Capítulo 2
El Medallón Dorado
Emili pasó la mañana preocupada. Había sangre en casa de Ben. Su sangre, quizá. O peor aún, la sangre de otra persona. No sabía qué hacer.
Interrogar a Ben le traería graves consecuencias (la desconfianza por parte de él, por ejemplo) e incluso volvería a mentirle. Pensó en llamar a sus padres y contarles lo ocurrido: la llamada, la actitud extraña de Ben, la tela manchada de sangre.. Pero pensó que eso sería algo cobarde, y renunció a ésta última idea al recordar lo histérica que se pondría su madre.
Sin más, tomó el libro de cuentos que había le regalado su padre y que había leído más de una vez, y fue a sentarse en las bancas de hierro frente al kiosco del Instituto. Intentando despejarse la mente, abrió el libro en la página que se había quedado el día anterior y continuó la lectura.
El libro era un conjunto de cortas historias ficticias, o eso parecían. Al principio Emili creyó que todas eran viejas leyendas de algún pueblo europeo, o incluso que podrían ser moralejas medievales. Pero pasó el tiempo y conforme se familiarizaba con la culta y misteriosa manera que redactaban las palabras del libro, se dió cuenta de que las historias eran más reales de lo que pensaba.
Narradas por nadie en general, hablaban sobre seres vestidos de negro, que luchaban contra demonios horribles, con espadas y dagas. También había dragones lanza fuego y mencionaba a los hombres lobo como Hijos de la Luna. Había hadas que se describían hermosas, pero con un corazón maldito, por que eran mitad demonio.
Pero sobre todo, hablaba de ángeles.
Había leído apenas una página cuando algo frente a ella, sobre el viejo kiosco, llamó su atención.
Era una silueta humana. Un muchacho. Estaba recargado en uno de los pilares que sostenían la fachada del kiosco. Las sombras tapaban su rostro, pero Emili estaba segura de que la observaba.
Distraídamente, volvió la mirada tratando de concentrarse en el libro. Y después de cinco segundos, desvió la mirada nuevamente hacia la silueta.
Se mantenía en la misma posición, tan solo parecía haber caminado un par de pasos hacia adelante, pues ahora podía ver su boca con claridad, torcida en una sonrisa.
Notó que era el mismo muchacho del día anterior. Llevaba puesta la misma camiseta celeste, el mismo chaleco negro y aquellas botas de cuero. El joven caminó hacia adelante y se recargó en la barandilla de granito del kiosco, frente a ella, mirándola con ojos curiosos. Emili se quedó sin palabras.
El muchacho que la observaba era deliberadamente hermoso. Tenía un rostro delineado y perfectamente proporcionado; de una piel blanca y limpia. Los labios carnosos, retorcidos por una dulce sonrisa, sus pómulos sobresalientes y ruborizados. Sus nariz era extrañamente recta y sus ojos eran un par de finas líneas curvadas hacia abajo, enmarcados por pestañas largas y espesas. Fruncía el ceño y parte de la frente estaba tapada por cabello negro, rizado y espeso. A Emili le recordó a los guerreros que aparecían en su libro, mitad ángel y mitad humano...
Y entonces el ser habló.
- ¿Podría preguntarte por qué me miras de esa manera?
Emili, regresando en sí, se enfurruñó.
- Soy yo quien debería preguntarte por qué me mirabas así antes de que yo te mirara- dijo, alzando la voz hasta convertirse en algo así como un grito.
Los alumnos que pasaron junto a ella se la quedaron mirando divertidos.
-Shht- la calló el muchacho- Llamas la atención.
-¿Y tú no?
El chico arqueó las cejas.
- A decir verdad, no. Tus amigos no pueden verme-. Emili sacudió la cabeza, pero él decía la verdad. Los estudiantes que caminaban junto a ella no parecían poner atención al muchacho que hablaba encima de la barra- Pero a ti sí, y si me sigues gritando de esa manera pensarán que estás loca.
Emili frunció el ceño y se dió la vuelta para tomar el libro y caminar de vuelta al salón de clases, pero una voz arrogante la detuvo.
- Espera- dijo el muchacho, que había bajado del kiosco de un brinco y se dirigía caprichoso hacia ella- No quise ofenderte.
Nuevamente, Emili se quedó sin palabras.
-Justo a ti te estaba buscando- continuó él, mientras se paseaba en círculos al rededor de Emili- Me pareció raro que seas la única en éste instituto que sea capaz de verme.
Emili, más que asustada, estaba confundida. Se limitó a clavar la mirada en el muchacho con la intención de demostrarle lo molesta que estaba, pero él continuaba caminando en círculos a su alrededor.
-Entonces regresé ésta mañana y te encontré en el mismo lugar, leyendo el mismo libro.
Emili se quedó inmóvil con el libro bien sujeto sobre el pecho. El muchacho paró de caminar y ahora se dirigía de vuelta al kiosco, de espaldas a ella.
Sabía que debía ignorarlo; que el muchacho era un extraño, un loco quizá, con eso de que nadie podía verlo más que ella. Además no era un alumno, pues no llevaba el uniforme que era obligatorio. Y actuaba de una manera tan más extraña...
Ignoró todo aquello, dió media vuelta y se encaminó hacia las escaleras por donde el joven subía también.
-¡Espera!- gritó ella casi sin pensarlo, y se le subió la sangre a la cabeza-Ayer dijiste que no era yo a quien buscabas... y ¿cómo dices, que sólo yo puedo verte...?
Él siguió caminando hasta llegar al otro extremo del kiosco, y bajó por las escaleras sin responder aún. Emili lo siguió, como si estuviera hipnotizada.
-He pensado que quizá puedes verme por que tienes la Visión- le respondió sin dejar de caminar. Se adentraban por un estrecho sendero que se perdía entre los árboles- Y te buscaba por eso mismo- le dirigió una rápida mirada- Pareces una persona curiosa, tanto por que puedes verme como por que te sientas sola a leer...
Emili se tuvo que apresurar por el camino empedrado. La voz del muchacho era apenas un murmullo a aquella distancia; a pesar de que él caminaba, avanzaba más rápido que ella, que trotaba para poder oir su voz.
-¿Cómo que "tengo la Visión"?
El joven dobló a la derecha y saltó la cerca que los dividía del césped, para llegar al otro lado del jardín.
-La Visión es el don que tienen algunos mundanos y que les concede el poder ver a seres como yo- explicó él, dándole la espalda para andar entre los rosales.
-¿Y eso es malo?- Emili se sentía cada vez más curiosa. Se recargó en la cerca de madera que él había brincado. Se le tenía prohibido cruzar hacia el otro lado y pisar el pasto- Que tenga la "Visión", quiero decir.
El muchacho se detuvo de repente, cerca de ella. Su voz se oía claramente.
- Yo no diría que sea malo. Puedes verme, ¿no?. Y eso no es para nada malo. Yo diría que tienes suerte, niña.
Emili frunció los labios. ¡Cómo odiaba que la llamasen niña!
- Me has llamado antes munde.. mundi.. algo. ¿Qué eres tú?
- Te he llamado mundana: una humana común. Yo soy néfilim, un cazador de sombras- la sonrisa de el muchacho se ensanchó mientras caminaba un poco más hacia ella- No había conocido a ningún mundano que tuviera la visión. Tan solo había leído sobre ellos, no más. Pero ahora que te conozco...- la miró; los cabellos trenzados, el ceño fruncido de incredulidad, el uniforme arrugado, el libro contra el pecho- debo decir que estoy decepcionado.
El muchacho ahora estaba frente a ella. Emili pudo ver que era muy alto y delgado. La camisa azul le quedaba suelta en la parte de la cintura, y las mangas arremangadas dejaban al descubierto la piel desnuda de sus manos y antebrazos. Tenía extraños tatuajes curvados hechos con tinta negra.
-Cuánto lo lamento- le dijo ella-. Pero hace diez minutos ni yo misma me hacía a la idea de que tenía la Visión.
El joven mostró sus dientes blancos en una sonrisa que ella no pudo evitar devolver.
-Yo no lo lamentaría- susurró él- Me llamo James Blade.
- Emili. Emili Brown.
Una campanada se oyó a lo lejos cuando ambos muchachos estrecharon las manos.
Cuando llegó a casa, Ben aún no estaba. Había pizza fría en el refrigerador, pero no le prestó atención. Subió las escaleras hacia su habitación y cerró la puerta con llave.
Su recamara parecía tan normal... La cama tendida, la mesilla de noche con objetos encima (una vela, un par de bocetos a lápiz, un cepillo, papeles viejos), el guardarropa medio vacío y las dos maletas en las que guardaba viejas cosas que solía utilizar en su casa en Nueva York.
Y sin embargo le parecía extraño todo eso, y fuera de lugar. Era mas bien como si ella no perteneciera ahí.
Sintió que las piernas se le doblaban, y se dejó caer en la cama, permitiendo que los recuerdos que había tratado de evitar toda la mañana regresaran.
Recordó al muchacho de cabellos negros observándola sobre el kiosco; no llevaba el uniforme como lo hacían todos los demás. Y era extrañamente... atractivo. Recordó su nombre.
James.
La había llamado mundana, y se había llamado así mismo cazador de sombras.
Le había dicho que tenía la Visión y que por eso lo podía ver. Aquello no le había parecido de la nada ridículo, o increíble. Por el contrario, había sentido como si todo aquello en realidad había tenido que pasar; como si hubiera estado escrito en alguna parte que conocería a ese muchacho, y entonces lo había hecho, y todo estaba bien.
El muchacho tenía razón; nadie mas que ella en el instituto lo podía ver. Era algo claro, pues nadie le había mantenido la mirada las veces que él había pasado entre ellos, y ninguna chica se había mostrado interesada; ni siquiera lo habían mirado. A menos que todo fuera producto de su imaginación... pero no, todo había sido real.
Y quedaban más preguntas que ella misma no se podía responder. ¿Quién era James en el instituto? ¿Por qué había ido a ella, si el otro día había dicho que no era la persona que él buscaba?
Entonces recordó la charla de Ben por teléfono.
-¡Ésto ya no es normal!- Wenndy volvió a tomar el teléfono por quinta vez y volvió a marcar el mismo número.
Daniell estaba sentado en uno de los sillones de la salita leyendo uno de los viejos libros etiquetados de Bea. A veces Wenn se preguntaba cómo es que hacía su hermano para hacer varias cosas tan complicadas a la vez. En éste caso; leer y escuchar los gritos preocupados de ella.
- Seguramente le asignaron alguna... misión- dijo él sin despegar los ojos del libro.
Wenndy colocó el teléfono en la mesa al dejarse claro que nadie iba a contestar.
-Pero Daniell- su voz ahora era un pacífico susurro, más bien como un murmullo de súplica- hace ya un día desde que se fué...
-¿Cómo sabes que no la han enviado a Idris?- cuestionó él y se subió los lentes con el dedo, sin ignorar el libro.
-Y si así fuera, ¿crees que no nos lo haría saber?
La puerta de la sala se abrió. James entró tranquilamente; sostenía esa medalla de oro entre las manos, y la observaba misteriosamente.
- Deberías calmar a tu hermana, Daniell- caminó, pasando junto a la muchacha, hasta llegar al ventanal que daba a la calle- Se preocupa demasiado, y el preocuparse demasiado causa enfermedad.
Wenndy lo observó con incredulidad mientras él colocaba el medallón a la altura de sus ojos para observarlo a contra luz.
Daniell, que seguía con la vista atenta en las letras, coincidió:
- James tiene razón, Wenn. Relájate. Sabes tan bien como yo que Beatrice es una mujer de carácter, y es valiente. Ella está bien. No te pongas histérica.
Wenndy pasó la mirada asesina de James a su hermano, y el rostro se le puso rojo ardiente. Gruñó y salió de la sala dando un portazo. James rió entre dientes.
- Para ser gemelos, no se parecen en nada.
Daniell se acomodó los lentes y cambió de página.
James trató de centrarse en el objeto dorado que sostenía con los dedos. Cerró el ojo izquierdo. Después el derecho, abriendo el derecho, y observó atentamente. La luz del sol proyectaba pequeñas y delgadas rayaduras por todo el contorno del pequeño círculo dorado, que era del tamaño de su dedo pulgar. Se dió la vuelta y se instalo en la silla de roble del escritorio.
El medallón parecía una moneda grande. Era completamente redondo y liso por sus dos caras. Era pesado como la plata, y dorado como el oro. Por la cara frontal tenía varias figuritas talladas que lo adornaban delicadamente.
Desde el contorno, diminutas estrellas perfectas completaban un círculo alrededor del contorno. Entrelazadas con éstas había más pequeñas estrellas, formando así un patrón de ondas que se hacían pequeñas, envolviendo una A elegante tallada. Por debajo de la letra, minúsculas palabras en latín se curvaban para formar una frase. Quinque vivi in potestatem. Dió la vuelta al medallón, donde se veía una estrella de cinco puntas formada por cinco líneas que se cruzaban unas con otras. Cada punta señalaba un objeto; las sencillas lineas curvas que era la runa nefilim; un extraño ojo( un óvalo con un pequeño círculo dentro); otra indicaba un círculo torcido con huecos tallados que le hacían parecer una luna; una silueta en forma de gota..¿pero, de agua?; y la última punta señalaba hacia un diminuto triángulo de tres lados iguales. La estrella le recordaba a los pentagramas que se usaban antes para convocar demonios; una línea de cinco puntas, tallada en oro.
Movió el medallón dorado entre los dedos. Los rayos de sol que se colaban por la ventana arrancaban destellos blancos al objeto mientras James lo movía.
Miró nuevamente la rase escrita en la cara frontal, y leyó en voz alta: -Quinque vivi in potestatem- y luego tradujo-: El poder en los cinco vivientes.¿Qué significará?
La runa néfilim, un ojo, una luna, una gota y un triángulo.
Se preguntó a quién había pertenecido aquel medallón tan extraño y elaborado.
Emili paseó la mirada disimuladamente por el jardín. Era jueves, razón por la cual el jardín de la escuela se hallaba solitario; por que los de doceavo grado tenían partido en el gimnasio, y media escuela asistía como espectadores.
Fue casi un alivio para ella que las bancas del kiosco estuvieran vacías. Era una ventaja si quería terminar por lo menos tres páginas completas del libro. Y por otra parte sentía desilusión.
No se veía a nadie desde donde estaba sentada. No habían alumnos ni maestros como solían rondar de un pasillo a otro, o por los senderos del enorme jardín. Y por lo tanto, James tampoco andaría por ahí...
Desilusionada como estaba, abrió el grueso libro por la mitad, tratando de hacer un inútil esfuerzo por mantener el mismo interés.
-¿Sería muy grosero al preguntarte... si no tienes otra cosa qué hacer?
Emili alzó la mirada del libro. Esa voz provenía de una alguna parte sobre ella.
Y entonces lo vio.
Sentado en la barda de piedra del kiosco, recargado en un pilar envuelto en enredaderas; parecía un ángel de cabellos negros bajo la tenue luz del medio día. James hacía girar entre los dedos un pequeño objeto redondo que Emili no pudo identificar.
-Pero hace unos segundos... tu... no estabas ahí- dijo ella tratando de mantenerse en postura. Cerró el libro y lo abrazó mientras se ponía de pie.
- Estaba por ahí- la corrigió el muchacho y la miró, escondiendo el objeto en un puño-. Entonces viniste sola y te seguí- su suave voz tenía el mismo matiz de diversión e indiferencia que el día anterior.
Emili se acercó más hasta quedar bajo las sombras del kiosco. Tuvo que alzar la cabeza para poder verle la cara.
- Veo que me sigues- cuchicheó nerviosa.
- De vez en cuando- James se inclinó sobre el barandal de piedra para observar a la joven con curiosidad.
Ella pestañeó un par de veces; había poca luz y tan solo visualizó la delgada línea que proyectaban sus dientes blancos. Iba vestido de negro, y solo se veían tres las manchas blancas que eran su rostro y sus manos entre la oscuridad. El jóven alzó una mano y la llevó hasta su rostro.
-Quinque vivi in potestatem- exclamó él y luego bajó la mirada hacia la muchacha- El poder en los cinco vivientes- la miró de una manera extraña, como si esperara a que ella entendiera- ¿Te pertenece?- bajó la mano, mostrando el objeto redondo, del color del oro.
Emili lo observó por un segundo y lo reconoció en seguida.
- Sí- tomó el medallón con delicadeza de la mano del muchacho, y lo miró- Creí que lo había perdido para siempre, ¿cómo lo encontraste?
- Se lo quité a la persona que te lo había robado- robado- Aunque me pareció extraño el no poder localizar a su dueño con ese hechizo; da igual. Quizá se deba a eso mismo de la visión...
- A ti todo te parece extraño,¿no?- sonrió Emili, a la vez que buscaba la cadena sencilla que colgaba solitaria de su cuello e introducía en ésta el medallón. Sintió un repentino alivio al notar nuevamente el peso del medallón en su pecho. James no había apartado la vista de ella-. Y a mi tú me resultas extraño.
Se la quedó mirando por un buen rato, recargado en el barandal, por tanto tiempo que ella creyó que se había dormido.
- Te queda bien- dijo él al fin- Nunca llegué a imaginar que te pertenecía a ti- sus ojos, un par de líneas curvadas hacia abajo; sabía que la miraba- ¿Es de oro? ¿Qué significado tiene la A?
Emili rozó con la yema de los dedos la letra que sobresalía junto a las estrellas.
-Es de plata, está bañado en oro. No se nada sobre la A. Aquellas palabras que pronunciaste...¿ Es lo que tiene escrito?
Recordó haber leído la frase escrita en latín varias veces, e incluso una vez investigó su traducción, pero no le había importado de todos modos.
James entrecerró los ojos.
- El poder en los cinco vivientes- recordó- es curioso. ¿Sabes lo que quiere decir?
Emili negó firmemente.
- No. Llevo conmigo el medallón desde que tengo memoria. No recuerdo quién me lo obsequió, y tampoco sé su significado. Pero ha vivido conmigo desde siempre.
James asintió como si al fin comprendiera todo.
- De todas formas- continuó ella- te agradezco que me lo hayas devuelto.
La sonrisa del muchacho se hizo más grande. De un ágil movimiento, saltó el barandal y aterrizó suavemente a su lado.
- Es un placer para mi- exclamó él haciendo una reverencia- Sería un honor que la señorita Brown me acompañara a dar una vuelta por el Instituto- guiñó un ojo.
- Para mi sería un placer- Emili se sonrojó al tratar de imitar torpemente el tono cortés de James.
Emprendieron la marcha ; ella con el libro contra el pecho y él con las manos en los bolsillos.
Dieron media vuelta en silencio junto a las bancas oxidadas. Emili se sintió intimidada ante las miradas que le lanzaba James junto a ella. Jamás alguien la había mirado así.
- Nefilim- susurró ella cuando se introdujeron en un estrecho camino serpenteante- ¿Hay más nefilim...como tú... en la ciudad?
Lo miró de reojo. Ahora él miraba fijamente al frente.
-Cazadores de sombras- su voz era neutra-. Somos pocos los que quedamos. Los hay en todo el mundo. Llevamos la sangre de ángeles desde nacimiento. El ángel Raziel. Nuestros padres son iguales a nosotros, y nuestros bisabuelos; es natural.
-Quieres decir que aquí, en Southampton, hay más como tú. Más cazadores...- lo dijo como una afirmación.
-No los hay. Somos los únicos en la ciudad. La actividad demoníaca podría estar en todas partes. Los monstruos entran por las salvaguardas (del mundo subterráneo), que son pocas. Los demonios podrían estar en todas partes, aunque no se ha sabido de alguno en años. Pero los néfilim están extintos.
- Demonios...- repitió ella- ¿Eres tú...
-... un demonio?- complementó él, y una burlona carcajada provocó que Emili se volteara para mirarlo- No. Por supuesto que no. Soy un cazador de demonios ¿no lo entiendes?. Vaya, supongo que no. Somos néfilim; existimos para acabar con los demonios que se introducen en el mundo de los humanos, en tu mundo.
"Eso puede que explique algo" pesó Emili, y tuvo que acelerar el paso para alcanzar a James, que al parecer no se daba cuenta cuando la dejaba atrás.
- Oye, James... mi tío Ben habló por teléfono con un sujeto el otro día... parecía muy preocupado...
El muchacho pareció confundido, pero mantuvo la vista al frente, sin detenerse.
- ¿Y?
- Hablaban de algo que atacaba el museo el martes pasado; que era algo que andaba en grupos... y encontré un trapo con sangre tiempo después que Ben había arrojado a la basura. Un trapo con mucha sangre. Mucha- notó como él fruncpia el ceño. No se estaba explicando bien- ... bueno, después creí que ... tú... los cazadores de sombras lo habrían atacado...
James relajó su postura, abriendo los ojos.
- No, Emili- su voz se tornó divertida como antes- Es imposible. No atacamos a los mundanos. Va contra la ley. Habrás malentendido su conversación.
- Sí- suspiró ella- ...quizá.
Sobre ellos se escuchó la campanada del medio día. Hora de ir a clase. James se volteó para quedar de frente a ella, y la miró a los ojos.
Por primera vez desde que lo había conocido, Emili descubrió su color.
Eran grises, del color del cielo de Inglaterra. Un gris sólido y duro. Pero no fue eso lo que llamó más su atención. Sus ojos almendrados, entrecerrados ligeramente cuando la veía, parecían tristes. Como si no quisiera ver por completo mucho tiempo.
-¿Te molestaría que entrara a clase contigo?
Emili retrocedió un paso.
-¿Qué? No puedes entrar ahí conmigo. No eres un alumno, no usas uniforme, y cuando ellos te vean...
La risa de James era como un suave tamborileo sobre el agua.
Aquella mañana en la escuela parecía demasiado... irreal.
James la había seguido hasta la entrada del salón de música y se había recostado contra la pared toda la clase, mirándola. Nadie lo veía. Nadie más que ella.
Pasó las clases pensando que parecía un ángel. Y la seguía a todas las clases en pleno silencio, como si fuese otro alumno; el más guapo y caballeroso.
Al final del día, el muchacho la acompañó hasta la salida y permaneció ahí.
-Esperaré hasta mañana- dijo él, y entonces desapareció entre la multitud.
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