera. De vez en cuando se escapaba de casa y se colaba en el mundo subterráneo, sólo por diversión. Le gustaba asustar a las hadas, molestar a los hijos de la noche y salir con las licántropas de los bares de la ciudad. Wenndy sabía todo aquello, y sin embargo lo ignoraba. Sabía que no podía cambiar la forma de ser de James y prefería tomárselo con serenidad. Ella era su cómplice cuando llegaba a casa sangrado, herido, molesto. Y lo ocultaba a Beatrice, o a cualquiera que sospechara algo.
    Así que cuando James le agradeció y salió por la ventanilla abierta hacia la calle, Wenndy no dijo nada.

    La mañana llegó a la ciudad como siempre. Puntual, nueva. El cielo estaba cubierto de nubes grises cargadas de agua y el aire tenía ese sabor otoñal de Inglaterra.
    Emili abrió la ventana de su habitación de par en par y sintió la fresca brisa llegada desde el Támesis rociándole la cara.
    Era temprano. Acababan de dar las seis cuando bajó de su habitación dando brincos hacia la cocina. Un olor ahumado la embriagó de repente. Emili se sorprendió. Ben estaba parado frente a la estufa sosteniendo en una cazuela algo que parecia quemado y pegajoso. 
    - Ben, ¿qué rayos haces?
    El hombre se sobresaltó al oir su voz. Seguramente no la había oido entrar.
    - Estofado- carraspeó él.
    Emili soltó una carcajada chillona y fué a sentarse a una silla.
    - Pues no tengo hambre, tío- exclamó en tono de broma.
    Ben le dirigió una mirada de desaprobación y después se encogió de hombros. 
    - Como quieras- dijo mientras ponía un par de platos a la mesa y vaciaba la cosa pegajosa en ellos-.  De todas maneras, es mi casa. Y puedo hacerme de comer cuando quiera... 
    - Tranquilo, Ben. No te enojes, solo era broma. 
    Ben sirvió agua en dos vasos y le tendió uno a su sobrina junto con un plato.
   - Entonces come- le ofreció con una media sonrisa antes de acomodarse en una silla frente a ella.
    Emili dió un mordisco a la cosa quemada y pegajosa que tenía en frente. No estaba mal, en realidad. Tan solo un poquito quemado y ya, pero conservaba el sabor salado de la carne. 
    Recordó a Maggali diciendo que el comportamiento de Ben, algo torpe y protector, se debía a la edad...¿Cuántos años tendría Ben? Treinta y tantos, cuarenta y pocos.. No era viejo, ni por su aspecto, ni por su actitud. Era alto y delgado, con una piel canela y arrugada ahí donde las comisuras de sus labios se curvaban cuando sonreía y en su frente cuando se molestaba. El poco cabello liso que le quedaba era de un café oscuro, por lo que las canas eran más notorias que si fuese rubio o castaño claro. Sus ojos le recordaban a su madre, a Clarice. Tenían los mismos ojos almendrados y amistosos. Y acuerdo a la actitud, era comprensivo, maduro y responsable. Algo despistado y tímido a veces. Emili llegó a preguntarse alguna vez por las novias que había tenido, si es que habia tenido. Ya que tiempo atrás había sido muy guapo.

   El Instituto de Southampton era una construcción enorme. De extensión de toda una manzana, contaba con un dos pisos y la planta baja, que eran los salones de los más de  cuatrocientos estudiantes. Al centro del Instituto se alzaba un kiosco de piedra, estilo bohemio, rodeado por bancas de hierro y cuatro fuentes con base de flor, llenas de agua verdosa y enlamada. Todo eso se encontraba en el jardín; las lilas y los rosales adornaban el césped húmedo,  señalado con letreros de "no pise el pasto" o " no tires basura". En ellos zigzagueaban como serpientes una serie de senderos, que se perdían entre los enormes sauces que tapaban la poca luz del sol, por donde andaban los alumnos durante el receso. 
    A Emili todo aquello le parecía hermoso. Era una de las razones por las que amaba asistir al Instituto. Le parecía una especie de iglesia gótica del siglo XIX; con lo enorme que era y lo oscuros que parecian los pasillos. Pero en realidad había sido tiempo atrás una vieja casona para una familia de clase alta del siglo pasado. Lo cual explicaba lo del kiosco y el arreglado jardín. 
    Justo pensaba en eso mientras caminaba rumbo al laboratorio. Sus botas escolares de tacón bajo hacían crujir las hojas secas que soltaban los sauces marchitos. Alzó la barbilla hacia el cielo gris; seguramente no tardaría en lloviznar.
  
   Era fácil colarse en casas de mundanos. No se necesitaba más que un simple hechizo de localización, que había estudiado años atrás en uno de los libros de magia en casa de Bea, para en buscar al dueño de el medallón. El hechizo lo había guiado por la parte norte de la ciudad; jalándolo primero a una biblioteca, al aeropuerto, a una pequeña casita de dos pisos, y luego a otra cerca del támesis, junto a un puente, por lo que creyó que el dueño debería estar en constante movimiento. Iba saliendo del último lugar indicado cuando el hechizo lo hizo cambiar de dirección. Lo guió por las calles traficadas del centro, abarrotadas de seres. Pasó junto a la gente sin llamar la atención. Se felicitó a si mismo por haberse puesto un glamour, pues la gente creería loco a cualquier chico que caminara manteniendo una moneda frente a él, como si fuera una brújula, y cambiara bruscamente su caminar de ir al rente, y luego doblar repentinamente a la derecha.
    Hasta que por fin lo vió.
    Era enorme y anticuado. Las torres se alzaban en frente de él, cubiertas con amplios ventanales y banderas con escudos que ondeaban con el aire. La entrada estaba dividida a la calle por un extenso portal de hierro negro. Escaló el portal sin problema y apareció en la entrada de aquel edificio magnífico. 
    Había oído del Instituto de Southampton, claro, e incluso había estudiado algo de su historia. Pero jamás lo había visitado.
    Tenía el aspecto de una iglesia en la entrada; con baldosas cubriendo una parte del césped, formando un amplio sendero que conducía a la entrada principal, que se alzaba gigantesca. 
    La puerta estaba entreabierta; James entró usando aún el glamour y el hechizo de localización. Aún así, se mantuvo alerta por si algún mundano daba sintomas de poder verlo.
    Dentro, el golf del Instituto era un rectángulo de cuatro paredes. A la izquierda estaban las oficinas, econdidas dentro de un pasillo bien iluminado. A la derecha estaba una sala elegante done esperaban un par de estudiantes y unos cinco adultos. James los miró con fijeza, pero ellos no notaban su presencia. 
    Al otro lado estaban lo que parecían salones. James cruzó hacia ellos manteniendo en alto el medallón dorado. Éste lo quió derecho. Pasó junto a los salones, hasta llegar al último salón de aquel pasillo, que se dividió en dos. Caminó por el que doblaba a la derecha, que era más amplio y largo. A su derecha estaban clavadas las puertas cerradas de lo que debían ser más  salones. Y a su lado izquierdo se encontraba un extenso jardín de lilas y rosas, y fuentes enlamadas con base de flor. Era un jardín puede que del tamaño de la Gran Plaza; solo que éste contaba con florales bien cuidados y grandes árboles que tapaban los pocos rayos de sol y hacían que todo pareciera más oscuro y misterioso. Se escuchó a lo lejos una campanada y de repente había una multitud de alumnos mundanos saliendo de los salones al jardín. Pasaron junto a James sin mirarlo, sin sentir su presencia mientras él observaba con admiración. Las chicas iban vestidas con faldas grises, camisa blanca y chaleco y suéter de lana, del mismo color triste de las faldas. Algunas llevaban el largo cabello sujeto con listones blancos, otras lo mantenían en su lugar con boinas envinadas. Los muchachos usaban chaleco, camiseta, pantalón, y corbata. Todos con el mismo color tristón. James no se dió cuenta de que estaba sonriendo hasta que le dolieron las mejillas. Recordó cuánto le gustaban los mundis.
    Se encaminó por los senderos del jardín, dejándose llevar por el aroma de las flores y el césped húmedo, con las manos en los bolsillos. Caminó despreocupadamente por un sendero empedrado que conducía a un pequeño kiosco de plaza. Subió por sus escaleras de piedra, mojadas y enlamadas por la lluvia otoñal. Caminó hasta llegar a la fachada del kiosco para recargarse en la barandilla.
    Era un hermoso panorama: el jardín extendiéndose hasta la infinidad, los cedros tapando el cielo como una red de hojas y ramas; los humanos paseando bajo las sombras de los árboles; iluminados por los rayos de nítida luz que entraban entre los árboles... Y entonces la vió. 
    Era una chica... no, era una niña, y no más. Estaba sentada en una de las bancas de hierro oxidado que rodeaban el kiosco donde él descansaba. La niña sostenía en su regazo un grueso libro sin portada y lo leía sin piedad. James sacó el medallón del bolsillo y se encaminó hacia ella... pero no, no era quien él buscaba. 
    Y cuando se volvió para verla, se topó con un par de ojos verdes divertidos, que lo miraban... o miraban a través de él.
     -¿ Disculpa?- habló la chica, haciéndo a un lado el libro sin despegar los ojos de la mirada de James. 
    El muchacho estaba confundido. Ella... lo podía ver... pero era una mundana, una simple mundana....
    - ¿Sí?- dijo él, seguro de que ella lo veía.
    La joven se encogió de hombros.
   -¿Qué quieres?- tenía una voz dulce y fuerte.
    - Creí... que eras la persona que buscaba- le respondió de la manera más educada posible.
    La muchacha dirigió una mirada sospechosa detrás de él y luego regresó.
    -Perdón- le dijo- no nos conocemos.
    - Lo sé- dijo James con una sonrisa y se guardó el medallón en el bolsillo- Disculpa.
    Dió media vuelta, sintiendo la mirada curiosa de la niña clavada en su espalda. Pero cuando regresó al kiosco, ella ya seguía absorta en su libro.
    James pasó la siguiente media hora observando a la muchacha, esperanzado de que ella lo volviera a mirar, pero ella no despegaba la mirada del libro. Y cuando los alumnos volvieron a clase, se dispuso a seguirla. Y no se hubiera detenido de no ser por que una sombra entre los arbustos llamó su atención. 
    James dió media vuelta para encararse a lo que se ocultaba en la oscuridad. Posó la mano derecha sobre el cuchillo serafín que llevaba en el cinturón, preparado..   
    Y de repente se encontraba luchando contra una espada, blandiendo el cuchillo que él ocultaba en el pantalón contra la espada que parecía entre los arbustos. Entonces el cuchillo salió disparado y se estrelló en el césped húmedo. Le temblaron las manos. Y escuchó una risa grotesca, una risa masculina y familiar...
    -¿Daniell? 
    La risa se acrecentó hasta convertirse en una carcajada mientras que de las sombras aparecía un muchacho alto y delgado. Sus cabellos dorados rebotaban mientras movía la cabeza.
    - ¡James, amigo!¿Qué, creías que no iba a venir?
    A James se le subió la furia a la cabeza.
    - Pues digamos que tu fantástica entrada me tomó por sorpresa- respondió el muchacho mientras tomaba la daga del suelo- ¿Cuándo llegaste? Creí que no vendrías hasta dentro de otra semana y...¿cómo me encontraste? ¿Te contó a caso...-su voz se apago cuando estuvo a punto de pronunciar el nombre de Wenndy.
     -¡Nadie me ha contado nada!- continuó Daniell, sin parar de reir-. Justo iba trepando las azoteas rumbo a casa cuando te vi... ¡Debiste ver tu cara cuando te ataqué!
     Ignorándolo, James dió media vuelta y se dirigió hacia la salida del Instituto, sintiendo la compañía de su compañero pisándole los talones.


    La casa de Beatrice tenía ese aroma a comida proveniente de la cocina. Daniell usó su estela para abrir el cerrojo de la puerta de entrada. 
    Como siempre, en casa todo estaba ordenado y limpio. Beatrice tenía un gusto gótico y rústico en la decoración. La salita de entrada olía a incienso. 
    Los dos muchachos entraron a la cocina. Wenndy cocinaba con el cabello rizado atado y un delantal rosado . Se volvió al oir entrar a los chicos en la habitación.
     -¡Daniell!- gritó al ver a su hermano en la cocina y se hechó a correr hacia él. Daniell la abrazó sin soltarla por un minuto.
    -Si, hola- dijo James teatralmente. Los esquivó mientras se dirigía a inspeccionar el refrigerador.
     Había pasado casi un mes desde la última vez que Wenndy había visto a su hermano.
    -¿Dónde está Beatrice?- preguntó Daniell al tiempo que dejaba a Wenn en el suelo y ésta volvía a cocinar.
     - Salió un momento- respondió la chica- Una llamada de la Clave. No tardará.
    James asotó la puerta del refrigerador con un gesto amargado y fué a sentarse a la mesa. Daniell lo siguió.
    - Seguro que no- confirmó James- La clave no ha tenido una misión importante desde hace más de.. ¿cuánto? ¡tres años! ¿Por qué la llamarían entonces?
    - Quizá por que es la institutriz de los únicos cazadores de sombras en Gran Bretaña...- aventuró Daniell.
    Wenndy se encogió de hombros mientras servía la comida a su hermano.
    - No lo sé, pero hoy cociné pastel de carne- anunció- De haber sabido que vendrías, habría cocinado algo mejor...
  - Calla, Wenn- la interrumpió Daniell mientras daba un mordisco al pastel-. Estoy hambriento.
     James tenía la vista puesta en el medallón que sostenía en ambas manos. Wenndy se inclinó para extenderle un plato.
    -¿Encontraste al dueño de esa cosa?- preguntó cuando James se lo guardaba en el pantalón.
    - No- respondió él-. Creo que me lo voy a quedar- tomó un bocado del pastel de Wenndy, quien se acomodó junto a su hermano para comer- ¿Qué tal está Idris, Daniell?- preguntó, como queriendo evadir el tema.
    - Tranquilo- Daniell se llevó a la boca el último pedazo- Llegué a tiempo para la elección del nuevo inquisidor; son muy pocos ahora en realidad... los que habitan ahí. Nada nuevo, en realidad.
    Daniell se levantó y enjuagó su plato en el lavadero. Después se volvió y besó la coronilla de su hermana.
    - Me voy a dar una ducha- anunció de espaldas mientras salía por la puerta.
    Cuando estuvieron solos, Wenndy le dirigió una mirada asesina a James, quien la miró confundido.


    Emili adoraba la tarde después de la escuela. Ben no estaba en casa y ella se hacía de comer. Su tío trabajaba en un edificio cerca del Támesis; Emili no sabía muy bien a qué se dedicaba, lo único que tenía en mente era el número y la dirección de su oficina.
    Así que cuando llegó a su habitación, lo primero que hizo fue tumbarse en la cama. La lluvia traqueteaba en la ventanilla como pequeñas piedrillas golpeando el cristal. Faltaban casi dos horas para que se reuniera con Maggali en la biblioteca. Ben volvería a casa en menos de una hora. Tenía que ducharse rápido si quería estar lista a las seis para verse con su amiga... Pero no siguió pensando, por que en ese momento se quedó dormida.
    La despertó un chillido suave proveniente de la planta baja. Atontada, se puso en pie y salió tambaleante de la habitación. El sonido se iba haciendo más claro y fuerte conforme bajaba las escaleras; los tacones sonando ruidosamente en la madera.
    El sonido, proveniente de la cocina, se trataba de la voz de Ben hablando con alguien. Emili comenzó a marearse. ¿Tanto se había dormido? Silenciosamente se colocó junto a la pared, al lado de la puerta de la cocina. 
    - No eran muchos...- decía Ben, pero nadie respondió. Quizá hablaba por teléfono-... cerca del museo... ajá... No, no creo que sea necesario avisarle a ella... tan solo mantén atentos a tus muchachos... sí, también lo estaré yo... Gracias, Joel... Adiós-. Y se escuchó el sonido del teléono al colgar.
    Emili respiró hondo. ¿No eran muchos? ¿Mantenerse alerta? ¿Qué había pasado? Pestañeó para volver en sí y entró a la cocina con indiferencia.
    Ben estaba recargado en el lavamanos con un trapo sucio en las manos. Se movía frenéticamente; al parecer lavaba el trapo en el lavadero, sin darse cuenta de que ella había entrado en la cocina. Emili estuvo varios segundos frente a la mesa, mirando a Ben. ¿Qué debía hacer? Preguntar... ¿Qué ha pasado, tío? ¿Estás bien? ¿Qué haces con eso? ¿Con quién hablabas?. Y mientras se preguntaba todo aquello, Ben se volvió y la miró sorprendido, ocultando la tela mojada entre las manos. 
    - Emili, no te oí entrar...- la examinó de pies a cabeza. Aún llevaba el uniforme y su cabello se había soltado de las trenzas- Creí que ibas a salir con Maggali.
    Emili sacudió la cabeza para entrar en razón. 
    - Perdí la noción del tiempo- masculló, frunciendo el ceño. El reloj de la cocina marcaba las cinco con cuarenta- ¿Qué haces?
    Ben se miró las manos mojadas, apretó el trapo, tapándolo de vista.
    - Limpiaba la mesa.
    Emili se lo quedó mientras arrojaba la tela sucia a la basura y se volvía para quitar de la mesa un par de platos.
    - ¿Ya has comido? - preguntó Ben al tiempo que abría las puertas de la alacena de par en par.
    A Emili le disgustaba que Ben le mintiera. Lo había hecho una que otra vez cuando no quería que ella saliera a la calle de noche, o cuando iba a recogerla al Insti después de clases ,fingiendo que por casualidad había pasado por ahí después del trabajo, sólo por que temía que le pasara algo si ella regresaba sola a casa. Pero ésta vez era extraño. Había algo en el tono de voz de su tío que le decía que estaba mintiendo. 
    - ¿Con quién hablabas?- preguntó ella, y fué a sentarse al comedor en un gesto de impaciencia.
    Ben se sobresaltó al oir esa pregunta. Dejó caer el vaso de plástico que había tomado de la alacena y éste se estrelló contra el suelo estrepitosamente.
    - Creí que estabas dormida- la acusó él mientras se agachaba para tomar el vas del suelo.
    - Lo estaba, pero tu voz me despertó. ¿Todo... todo está bien?
    Ben ladeó la cabeza hacia la muchacha, mas no la miró.
    - Oh, si. Hablaba con Joel...- la voz del hombre sonaba firme, al igual que sus manos al servir agua en el vaso. Pero su rostro reflejaba inseguridad. Un problema en la... oficina. No hay que preocuparse, niña.
    Ben metió una mano en el bolsillo a la vez que se tomaba toda el agua despreocupadamente.
    - Me voy a duchar. Se supone que me reúno con Maggali a las seis..- dijo la chica, dirigiendo una mirada vaga al reloj de la pared.
    - Por supuesto- Ben se acercó y colocó el vaso en la mesa. Alzó las manos, como queriendo tocar el rostro de la chica- Vuelve antes de las nueve, y no salgas de los límites de la ciudad, por tu bien- ordenó, pellizcándole animadamente una mejilla.
   A Emili le pareció que las manos de Ben desprendían un resplandor azul.
  
   La tarde con Maggali pasó tranquila y ajena a todo. Pasearon por la plaza, compraron un helado antes de visitar la biblioteca (uno de sus lugares favoritos en la ciudad). Y a pesar de todo, Emili no dejaba de preocuparle Ben. Le había mentido, estaba segura. ¿Por qué?. O quizá era cierto que hablaba con algún compañero de trabajo y que a ella no debía importarle en absoluto.
    Antes de las nueve llegó a casa. Estaba sola. En la estufa había algo calentándose; agua hirviendo. Emili encontró entonces una nota de Ben en el refrigerador.
    "Salí por leche. No apagues la llama de la estufa"
  Arrancó la nota y la rompió en pedacitos, temiendo lo que tenía en mente... y definitivamente, había dos botellas enteras de leche en el refrigerador. Arrojó los pedazos de papel a la basura, cayendo sobre el trapo sucio que Ben lavaba en la tarde. Temerosa, se inclino y tomó la tela por un extremo. Aún estaba húmeda, sintió, mientras la alzaba para poder verla bien...
    ...y enseguida la soltó, ahoganso un grito de repugnancia y horror por que aquél trapo estaba totalmente cubierto de sangre.


    


    
    
    
    
    

   
    
    
    
    
    

1 comentario: