jueves, 29 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 8 por: Sofi M


Capítulo 8
New Forest
      La mañana siguiente, Emili despertó antes de que saliera el sol. Era de madrugada, pero no sabía que hora era por que no se veía un reloj por ninguna parte. Dedujo que debían de ser entre las cinco y seis de la mañana, pues a esa hora muchas veces se había levantado en casa de Ben y se había familiarizado con el color del cielo mañanero y el helado viento que se colaba por la ventana a esa hora. Se incorporó en la cama y quedaron a la vista las maletas vacías y sus cosas regadas por toda la habitación. Y afloraron en su mente varias imágenes de la noche anterior...
      Se vio a si misma caminando en la oscuridad, guiada por la bella melodía; a James inclinado sobre el reluciente piano negro como su propio cabello, su perfil cuando ella se sentó en el alféizar, y e muchacho susurraba cosas sobre la libertad; sintió las manos de él en los hombros, los dedos clavándosele en la piel como si fuesen garras; James, pidiéndole que se marchara y luego él mismo había sido quien se marchó corriendo. Recordó haber regresado a su habitación sin saber muy bien cómo, había entrado al cuarto y pateado sus maletas hasta regar las cosas por todas partes, furiosa consigo misma.
       
       Después de unos minutos de reflexión, asomó tímidamente en la puerta para ver el pasillo. Estaba oscuro, pero no tanto como lo era en plena noche. Podía distinguir los con contornos de de las pinturas en la pared, las sillas aterciopeladas situadas entre sí a cortas distancias, las sombras de las gruesas cortinas de encaje que marcaban las paredes tapizadas, las puertas de las habitaciones.
       Miró a la derecha con un nudo en la garganta, pero se tranquilizó al ver que la puerta continua se hallaba abierta, como la había dejado ella al salir.

        La puerta doblegada de la cocina estaba entreabierta y se colaba a la salita un dulce olor a limón. A Emili le había empezado a doler el estómago en cuanto puso un pie en la alfombra roja del pasillo, pero no supo si era por el hambre u otra cosa. O ambas. Sus botas traquetearon en azulejo liso cuando entró a la cocina. Dentro, Wenndy, Beatrice y Ben se dispersaban de un lado a otro.
       -Ah, Emili- dijo Bea amablemente con una sonrisa, cargando en sus delgados brazos un montón de platitos pasteleros- .Buenos días, pequeña.
      -Buen día- respondió la muchacha con amargura. Odiaba que la llamaran pequeña; sabía lo bajita que era, pero acababa de cumplir los dieciséis.  Era toda una adulta.
      Beatrice la miró con sus ojos azules de manera divertida.
      -Siéntate- le ofreció, y le pareció de lo más extraño y simpático, mientras colocaba los platitos de porcelana en la mesa- .Debes tener hambre.
      Emili fue a sentarse a la mesa de mal humor, sin ofrecerse a ayudar en algo, como le hubiera gustado en otras circunstancias. Había algo extraño en la atmósfera de esa mañana. En primer lugar, ¿qué hacían todos despiertos tan temprano?.
      Ben se recargó en la mesa frente a ella y preguntó:
      -¿Recuerdas lo que me has dicho ayer por la tarde?- su voz se desvaneció, pareció vacilar- .Podrás ayudarnos... so tienes que hacerlo si no lo deseas.
      Se escuchó un suspiro por parte de ella.
      -Quiero hacerlo.
      Y era verdad. Emili estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Había pensado antes "mi padre y mi hermano son cazadores, son guerreros. Entonces también lo seré yo.". Y creyó, se había decidido a ayudar, por completo.
      No sabía por qué razón, ni mucho menos si sería correcto, se sentía especial.


     La chica rubia, Wenndy, fue quien preparó el desayuno. Ni Ben ni Beatrice tocaron la comida; fueron a sentarse a la mesa mientras la muchacha rubia servía en los platitos lo que se le llama un pay de limón. A apachurró el corazón cuando la puerta de la cocina se abrió en un chirrido y entró Daniell con paso firme. La puerta se cerró a su espalda.
       El desayuno sucumbió con normalidad; escuchó a Ben hablando con Bea -quien seguía siendo una extraña- sobre varios lugares en Inglaterra, no supo si estarían lejos o demasiado cerca, pero supuso que aquel temprano desayuno era para partir a uno de esos mencionados lugares. Se estremeció cuando Wenndy preguntó por James. <<Huyó- pensó Emili en respuesta- .A media noche salió corriendo de la habitación. >>
      -Debe de haber salido a uno de esos lugares nocturnos suyos- se respondió Wenndy a si misma en voz baja- ¿Cómo los llaman? Burdeles.
      -Tendré que hablar en serio con él- cuchicheó Bea para sus adentros, sacudiendo la cabeza-. Habíamos quedado para el entrenamiento de hoy...
       -Ya sabes cómo es- replicó Wenndy.
     Y dicho ésto, Ben se levantó de la silla y llevó el plato vacío al fregadero. Emili le siguió con la vista y casi se ahoga con un pedazo de pan al ver que su tío así no más, sin enjuagarlo siquiera, puesto que estaban en una casa ajena. Dió media vuelta y colocó extrañamente rente a la pared limpia, opuesta al televisor. Boquiabierta, observó como Bea se lo seguía.
      De una manera que pareció ser muy natural, Ben levantó los brazos hacia la pared y de sus dedos brotaron lo que parecía purpurina verde...
      -¡Ben, qué haces!
     Emili soltó un gritito agudo al pronunciar esas palabras y salió disparada de la silla.
      Atónita, se colocó junto a Bea, quien la detuvo bruscamente, y observó como su tío dibujaba un arco con sus dedos en la pared. Cuando terminó, el arco se abrió para dar paso a un extraño torbellino de luces negras, azules y rojas.
       -Saben a dónde ir- dijo Ben- .Es hora.
      Wenndy se puso en pie, quitándose el delantal de la cintura. Daniell, siguiéndola por detrás, parecía muy relajado. Pasaron junto a Bea, que les hizo una señal de aprobación y caminaron hacia el extraño portal. Alcanzó a ver como Daniell tomaba de la mano a su hermana gemela. Al momento en que los dedos de Wenndy rozaron el portal, este se transformó en un silencioso agujero negro; como un pozo de agua sin fondo, y los gemelos desaparecieron, engullidos dentro de él.
       Beatrice lanzó una mirada obediente a Ben y luego sonrió a Emili, para luego desaparecer tras los gemelos.
       Ben se volvió y miró a la chica. Emili estaba paralizada frente a él. Aquello le había parecido una escena de esos cuentos de fantasía que se había leído en su casa en Manhattan. Donde los protagonistas conocían seres maravillosos, que los transportaban a tierras mágicas y tenían aventuras que solo en los libros podían ocurrir.
       -Vamos, Emili. No tengas miedo.
       Ella miró atónita la mano que él le ofrecía,  la tomó lentamente, encaminándose hacia el portal.
     


      Y entonces caía. Al principio se sintió como si estuviera hundiéndose en gelatina fría; los pies y las manos pesadas a sus costados. Después sintió una helada brisa recorrerle la carne, revolviéndo los cabellos sobre su cara. No podía ver nada entonces, solo manchas borrosas a su alrededor, y el viento le hería los ojos. Era como caer al vacío. Poco a poco la caída iba acrecentando, pero estaba tan aterrada que todo le pareció pasar muy rápido. Sus pies tocaron bruscamente tierra firme y  se mordió dolorosamente la lengua cuando, por poco se estrella de cara con el suelo; a no ser que Ben no hubiera estado ahí ya seguramente se habría llevado un duro azotón.
       -¿Estás bien? -preguntó él mientras la soltaba.
      Ella no respondió, sino que se miró con asombro a su alrededor algo mareada, como un pequeño pez dentro de una gran pecera.
       Estaban en medio de un bosque, con pinos afilados y verdes por todas partes, con sus delgados troncos inclinados por el viento. El suelo era una gruesa capa de tierra húmeda y hojas secas y aplastadas. Agradeció internamente haberse calzado unas botas. Frente a ella, más allá se difuminaba un rayo de luz dorada que lo iluminaba todo con un fresco resplandor verde, por donde conducía un estrecho sendero que curvaba en los árboles.
       -¿Dónde estamos?- sentía el sabor óxido de la sangre en su boca.
       Beatrice y los gemelos habían comenzado a avanzar tranquilamente hacia el resplandor por donde llevaba el camino. Ben suspiró al asegurarse de que aún hablaba y le dio la espalda para avanzar con los demás.
       -New Forest- respondió el hombre a la pregunta de su sobrina.
       Con un gesto cansado, Emili se arremangó la blusa larga y se echó a andar tras el grupo. Las botas se le hundían hasta los tobillos cada vez que daba un paso en la alfombra que era aquel caos de tierra y ramas, pero la humedad de lugar calmó el mareo causado por la caída.
       -¿New Forest?- repitió ella como para sí- Nunca oí hablar de él...
       -Por supuesto que no. No está en ningún mapa mundano.  Solo se puede llegar a través de un portal-concluyó, mirándola de reojo.
       -Por supuesto.
      La luz dorada que entraba a raudales entre los huecos de los árboles y los arbustos fue creciendo conforme avanzaban ; los gemelos idénticos por delante, Bea pisándoles los talones y Ben varios metros por detrás, respaldado por una Emili sorprendida, que admiraba un auténtico bosque por primera vez.
      La luz provenía directamente del sol, que sobresalía entre las nubes en el cielo, cayendo sobre un amplio claro en el bosque verde. Era un enorme campo de colinas curvas y verdes rodeado en las esquinas por el espeso bosque verde, y más allá en el horizonte se veía una franja blanca que eran las copas nevadas de las montañas picudas. Al sur entre a los altos pinos, como un triángulo marrón, se alzaba una una cabaña de madera. Y por todas partes en el claro, como soldados de guerra, había soportes de tiro al blanco. Emili dedujo entonces que aquél debía ser el campo de entrenamiento para los cazadores de sombras de Inglaterra. Al volver la cabeza, vio como Beatrice se dirigía a la pequeña cabaña del otro lado. Ben se instaló tranquilamente bajo las sombras de los pinos.
       -Podemos comenzar- indicó a los muchachos.
       Confundida, Emili se dio la vuelta justo a tiempo para ver como Wenndy- que se había atado los gruesos rizos en una trenza- le lanzaba a su hermano algo plateado, que él atrapó sin problema.
       -Veamos que puede hacer la niña- masculló la rubia con esa vocecita chillona suya antes de comenzar a andar a trote hacia el otro lado del campo.
       Daniell, con el objeto plateado en la mano, corrió tras ella. Emili los observó por un momento con el ceño fruncido, y se volvió a ver a Ben , quien sonrió aprobatoriamente.
       Los gemelos, a pesar de que trotaban , iban muy por delante de Emili. Corrieron sin parar, rodeando el verde campo bajo las sombras de los árboles. Lo que entonces hacían no debía ser otra cosa que calentar para la fase siguiente. No habían recorrido aún la mitad del campo y Emili ya había comenzado a sudar y a respirar con dificultad el aire helado que emanaba del bosque. Daniell y Wenndy parecían estar platicando como si nada mientras corrían a toda velocidad, muy por delante de ella. Quiso darse de manotazos por no haberse recogido el pelo, que se le pegaba a la frente y cuello.
       Al final los hermanos la superaban por unos treinta metros de distancia, acelerando la velocidad a cada paso que daban; no parecían en absoluto cansados. Pero Emili ya no podía respirar y sentía que las piernas se le quemaban. Se detuvo al completar la primera vuelta.
       -¿Tengo que... continuar? - se quejó con voz entrecortada cuando llegó con Ben, que sostenía un objeto en forma de celular en alto y recorría el lugar con expresión atenta.
        -Está bien por ahora- dijo él, los ojos puestos en el objeto- .Esperemos a Bea.
       Beatrice se reunió con ellos unos segundos más tarde, cargando una gruesa bolsa de piel. Después de dos minutos, los gemelos aparecieron, al terminar su tercer vuelta, y no parecían ni un poco agotados. Cuando todos estuvieron juntos, Beatrice comenzó a sacar armas extrañas y variadas de la bolsa: tres espadas con empuñadura de acero; dos de ellas extrañamente iguales y alargadas, y la otra tenia aspecto más pequeño y abultado, mas como una daga grande, cada una envuelta en cuero; sacó un gran zurco de madera perfectamente tallada al tamaño exacto del de una espada, con mango de hueso. Éste último era demasiado grande, pero no parecía ser tan pesado como las espadas gemelas que Bea había entregado a Daniell y Wenndy. Cuando Ben anunció "no hay actividad demoníaca en el perímetro" comenzó el entrenamiento.

     Consistía en saber desenvainar una espada, saber blandirla frente al oponente, saber mantenerla en equilibrio, y por último enfundarla en el pesado cinto negro. No fue nada fácil para Emili, a pesar de que ella usaba un zurco de madera del tamaño y peso de una espada real. Después llegó el momento de chocarla con fuerza contra la afilada espada de Beatrice; chocarla por la izquierda y por la derecha. Emili temblaba de pies a cabeza y los nervios la amenazaban con hacerla caer, temiendo que el arma de Bea se le clavara repentinamente y le cortara los dedos. Frente a ella, Beatrice parecía tranquila, con una sonrisa animosa en el blanco rostro. A Emili le sorprendió de veras la paciencia con que la miraba aquella mujer de cabellos negros y ojos azul acero; parecía increíble que una mujer pudiera ser tan cuidadosa, tan divertida, cariñosa, paciente, experta y demás cosas como lo era Bea. Fue en ese primer entrenamiento cuando Emili comenzó a admirarla.
      Ben continuaba deambulando como zombi bajo las sombras de los pinos, sosteniendo sobre la cabeza aquel pequeño objeto en forma de teléfono celular, como si estuviera buscando algo oculto entre las ramas con una lupa sobre los ojos.
     Daniell y Wenndy tenían un épico duelo de espadas en el centro de la pradera. Daniell se movía con la agilidad de un gato, como un guerrero rubio, un ángel guerrero; mientras que Wenndy tenía la gracia propia de un tigre grotesco, y parecía mas bien una chica ninja de algún programa anime que luchaba contra maleantes callejeros.
      Entre los descansos, Emili observaba al rededor con curiosidad, tratando inútilmente de descifrar qué era lo que Ben buscaba con tanta atención.
       Aquél día aprendió a desenvainar una espada -en forma de zurco- y a blandirla, a meterla en la funda del cinturón con la mayor rapidez de la que le permitieron sus débiles brazos y a mantenerla más o menos firme entre sus manos. Después de una hora de espadas, los cuatro cazadores de sombras fueron a reunirse con Benjamín.
      -Hay mucho que aprender- le decía Daniell a Emili mientras éste guardaba las armas en la bolsa de lona. El sudor le corría de las sienes hasta el cuello, empapándole la camisa de franela y haciendo que se adhiriera a su cuerpo delgado.
       -Y tan poco tiempo- asintió Wenndy tras aquél comentario.
     -Velocidad- siseó Bea, colocando las manos en la cintura- fuerza, valentía, honra, capacidad, flexibilidad, percepción. Así es como se cría a un buen cazador.
    -¡Como las Marcas!- exclamó Wenndy, como hace alguien cuando de repente han mencionado a su banda favorita.
       Emili parecía curiosa.
       -¿Marcas? -repitió, y alcanzó a ver como Ben le lanzaba una mirada reprobatoria a Bea, que le respondió con una traviesa sonrisa.
       -Son marcas en la piel de todo cazador de sombras. Son el alma de todo néfilim en cierto modo. Son parte de ti.
       Daniell se acomodó los lentes ovalados, recorriéndolos por el tronco de la nariz, y observó con ojos críticos a Emili.
       -Y a ti te hace falta demasiado- murmuró con voz pasiva y cuerda- Eres una principiante apenas; como una recién nacida. Habrá que educarte no solo en la parte física, sino que también hay que inculcarte un montón de ideas y cosas teóricas en la cabeza- se acercó a ella a pasos pesados y manos en los bolsillos. Era tan alto que Emili tuvo que hacer para atrás la cabeza para poder verle el rostro- .Naciste nefilim. Pero tienes que aprender a ser como tal- y frunciendo el ceño, se apartó.
       A Emili le ardían los ojos de estar tanto tiempo bajo el sol. Llegó el momento en que pensó que estaba haciendo todo eso para nada; entrenar, vivir con desconocidos, soportar comentarios ofensivos y tortuosos... Pero en el fondo sabía que tenían razón. 
      No había pasado ni una semana tratando de convencerse de lo que en verdad era y ya había decidido que quería ayudar, hacer algo entre todo aquel embrollo. Tenía una clara imagen de lo que podría pasar y de lo que haría si eso pasase. Aunque claro, no eran mas que imágenes en su cabeza. Si quería ayudar tenía que actuar. Y para ello tendía que conocer a fondo el mundo del que sus padres la habían estado ocultando toda su vida.


      Enfurruñada como estaba, Emili había ido a sentarse en uno de los musgosos troncos torcidos junto a Ben. A lo lejos, Beatrice daba indicaciones sobre cómo sostener un enorme arco de madera a Wenndy. Daniell se había alejado del claro hacía ya varios minutos; había corrido hacia el otro lado, sin armas, solo para ejercitar la velocidad; había desaparecido zigzagueando por el bosque.
       Emili se pasó la lengua por los labios partidos y se abrazó el cuerpo con los brazos. En aquél lugar el viento parecía alzarse desde las puntas del pasto verde y una fina brisa de gotitas heladas salpicaba a ratos desde el norte, por las montañas nevadas.  Sentada donde estaba sentía los juncos traqueteándole como huesos huecos en las rodillas, como manazas que salían del suelo y la tocaban por las piernas...
       -Ben- susurró Emili, haciendo un esfuerzo por sacarse esos pensamientos de la cabeza- Cómo conoces a esa mujer, Beatrice? Quiero decir..., ¿la conocías?
       El hombre se volvió para encararse a su sobrina. Asomaba una expresión de seriedad y angustia. Miró al suelo con los ojos de miel disueltos; la piel de la rente se había arrugado.
       -La conozco, sí. La conozco desde hace muchos años- respondió tranquilamente con voz pastosa- .Hace un tiempo fuimos novios. La conocí en Londres. Para entonces yo debíe tener veintiocho años, ella tenía diecisiete. Se había mudado desde Europa occidental... España. La vi por primera vez en una cafetería, e inmediatamente supe lo que era - al ver la cara intacta de Emili, Ben soltó una risita- .Todo duró tres años, una relación bastante normal, a pesar de todo. Cuando ella encontró los gemelos, y luego a James... Bueno, esa es otra historia- concluyó con voz fría.
       Se prolongó un silencio silvante, hasta que la muchacha no soportó más con la tensión.
       -¿Qué pasó?
       Él sacudió la cabeza, como si no hubiera querido responder a su primera pregunta, pero continuó.
       -Su decisión me obligó a dejarla- dijo, y se levantó bruscamente del tronco torcido- No la había visto desde entonces, pero siempre la vigilaba a través de un hechizo... hasta ahora.
       Se interrumpió con una sonrisa en el arrugado rostro. Beatrice se acercaba corriendo, con Wenndy tras ella; ésta última sostenía el arco de una manera tan profesional que a Emili se le erizaron los pelos de la nuca.
     
       Cuando estuvieron de regreso en el lugar exacto por donde habían llegado al bosque, Daniell apareció por entre los árboles. Los músculos se le agarrotaban por debajo de la camisa, a pesar de que era tan delgado.
       Ben dibujó un círculo con los dedos, rozando apenas el suelo húmedo, y el círculo fue convirtiéndose en otro portal.
       Al llegar a casa de Beatrice era la hora del crepúsculo. Y James no estaba en casa.




      Al oeste el sol comenzaba a ocultarse entre un mar de nubes violetas, naranjas y rosas. El cielo nublado y grisáceo apenas dejaba ver los últimos rayos de luz del día.  El clima típico en Inglaterra era frío y espeso, y el agua de la lluvia chorreaba por los tejados de las casas, navegando calle abajo hasta las coladeras, para llegar a parar a las aguas del Támesis.
     Dentro de un sencillo bar, a orillas del río, una joven cabeza negra admiraba el espectáculo del atardecer. La gente pasaba indiferente a su lado; algunos pasándole por encima rápidamente la mirada. Quizás a algunos les pareciera extraño ver a un muchacho tan joven  y de esa porte dentro de un bar, tan solitario recargado en la barra. Quizás a otros les pareciera curiosa la forma en la que clavaba los ojos en la ventana, la manera tan sofisticada y sencilla a la vez en la que estaba sentado sobre uno de los bancos forrados de piel, los gruesos tatuajes  negros en espiral que le recorrían como pequeñas serpientes la piel blanca de los brazos y cuello...
      Quizás a la gente que se daba cuenta de su presencia en una esquina no le importaba todo aquello; quizás era realmente necesario llevar un glamour a un bar mundano, después de todo. Pero de igual manera, a él no le importaba aquello tampoco.
     Pensaba en él mismo la noche anterior, cuando se encontraba junto a ella, tan cerca... Y había reaccionado de esa manera que le era tan familiar y que le había traído pesadillas durante años atrás.
     <<No>> había pensado en aquél momento <<No otra vez>>.
     Había creído que aquello había acabado por fin. Que al estar junto a Beatrice y sus hermanos se había liberado por fin. Había creído que ahora podría vivir una vida libre con una familia, aunque fuera pequeña e igual a él, en por lo menos un sentido. Pero conocía los síntomas y a lo que llevaban. Los había sentido al momento en que Emili, lo había tocado por primera vez,  la noche anterior. Al parecer no se había salvado de todo. De nada.
     -James- le llamó una voz agria desde algún lugar por detrás- ¿Qué rayos te pasa? Pasas por aquí y ni siquiera me saludas.
     Se acercó una muchacha rubia teñida, de tacones más altos que su talón y lápiz labial fluorescente. Entonces recordó, que había salido con ésta chica alguna vez, el verano pasado; una chica extranjera cuyo nombre no recordaba.
     -¿Y bien? ¿No vas a decirme nada?
     James giró la cabeza. Sus pensamientos iban en otra dirección y había algo que le impedía ver con claridad a la muchacha. Solo distinguía el cabello mechudo. La tarde en la calle tampoco le había traido los resultados de reflexión y olvido que esperaba: recorrió la ciudad dos veces, y entre calles y edificios no había podido olvidar lo que tanto le había estado atormentando. Al final había encontrado un refugio de olor a tabaco en el bar del río.
     La chica alta refunfuñó algo entre dientes.
     -¿Vas a tomar algo, al menos?- le escuchó decir.
     James se incorporó mientras intentaba recuperar la realidad.
     -No, hoy no quiero nada.
     Sin devolverle la mirada, se puso en pie y se retiró, sin escuchar (o tal vez ignorando) lo que ella respondía.
     Afuera comenzaba a lloviznar. James sacó el medallón dorado del bolsillo en cuanto se encontró en la calle. Había pasado la noche anterior  fuera de casa, lo cual traería unos cuantos problemas en casa cuando volviera.
     La luz de las farolas públicas daban al artilugio un peculiar brillo dorado blancuzco, casi más como plateado, y las sombras distorsionaban las diminutas estrellas marcadas al rededor de la elegante letra A al centro del medallón. Lo giró en su mano y enfocó la vista en la estrella plateada de finas líneas talladas.
     La runa néfilim, el ojo de la Visión de los mundanos, la luna llena de los licántropos, una gota de sangre para los Hijos de la Noche, y el triángulo de las dimensiones para los hijos de Lilith.
      "Quinque vivi in potestatem" pensó. " El poder en los cinco vivientes".
       Angelus Lapsis.
     Aquella palabra le llegó a la cabeza de repente. Ángel Caído, en español. La había estudiado en teoría en la biblioteca de la casa de Bea, junto a sus hermanos. Se trataba de un grupo, un culto de seres de todas las dimensiones.Eran seguidores del Ángel Caído, una leyenda decía que era un ángel enviado del cielo al submundo, como todo cazador de sombras, y que al ser sacado de los cielos, cayó en manos de un poderoso demonio del mal. Claro, era solo una leyenda y el grupo era solo eso, un grupo de seguidores, creyentes. Un grupo que había marcado la historia subterránea en décadas, para toda la eternidad. Falsos revolucionarios y estúpidos seres que creyeron cambiarlo todo, cuando en realidad habían provocado guerras y desacuerdos entre las cinco dimensiones. Era algo secundario con que todo cazador de sombras se tenía que educar.
      Pero no por simple casualidad fue que recordó el nombre y la leyenda al ver otra vez esa A elegante tallada con delicadeza en el medallón, sino que la letra tenía la misma composición, la misma extraña forma tan complicada que tenían las A plasmadas en los libros de historia. Podría ser la misma cosa, o simple casualidad.
      La lluvia cayó de sus cabellos y se deslizó por los bordes hundidos de la medalla.
      James se lo guardó de nuevo en el bolsillo, levantando la cara hacia el cielo, cerró los ojos. Se alegró al notar como poco a poco los recuerdos y pensamientos se iban esfumando con el agua y la oscuridad.


   
     A Emili le parecía que la casa de Beatrice estaba más oscura y solitaria por la noche. En el recibidor, la tenue luz de la cuidad se colaba bajo la puerta como si fuera humo de hielo, y la cocina era la única habitación donde la luz podía estar encendida. Acababan de cenar y ella había salido de la cocina con el afán de estar sola al fin.
     El piso de arriba era le más oscuro de la casa. No había ventanas a la vista que dejaran pasar la luz amarillenta de las farolas de la calle, y si las había, estarían tapadas por las gruesas cortinas de encaje oscuro. Aquello no parecía importarles a los cazadores de sombras; James le había dicho que de esa manera no llamaban la atención. James... ¿Dónde estaría?
     Pensaba en todo aquello mientras caminaba hacia la derecha en el corredor que quedaba al pie de las escaleras. Caminó otro tramo, con los pies magullándose a cada paso que daba en las pequeñas botas de cuero negro y tacón, que se hundían en la alfombra polvorienta de los pasillos.
     Se detuvo en seco. ¿Dónde demonios se encontraba?
     -Emili- la llamaba una voz familiar desde algún lugar entre la infinita negrura. Reconoció en seguida aquella voz gruesa y tierna, y por un momento se sintió decepcionada.
   -¿Daniell?- los ojos de la muchacha se movieron en busca de algún brillo, pero no se distinguía absolutamente nada , y de repente se sintió mareada. Era como ir en un laberinto con los ojos cerrados.
     Pudo oír los pasos ligeros del muchacho al acercarse hacia ella. Podía sentir la cercanía de él casi como se sentía el viento esa mañana en medio del bosque.
     -Pareces confundida- le espetó él- ¿A caso te has perdido? -el tono de su voz era sin embargo, amable y jovial, atravesada por un deje divertido.
     Emili supo que, de alguna manera, él sí podía verla.
     -Está todo muy oscuro...- susurró ella, bajando la vista con timidez a presar de que no veía nada.
     Daniell no pudo evitar soltar una risa.
     -Ven, sígueme- parecía aún más divertido, sin duda.
     El muchacho sacó algo alargado y blanquecino de su cinturón -una estela- y ésta se iluminó, proyectando un aura de brillo tenue al rededor de ambos. La luz bañó el rostro blanco del muchacho, que mantenía una sonrisa educada y avanzó al otro extremo del pasillo infinito. El cabello de Daniell, de un rubio pálido, se veía blanco a la luz de la estela.
     -Eh...¿Daniell?- Emili vaciló. LA luz blanquecina iba descubriendo un pasillo estrecho mientras avanzaban- Tu hermana, Wenndy, ¿por qué me odia?
     Daniell la miró de reojo y rió amablemente.
     -No te odia. Simplemente está celosa de ti.
     -¿De mi?
     Emili no supo qué pensar. No encontró alguna razón por la cual una chica como Wenndy-

tan guapa, ágil y con personalidad- podría envidiar a alguien como Emili, que era tímida, inexperta y algo torpe. No parecía algo razonable.
     -Se niega a aceptar que Ben y tú estén... hospedándose bajo el mismo techo que nosotros, por así decirlo- la voz de el muchacho era entrecortada, aguantándose la risa, pero hablaba con la verdad-. Cree que no es un mérito a un brujo retirado y su sobrina mundana.
     Emili sacudió la cabeza, tratando de hallarle sentido a aquella idea. Caminaban a un paso lento y tranquilo, como si diesen un paseo una tarde por el parque.
     -¿Por qué no encienden las luces en la noche? -susurró la chica en cuestión de segundos. Recordaba muy bien lo que James le había dicho antes sobre eso y esperaba una respuesta más explícita por parte de Daniell.
     -Es por seguridad. Para ocultarnos de lo que sea que pueda haber afuera a esta hora. Ya que somos los únicos por aquí...
     Se detuvieron frente a una puerta entreabierta. Emili reconoció que aquella era la habitación donde había dormido desde que llegaron a esa casa. Se volteó de medio lado para quedar frente a Daniell, quien la miraba a través de los lentes.
      -Una última pregunta- inquirió ella-. James. ¿Dónde está...? -se interrumpió de repente, sorprendida ante la expresión repentina de Daniell, que había pasado de ser una agradable sonrisa a una mirada de seriedad y negación.
     -James está bien- explicó él con voz fría y cortante, sin permitir siquiera que terminase de formular la pregunta- .Puede que se comporte de una manera extraña, Emili... Pero, por favor, aléjate de él.
      Y frunciendo el ceño, Daniell dió media vuelta y se echó a andar por el pasillo, dejando tras de sí la inmensa oscuridad.


     James abrió la puerta de la cocina de golpe. Wenndy lo miró asustada desde el otro lado del comedor; la muchacha estaba alisándose el cabello con un jitomate. Después pareció sorprendida ante la entrada ruda del chico.
     -¡James! ¿Qué demo...?- se interrumpió, mirándolo de pies a cabeza por un instante. Apartó el jitomate  escurridizo y se quitó el pelo tieso de la cara- ¿Dónde has estado?.
       James se miró los pantalones.  Estaban deshilachados en los bordes y ensangrentados y sucios en las rodillas. Hizo una mueca y gimió al herirse la cortada que se había hecho en una mejilla.
      -¿Dónde está Beatrice?- insistió él, ignorando a la chica que ya se acercaba con un trapo húmedo en las manos- Necesito hablar... ¡Aghh!
       Wenndy le pasó la tela mojada por la cara embadurnada de sangre para limpiar la superficie de la herida. Le tomó por los hombros y él permitió, sin protestar, que lo sentara en la silla.
     -Jem, dime por favor qué sucede- inquirió con voz dura después de haber limpiado el rostro y el cuello. Colocó los dedos bajo la barbilla, mirándole a los ojos- .Dímelo.
     James se apartó bruscamente, frunciendo el ceño.
     -Salí a buscar pistas- soltó a regañadientes- ayer por la noche, pero no encontré nada. Tan solo hay más ataques a mundanos jóvenes e inocentes. Los aniquilan hiriéndoles en el cuello y pecho. En el lugar exacto en donde cualquiera podría llevar casualmente un medallón. El medallón.
     Wenndy le buscaba los ojos bajo los necios párpados, pero él no se dejaba ver. Parecía cansado, harto y enfadado, pensó, tal y como lo parecía a menudo.
     -Esa A tallada en la cara frontal...- susurró James, casi como para hacerse una aclaración a si mismo- es la misma A dibujada en los libros de mitología en la biblioteca. Summus viventium cecidit...
      -Ángel caído de los vivos- completó Wenndy- .Lo recuerdo, James.
      Hubo un silencioso momento después de eso en el que ambos muchachos se sumieron en sus propios pensamientos. Wenndy sacó su estela para dibujarle una runa de curación en el brazo izquierdo al muchacho, donde había un feo corte de una mano.
     -No puedes andar corriendo por solo por ahí sin alguien que te cubra las espaldas, sin tu parabatai...
      -No andaba corriendo. Y de todos modos, Daniell no estaría muy de acuerdo con eso.
     Wenndy, por que él tenía razón, frunció los labios.
     -Ya. A lo que me refiero es a que no salgas tu solo; aunque seas el único cazador de sombras dispuesto a colaborar en éste asunto, de alguna manera... No es suficiente. Podrías morir.
     Wenndy terminó el iratze en el brazo y se guardó la estela en el bolsillo del pantalón.
     -¿Y qué a caso no es eso para lo que nacimos?- James la miró a los ojos, enfurecido- .Para proteger a los mundanos, personas como Emili. Y algún día, Wenn, tendremos que morir...
     Wenndy se alejó de él.
     -¿Así que todo ésto va por la chica, por Emili?
     James se levantó de golpe. Sus cejas casi se tocaban y apretaba los dientes. Las manos le temblaban incontrolablemente a los costados y sus ojos se habían tornado rojos. Frente a él, Wenndy lanzó una exclamación y se llevó las manos a la boca.
     -¡James, tus brazos!
     El muchacho se miró los brazos. Como pequeños escarabajos negruzcos brotando de la tierra, diminutas y afiladas plumas crecían en la piel de sus brazos, y se agitaban como si tuviesen vida propia. Apretó los puños con fuerza y gruñó cuando las uñas se le clavaron en las palmas.
     -Maldición- chilló con una voz gutural y afilada: una voz que no le pertenecía- Otra vez no, no...
     -Jem- Wenndy le llamó con voz tranquila, extendiendo los brazos y andando lentamente hacia él- .James, siéntate. Voy a llamar a Bea.
     El chico se alejó de ella de un brinco, y cuando quiso responderle, un montón de siseos salieron de su boca ahora convertida en colmillos afilados. Retrocedió y chocó dolorosamente contra la mesa.
     -Aléjate- gritó con voz demoníaca- No le digas nada, Wenndy, por favor...
     Wenndy avanzó otro tramo hacia él, con la intención de calmarlo. Pero ya era demasiado tarde.
     James dió media vuelta y saltó por la ventanilla abierta hacia la calle.
     Pequeñas plumitas azuladas flotaron en el aire tras el muchacho, por el camino en que él había desaparecido. Cuando todo se calmó, Wenndy, aterrorizada y enfurruñada, cerró la ventanilla por completo, dejando que él huyera.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 7 por: Sofi M

Capítulo 7
Melodía a media noche
       La luz de la luna se colaba por la ventana de la habitación de James. Una luz clara y plateada que permitía a Emili ver en la oscuridad, acostada en la cama. No había logrado conciliar el sueño desde que se había ido a acostar- hacía más de hora y media- y para calmar los pensamientos que la atormentaban había sacado un  joyero que cargó desde Nueva York y que Ben había metido en la maleta pequeña antes de mudarse a la casa de Beatrice. En él había guardado un par de pendientes de oro de su madre; cartas que le había enviado su familia y tres fotografías.
       En ese momento miraba una de ellas, la más grande; un cuadro de papel con márgenes gruesos y blancos en donde aparecían sus padres, su hermano y ella en colores opacos. Recordó el día de navidad cuando se la tomaron. Ese día estaba molesta por que no la habían dejado quedarse hasta más tarde. Aún así, en la fotografía aparecía con la típica sonrisa suya que pocas veces mostraba. Miró a su familia. Su padre, alto y fornido, con una expresión de seriedad y madurez en el fino rostro; los cabellos negros despeinados le daban una impresión de ser más jóven de lo que en verdad era; su madre, de vestido de olanes y mejillas rosadas, era más alta que ella, pero igual de delgada, y sus cabellos rojizos parecían muy opacos, era en verdad hermosa. Solo ella había heredado sus preciados ojos verdes y labios como pétalos de rosa. Sebastian era alto y delgado como su padre, y tenían los mismos labios carnosos y la nariz recta , su rostro era largo y anguloso. Aunque también había sacado algo de su madre; el mismo color de cabello que ella y que Emili: terracota. El de Sebastian era un tono más claro que el de Emili y varias veces más que el de su madre; un tono más bien cobrizo, y sus ojos eran líquidos, brillantes: un color entre el castaño de su padre y el verde áspero de su madre.
       No recordaba lo alto que era;en la fotografía le ganaba a Emili por una cabeza. Trató de encontrarse a sí misma en alguno de ellos. Tan solo los ojos verdes de su madre y el cabello liso y café-rojizo como el de su hermano... no sabía por qué era tan baja y menuda.
       Quitó la fotografía de su vista y la metió en el joyero. Se había estado guardando las lágrimas desde mucho antes de aquél extraño relato de Ben. El hambre y los pensamientos le mantenían la mente despierta. Justo después de que Ben le pidiera que se fuera a dormir, Emili había entrado en la casa haciendo caso omiso de la presencia de Beatrice en el pasillo y de sus reclamos por quedarse a cenar. Habían tardado mucho tiempo afuera, quizá hasta horas. Y cuando subió a su nueva habitación ya no llovía en absoluto y era de noche.
      Inquieta, se ladeó en la cama para poder ver la luna a través de la ventana. Se mantuvo consciente durante varios minutos, sin importarle lo pesados que eran sus párpados y el dolor que le envolvía la cabeza.
       Llegó un momento en el que comenzó a soñar, semiconsciente, en las calles de Nueva York, la escuela en Manhattan; su madre la recibía después de clases, un susurro suave que se deslizaba por la habitación.
       Era un suave golpetéo en sus oídos, era como el caer de las gotas en un charco... pero no llovía. 
       Se incorporó de golpe entre las cobijas, lo cual fue una mala idea por que comenzó a marearse; y se colocó las botas mientras recuperaba la conciencia. Abrió la puerta y asomó la cabeza hacia el oscuro pasillo. Estaba completamente oscuro, a excepción de una franja de luz tenue que iluminaba una parte de la alfombra polvorienta. >> Todos deben estar dormidos- pensó- debe ser ya media noche<<.
       El susurro se convirtió en una melodía cuando Emili comenzó a caminar por la alfombra hacia aquella luz. Lo que oía era música de piano, pero... le parecía imposible, algo tan hermoso, a mitad de la noche..., a mitad de sus sueños... Caminó tambaleante por el tenebroso pasillo, sosteniéndose de la helada pared, en dirección hacia la franja de luz que parecía proceder de la habitación contigua. Vaciló al pensar si sería correcto golpear la madera con los nudillos antes de entrar, o si debía esperar, pero la dulce y escurridiza melodía la atraía como un imán. Así que sus dedos empujaron la puerta de madera y se abrió vista hacia una pequeña habitación.
       La luz que iluminaba todo descendía por un amplio ventanal de cara opuesta a la puerta; los rayos de la luna se filtraban como una cascada de luz plateada. En una esquina estaba una fea cama de latón, con un colchón rasgado y gastado y una simple sábana blanca. Al centro de la habitación se hallaba alzándose magnífico un elegante piano negro de cola, que brillaba bajo la luz de la noche. El enorme instrumento hacía parecer más pequeña la habitación; o quizá fuese solo la oscuridad que emanaban las paredes. Y como un ángel negro en la nívea luz, estaba James sentado sobre el taburete del piano, movía las manos sobre las blancas teclas con agilidad. Emili pudo distinguir la mata de cabellos negros del chico, que bajo la luz natural de la luna tenían un leve matiz azulado. Ella dio un paso adelante de manera inconsciente. 
     La música era una mezcla de ternura, tristeza, amor, belleza y nostalgia. Todo junto. La esencia que provenía de la habitación era de metal y césped húmedo; de lilas y de piel humana recién lavada. Observó, sin moverse, al muchacho con los ojos cerrados tambalearse sobre el banquillo al son de las notas suaves.
       Antes de que terminara la última parte de la canción- que concluía con una nota aguda- James se volvió hacia Emili y la observó tranquilamente de pies a cabeza.
       -Emili- habló con voz alegre, pero baja- ¿Qué haces despierta tan tarde?
       La muchacha sacudió la cabeza, tratando de volver en sí.
       -Perdón...- se interrumpió, ¿por qué se disculpaba?- .Escuché el piano y... en casa solía escuchar música clásica...- dijo por fin, sintiéndose como una tonta.
       -Oh, en ese caso puedo tocar para ti- deslizó rápidamente los dedos, arrastrándolos por encima de todas las teclas, produciendo así un sonido escalofriante como un llanto- .Cuando quieras.
       Emili se estremeció. James la observaba primero con el ceño fruncido, y luego pareció un tanto avergonzado.
        -Emili, lo que pasó en el comedor no era en serio, en verdad. Perdón si te ofendí.
       Aquello la tomó por sorpresa.
       -No, no me ofendiste- susurró- pero ella...
       James rió.
       -Wenndy es de un carácter pesado. Créeme, no lo decía en verdad- parecía realmente convencido-. Ella es así con las chicas como tú- ella no supo a qué se refería, y James hizo esa sonrisa torcida suya, la misma que hizo el primer día en el kiosco- .Chicas guapas que no saben lo que son.
       Emili se detuvo en seco. Había estado caminando hacia adelante y solo se distanciaba de él por pocos pasos. Se quedaron mirando por un vago minuto. Pensó que James siempre parecía un ángel de esos que había en las galerías antiguas. Estuviera como estuviera, vistiera como vistiera, él sería siempre hermoso. Quería acercarse más, sentarse junto a él y tocar sus brazos blancos, recorrer los dedos por sus finos cabellos. Pero no creía permitido aquello.
       -¿Tú, Daniell y Wenndy son... hermanos?- fue lo que hizo en su lugar. De todos modos, ya tenía curiosidad por saber aquello.
       El muchacho sacudió la cabeza. Parecía divertido. Se inclinó de nuevo sobre el instrumento, con las manos haciendo dulces sonidos sobre las teclas.
       -No. Daniell y Wenndy son gemelos- explicó con voz neutra, con la mirada fija en la nada- He vivido con ellos y con Bea desde hace mucho tiempo. Ella es nuestra tutora. Son como una familia para mí. 
       La muchacha se tambaleaba sobre los tacones, algo que hacía cuando estaba ansiosa.
       -¿Y tus padres? ¿Y los de Daniell y Wenn...- se interrumpió, arrepentida por lo que acababa de preguntar.
       James se tensó en el taburete, apretando los puños con fuerza hasta que los nudillos se le tornaron blancos.
       -Yo... nunca los conocí- su voz estaba tranquila, pero seguía tenso-. No lo sé- entonces pareció calmarse.
       Por el cortante término de aquella respuesta, Emili supo que no iba a contarle nada más. Quiso entonces echarse a correr a su habitación, pero entonces el muchacho comenzó a interpretar la misma melodía que ella había interrumpido minutos antes. Suave, tranquila, tierna, nostálgica...
       -¿La has compuesto tú?- susurró en voz baja.
       Él asintió una vez, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada. Las notas llenaban la habitación mientras Emili se mantenía pasmada, inmóvil, intentando grabarse aquella preciosa melodía en la cabeza.
       -Emili, siéntate- le pidió él con dulzura, sin interrumpir la sonada.
      La muchacha vaciló; caminó James, rodeándolo, y se acomodó en el alféizar del ventanal.  La piel del joven parecía muy blanca a la luz de la luna, más que de costumbre. Y sus cabellos azulados, como el agua del mar al anochecer...
       -La llamo "mariposa"- siseó él entre tonada y tonada- papillon, en francés. Añoraba libertad... he añorado libertad desde siempre. Nunca me conocí como realmente soy...- sus palabras eran poesía- .Nadie puede cambiar a lo que se le ha destinado, ¿verdad?. Nada más que vivir con ello. Un esclavo, sí. Un esclavo es lo que soy. Un maldito- describió las últimas notas altas y terminó en la misma posición-. Trato de estar bien conmigo mismo, trato de vivir. Como una mariposa; en libertad. Con mis límites impuestos, claro.
       Sacudió la cabeza, como si todo el tiempo hubiese estado hablando consigo mismo. Alzó la cabeza y la miró con sus ojos tristes. Ella trataba de recobrar compostura. Estaban sentados juntos a pocos centímetros; ella en la barra de la ventana, y él en el banco junto a la barra.
        -Si te refieres a... ser libre... Si te refieres a estar condenado... como lo que eres, un cazador de sombras, creo... pienso que estas equivocado- murmuró ella, dejando caer la mirada para evitar la suya- .Creo que es maravilloso ser lo que son.. somos. Ustedes son ángeles. Yo sigo siendo una humana. Por favor, no pienses de esa manera.
       Entonces lo miró a los ojos, y se mantuvo así por un amplio transcurso de tiempo. Sus ojos eran grises como el cielo en Inglaterra, y líquidos como el agua pura. Sus pupilas se dilataban en el iris, como hielo negro.
       -Olvídalo- masculló James, cerrando los ojos con fuerza y haciéndose hacia atrás- No lo entenderías.
       -James- insistió la chica-... puedo ayudarlos, aunque no tenga mucha experiencia en todo ésto, y aunque hace apenas unos días te conozca... Puede que quizá no me conozca a mí misma- le temblaba la voz del temor; aunque aquella era toda la verdad, se inclinó hacia él y fue a ponerle la mano sobre el brazo- .Pero haré lo que pueda.
       James clavó la mirada en la pequeña mano de Emili posada sobre su piel. La miró a ella de nuevo, pero ésta vez con unos ojos diferentes: duros, fríos, inquietos y aterrorizados, como si no le agradara lo que estaba haciendo. Unos ojos de un cielo manchado.
      -Emili- dijo su nombre e inclinó la cabeza hasta que quedó a la altura de sus ojos.
     Y ella pudo admirar todo a la perfección. Los ojos grises, entrecerrados, bordeados por largas y espesas pestañas negras; los pómulos angulosos reflectando oscuras sombras a sus pálidas mejillas; su cabello despeinado y negro como el ónix, un mechón suelto le caía en la frente; los labios, carnosos y suaves, blancos como la propia piel... y pudo sentir todo aquello cuando de repente James se inclinó  lentamente y repasó con su rostro el de ella. Pasando la naríz fría por debajo de su mandíbula, deslizando los labios por sus lisas mejillas, respirando sobre sus párpados cerrados; pudo sentir las espesas pestañas rozándole la piel de la frente.
       Las manos de él buscaron las suyas y la atrajo hacia así, inhalando su aroma, y ella entrecerró los ojos. Los dedos de James recorrieron la tela del suéter entretejido de la muchacha y llegaron hasta los hombros, donde se clavaron con fuerza.
       Ahogando un grito, Emili abrió los ojos con sorpresa. Los dedos de él parecían garras clavándosele en la piel, perforando el hilo del suéter y la tela del blusón hasta pincharle la frágil piel. Se apartó de inmediato.
       -Lo siento- gimió James, que la miraba con profundo pánico. Se apartó también, tropezando con el taburete del piano y después con la alfombra polvorienta- Emili, lo lamento.
       -James- intentó decir ella, pero el dolor punzante en los hombros la retenían paralizada, junto con el repentino susto.
       -Emili, vete- pidió él, retrocediendo paso a paso sin ver dónde iba, agitando las manos exageradamente- No te acerques... por favor, ¡Vete!.
       Pero antes de que pudiera hacer algo, James desapareció por la puerta, dejándola sola y confundida en el alfeizar a la luz de la luna, para poco a poco ser consumida por la oscuridad.


       

martes, 13 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 6 por: Sofi M

Capítulo 6
Relato inesperado
      La lluvia caía lentamente rociando el pasto verde del jardín. Una leve brisa soplaba fresca desde el este hacia el Támesis, barriendo el frío hacia la ciudad. Entre los tejados de las casas, el río se hacía visible , con sus aguas grises resplandeciendo bajo la tormenta. Bajo las sombras del techo de la casa, Emili temblaba de frío sentada sobre las heladas escaleras de entrada. Mantenía las manos bajo la barbilla y los ojos puestos en la lluvia. Bajo sus pies comenzaba a formarse un charco de escarcha transparente. Junto a ella, Ben se debatía entre sus pensamientos.
      -Bueno.. debes saber, Emili, que hace cincuenta años el mundo de los humanos vivía del mismo modo que el mundo subterráneo; con... normalidad. Hace más de mil años, el ángel Raziel bajó del cielo y mezcló su sangre con la de los humanos para crear una nueva raza de inmortales: los cazadores de sombras- se detuvo y esperó.
     Emili asintió y se colocó de lado hacia él.
     -La raza de los néfilim (mitad ángel, mitad humano) ha existido desde entonces-continuó sin alzar mirada- Se han encargado de proteger el mundo subterráneo y el de los humanos.
      -Los subterráneos- repitió ella, recordando vagamente el libro de historias que leía en el instituto- se refiere a los magos, brujas, vampiros, hombres lobo y todas esas cosas.
     Ben asintió y le dedicó una cálida sonrisa de comprensión.
     -Los néfilim nos han estado protegiendo de los demonios, quienes desde el principio de todos los tiempos han entrado a éste mundo, a través de las salvaguardas; para alimentarse, para viajar a otra dimensión, pero sobre todo para marcar y ganar territorio. Los néfilim han podido con ellos, desde luego.
      "Pero desde hace cincuenta años o más que los demonios desaparecieron; se fueron extinguiendo, no quedaban más. La Clave (puedes tomarlo como... el... gobierno de los néfilim por decirlo de alguna manera) dió por hecho en los últimos Acuerdos que los demonios y criaturas del exterior se han extinguido; que los cazadores de sombras no tendrían trabajo por  un buen tiempo. Pero nadie dijo que la raza de los néfilim se extinguiría, nunca.
      Emili lo miró de reojo en un minuto de silencio; estaba algo mareada, pero intentaba seguirle el ritmo.
      -Los cazadores de sombras han estado inactivos desde ese entonces, que no había demonios contra los cuales luchar, ni humanos débiles a quienes proteger- miró hacia la lluvia que caía a cántaros- Nadie creyó que fuera necesaria la existencia de los néfilim. Estaba escrito en el libro de Enoc que llegaría el tiempo en que los cazadores de sombras triunfaran y dejaran el mundo libre de criaturas malignas, y entonces ellos desaparecerían tambien de la faz de la Tierra. Jamás alguien creyó que aquello llegaría a ser cierto. Ellos son los únicos cazadores de sombras que hay cerca de Londres- comentó y Emili supo que se refería a los que habitaban en la pequeña casa de Bea- Hay muchos otros, claro. Hay cazadores de sombras que no han querido saber nada de su mundo de orígen, ni de criaturas del submundo, ni de nada. Se les llama exiliados. Hay quienes incluso no sabían que lo eran... hasta ahora- supo que se refería a ella. 
      -"Hay muy pocos ya en el mundo, y esos pocos apenas tienen el conocimiento y la capacidad que tenían los de su raza cuando se dedicaban a hacer su deber en la Tierra. Tan pocos hay ya, ahora que aparecen de la nada... y nadie que los aniquile...
     Ben daba golpecitos nerviosos a los escalones con la punta de las botas.
      -Beatrice- murmuró Emili- parece como si la conocieras de hace tiempo...
     El hombre ladeó la cabeza y la miró a los ojos por un momento con una ligera sonrisa pintada en los labios.
      -Si lo quieres saber- dijo, cruzándose de brazos y recostándose sobre la pared- tendrás que prestar mucha atención a lo siguiente que te voy a contar.
     Ella asintió deprisa, pero enseguida se arrepintió. No estaba muy segura de si quería saberlo; ya tenía más que suficiente atrapada en la atmósfera llena de suspenso que se empezaba a formar al rededor. Ben había cambiado la mirada hacia abajo. Parecía algo triste... 
      -Clarice... tu madre, y yo vivíamos con mi padre en una cabaña en el campo a las afueras de Gales cuando teníamos tu edad- la mención de su madre hizo que le diera un vuelco el estómago-.Tu abuelo recorría el bosque cada mañana a cortar leña para luego venderla en la ciudad. Yo cuidaba de Clarice,  pues soy dos años mayor y tu abuelo siempre había tenido... un cariño sobreprotector hacia tu madre que yo no alcanzaba a comprender.
      "Cuando cumplí once años, mi padre me sacó del colegio, diciendo que era tiempo de educarme como quien yo era. Yo no tenía idea de qué se trataba; era un niño apenas. Me habló sobre el mundo subterráneo: criaturas y demonios que to no tenía ni la menor idea de que existían. Todas las tardes, cuando a Clarice se la llevaban las madres misioneras a los retiros, me hablaba un poco y era una orden que yo no mencionara nada a tu madre.
      "Me obsequió un pilar de libros de pociones y curas; información sobre extrañas plantas y medicinas caceras. Cuando cumplí catorce años, me sacó de la cabaña a escondidas y me presentó ante la Clave como un brujo. Todo aquello sin que Clarice supiera algo...
       Todo aquello llevaba a una clara pero extraña conclusión. 
      -Entonces... mi madre... también es bruja...- aventuró ella, boquiabierta y sin poder dejar de sonreir de la vaga sorpresa que le causaba todo eso.
      -A medias- corrigió Ben- Tu abuelo solo me educó a mí como un brujo. No la tomaba en cuenta a ella por ser demasiado joven, y una mujer además. Nunca la crió como a mí, pero hubo un tiempo en el que ella comenzó a sospechar.
      "Comenzó a sospechar por que yo leía demasiado, cosa que no era normal en un hombre entonces,  por mi repentina admiración y respeto hacia nuestro padre, y por mis frecuentes  salidas nocturnas hacia el mundo de las sombras. Para mi sorpresa, no tu madre no reaccionó cuando le afirmé sus sospechas y le dije que era un brujo. Tu abuelo entonces nos había hablado sobre su procedencia y su sabiduría como hechicero, sobre el mundo que se ocultaba ante nosotros y el peligro que acechaba allá afuera. Pero Clarice nunca estuvo de acuerdo con todo eso.
      "Conforme iban pasando los años yo me volvía un maestro en la magia y la curación, y en el conocimiento sobre el mundo subterráneo, y los néfilim. Tu madre asistía al bachillerato de la ciudad. Fue ahí donde conoció a Peter. 
      -Mi padre- masculló Emili.
      -Peter Brown parecía un hombre un buen hombre; amable, honrado y cariñoso. No me extrañó que Clarice se enamorara con tal facilidad. En sus primeros días, salían a escondidas de mi padre, pero con mi consentimiento, claro. Clarice no se atrevía a hablarle a nuestro padre sobre Peter. En cambio a mí me decía todo sobre él y me pedía que lo mantuviera en secreto. Recuerdo bien lo enamorada que estaba- rió él- cantaba en las tardes mientras lavaba la ropa, cuando creía que nadie la veía, y escribía el nombre de tu padre en las paredes de su habitación con tiza. Yo acepté aquel asunto de la manera más natural que me fue posible. Tiempo atrás me había dicho a mi mismo que eso llegaría a pasar algún día. Es algo que nunca voy a olvidar.
     "Entonces todo cambió una tarde de septiembre. Tu madre regresó temprano a casa. Comenzó con los quehaceres como solía hacer habitualmente, pero yo notaba lo nerviosa que estaba. Supe enseguida que algo había ocurrido entre ella y Peter, y acudí de inmediato a ayudarla. Me habló en voz baja, temblorosa. Me dijo que por la tarde Peter iría a presentarse ante nuestro padre. Le dije que no se preocupara, que aquello era una señal de que todo iba bien. Pero su actitud no cambió.
      "Al atardecer tu padre tocó la puerta de la casa. Recuerdo que Clarice tartamudeaba cuando aquel día le dijo a nuestro padre que salía con Peter desde hace varios días, cómo temblaba... En cambio mi padre se lo había tomado con tranquilidad, y había dicho que sería todo un placer conocer al joven Brown. Pero Clarice seguía nerviosa.
      "Abrió la puerta principal y ahí estaba Peter. Bien preciado y elegante; honrado como es, saludó a mi padre con amabilidad. Yo observaba curioso desde la cocina. Observaba como mi padre cambiaba a una expresión de rechazo, enojo, odio... y no entendía por qué. Tu padre y tu madre también lo notaban. Algo que Clarice me había estado ocultando sin tener idea de que mencionarle sería lo mejor, y algo que Peter sabía claramente que pasaría. Mi padre hechó a Peter de la casa, gritando que era un asesino y que no merecía estar con su hija. Cerró la puerta de golpe; yo ya me había puesto en pie, pero él ya había arrojado a Clarice contra el suelo, y la golpeaba, amenazándola con que mataría a Peter si se atrevía a pisar nuestras tierras. 
      "Clarice lloraba en silencio, tirada en el suelo sin poder hacer algo, cuando llegué a ellos y los separé. Tu abuelo su marchó furioso y no apareció sino hasta el otro día. Llevé a Clarice a la cama...- Ben dudó, algo le ocultaba... ¿Se habría desmayado su madre? Emili no sabía si las gotas que bajaban por sus mejillas eran lluvia o lágrimas- Me confesó que Peter era un cazador de sombras y que a ella le daba igual lo que fuera; lo amaba con locura. No me había mencionado aquello por que creía que se lo diría a nuestro padre, y sabía lo que pasaría. Pero Peter, por otra parte, quiso presentarse, ateniéndose a las consecuencias. Mi padre descubrió a primera vista la identidad de Peter por gracia de las runas, que sobresalían de su cuello y manos la primera y única vez que lo vió.
      "Acompañé a Clarice esa noche. Yo no sabía qué hacer. No sabíamos a dónde había ido Peter. Ella temía no volverlo a ver, pero tu padre regresó al día siguiente, mientras tu abuelo y yo no estábamos. Mi padre había colocado un hechizo de protección alrededor de la casa, que no permitía a nadie acercarse entonces al perímetro, ni a ella salir de esa jaula. Peter llamó a Clarice desde el jardín y ella lo miró desde la ventanilla.
      "Le dijo que lo lamentaba y que la dejaría en paz, que la amaba más que a nada ni nadie en el mundo y que jamás la olvidaría. Tu madre negó con llantos y rogó que no la dejara. Ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonarse. Peter le dijo que si los descubríamos, mi padre lo mataría. 
      "Peter prometió entonces verla cada noche desde el jardín, y así fué. Ni tu madre ni tu padre soportaba la idea de no verse en mucho tiempo; mientras Clarice se quedaba sola dentro del hechizo, tu padre hablaba con ella desde abajo, así fué por muchos días. Yo no sé como pudieron soportarlo, quizá fueron meses los que transcurrieron de esa manera; sin tocarse, son poder abrazarse ni besarse, él la veía desde el jardín y ella le hablaba desde la ventana. Yo estaba tan feliz de que ella se sintiera bien, y de que Peter tuviera tan buen corazón. Tu madre me contaba todo y yo ansiaba poder hacer algo por ellos... Pero eramos tan jóvenes...
     "Una noche de verano, cuando todos dormíamos... o eso creía yo, mi padre se desperó al oir pisadas en el exterior y susurros fuera de la casa. Escuché como subía las escaleras a la habitación de tu madre y abría la puerta con un chirrido... Peter estaba en el jardín, hablando con Clarice a media noche.
     "Oí como mi padre tiraba a Clarice al suelo y la golpeaba. Sus gritos me mantenían paralizado en la puerta de mi habitación. Tu padre lanzaba piedrecillas a mi ventana- "Benjamín- me decía- .La está lastimando, ayúdala porfavor". No recuerdo como pasaron las cosas esa noche, pero en un momento yo ya me encontraba entre mi abuelo y tu madre. Ella sangraba y se estremecía en el suelo, como un pajarillo caído del nido, y ni siquiera le quedaban fuerzas para gritar. Cuando mi padre se fue, le susurré al oido que Peter se había marchado, pero no para siempre, y que eso no podía seguir así por más tiempo. Le dije que tenía un plan.
      "Y claro, Emili. Yo tenía un plan. Y ese plan implicó un dolor en mi corazón que con el cual aprendí a vivir a travéz de los años, pero yo estaba seguro de que hacía un bien, a ella y a Peter.
      "Siguiendo mi ingeniosa idea, tu madre saltó a los brazos de tu padre desde la ventanilla a la noche siguiente, con mi ayuda. Escaparon una noche de otoño y se perdieron por el bosque. Antes de escabullirse entre los árboles, Clarice se volteó hacia mi y me agradeció en un susurro, y en sus ojos vi todo lo que yo había querido para ella: su felicidad.
      Se prolongó un largo silencio. Emili se mordía el labio inferior y se rascaba la mejilla con la manga del suéter.
      -Pobre mamá- susurró, agitando distraídamente la cabeza. Tanto se había enojado con aquella mujer, tantas veces le había dicho que no la comprendía, que la odiaba. Y ahora que conocía su verdadero pasado...- Ben, y no la has vuelto a ver...- balbuceó.
      Él negó tristemente con la cabeza, pero sonrió.
      -El final es más feliz- le animó Ben, atrapado una hoja seca con la suela de la bota- Después de un mes de su huida, tu madre me envió una carta. Se encontraban en Norteamérica, Nueva York. Me dijo como se sentía y lo feliz que era, pero que lamentaba mucho haberse ido de mi, y que me hechaba de menos más que nada. Estaba aterrada con la idea de que mi padre fuera a culparme a mí por haberla dejado ir. Me escribió que vivía felizmente con Peter en una casita en Manhattan, que no había sido más feliz en la vida y lo mucho que deseaba que yo estuviera ahí. Incluso llegó a enviarme dinero para mi pasaporte a America, pero no fue suficiente.
      "Yo continuaba mis estudios en la cabaña en Gales. Era un brujo, y eso era todo lo que quedaba a mi alcance. Me dediqué por completo a la investigación y la filosofía, vivía tranquilo por que Clarice estaba bien. Tu abuelo sabía que tu madre se había marchado para siempre, pero nunca supo a dónde, y ni siquiera pareció tomarle importancia entonces. Vivimos en la cabaña por los siguientes tres meses.
      "Me llegó otra carta de tu madre en febrero siguiente. Peter trabajaba en un banco en Brooklyn y ella se encargaba de la casa. Estaba embarazada.
      Emili no pudo evitar sonreir.
      -Sebastian- enunció. Recordó a su hermano, a quien tanto quería y hechaba de menos. Asintió para que Ben prosiguiera.
      -Tu madre, a partir de aquel día, comenzó a enviarme fotografías cada semana. Fotografías de ella y tu padre, postales del Central Park y saludos de Peter. Y yo respondía discretamente a sus cartas, diciendo que también la extrañaba y la hechaba de menos. Y aún sigo haciéndolo- sonrió con tristeza.
      -Y un diesisiete de septiembre de ese año, Sebastian Brown vino a la vida. 
      La chica frunció el ceño.
      -Tu... has...¿visto a mi hermano alguna vez?
      Ben negó con la cabeza.
      -No- respondió- .Tu madre me envió fotografías con los primeros años de vida del pequeño. Había nacido sano y fuerte. Con el paso de los años, comenzé a ver a Sebastian en las otograías que me enviaba como vi a tu padre la primera vez: firme y honrado, un buen hombre, un caballero. 
       "Eh... se puede decir que no cosco a tu hermano en persona. Lo he visto solo en fotografías y en cartas de tu madre, y también sé que ella le ha hablado de mí- volvió la mirada tranquila al rostro de Emili- Sebastian se parece mucho a tu padre.
       Ella medio sonrió. La gente solía decir cosas sobre el gran parecido de Sebastian a su padre. Pero al compararse ella con algún miembro de su familia, incluso con su madre, simplemente no se hallaba. 
      -¿Y qué pasa con mi hermano? ¿Sabe él...
     -...que tu padre es un cazador de sombras?- concluyó él- Sí. Peter lo entrenó como tal desde que era un niño apenas. Más bien, lo educó como tal. Igual que hizo mi padre conmigo.
      Emili gimió. Fue más un sonido como entre una risa y una tos. 
      -No puedo creer que nadie me lo dijera- murmuró.
      Notó como Ben se sonrojaba levemente, aunque su sonrisa pasó a ser una expresión de seriedad.
      -Verás, querida, el hecho de que te mudaras conmigo hace un año... tiene que ver un poco con tu madre.
       Él esperaba una respuesta por parte de Emili mientras atrapaba la lluvia con sus botas negras.
      -No entiendo, Ben. ¿A qué va todo ésto? ¿Qué pasa con mi madre?
      Ben hizo una mueca, pestañeando varias veces. Vaciló un momento, y tartamudeó después.
      -No se como... decirtelo, Emili. Tu madre sabía que algo andaba mal desde que naciste... No contigo, ella se sentía mal y sabía que algo malo vendría cuando nacieras... que... que... Ella tenía un especie de presentimiento acerca del futuro. Sabía que ésto iba a pasar. Por eso te envió conmigo cuando cumpliste quince años, para que yo te protegiera. 
      Ella lo miró sin comprender nada, o quizá si lo entendía, pero estaba muda.
      -Nunca me dijo la razón o el propósito concreto por el que me pedía aquello- continuó- .Simplemente me rogó que estuviera preparado para cuando te hicieras más mayor... Y cuando le cuestioné sobre el asunto, no me devolvió la carta.
       Ben se volvió hacia ella a tiempo para verle menear la cabeza y fruncir los labios .
       -No lo comprendo. Todo iba con normalidad. ¿Que algo no va bien, conmigo?- miró a su tío con preocupación- Estoy perfectamente... ¿Y si ella sabía que me buscarían? ¿Los demonios? ¿Que querían el medallón? ¿Por eso me mandó contigo, para librarse de mí? Ben... ¿qué sucede conmigo?
       -Tu madre te envió conmigo por que sabía que yo podría cuidarte mejor, por que mi padre me educó con sabiduría en el mundo de las sombras y entonces podría tambien averiguarlo por mi cuenta...
       Otro minuto de silencio. Emili sentía un nudo en el estómago que la consumía por dentro. Un nudo de dolor y compasión. Sacudía levemente la cabeza, tratando de ubicarse nuevamente en la realidad.
       -No comprendo-repitió.
       Ben se giró hacia ella y le pasó un brazo por los hombros, tranquilizandola con éxito claro.
       -Ben- le llamó ella- Quiero ayudarlos a descubrir qué es lo que pasa- el la miró como si estuviese loca-  Soy una cazadora de sombras- le sonrió.
       -Será mejor que entremos- dijo él con una sonrisa, y ambos miraron la lluvia que poco a poco cesaba- Se hace tarde.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 5 por: Sofi M

Capítulo 5
Planificación
      Southampton parecía una de las ciudades de Babilonia. El río al este, el Palacio Científico al oeste, rodeado por árboles y fuentes de nenúfar... En la noche, pensó James, era un lugar de ensoñación. El lugar de donde los poetas exprimían la nostalgia de sus frases y donde los enamorados sembraban la semilla de la profundidad que reinaba en sus corazones. La luz de la luna hacía brillar como oro blanco las tejas de las casas mojadas por la lluvia. Se miró el brazo izquierdo; la sangre había dejado ya de chorrear, pero la herida era profunda y le ardía el veneno ácido de demonio. >>No hay tiempo para un iratze- se dijo- Éstos demonios no son tan peligrosos para nosotros<< . Saltó de la azotea desde donde había estado contemplando la ciudad, cuando escuchó el aullido de otro demonio cerca de ahí. Se lanzó hacia abajo y aterrizó firmemente en la acera de un angosto callejón. El demonio acorralaba a una pobre joven en una esquina, aplastándola y arañándola con sus largas tenazas. James desenvainó su espada, cubierta de ya de sangre pegajosa, y la enterró en el lomo de la criatura  antes de que éste arrancara de un tirón el brazo de la joven. El muchacho sacó la espada del cuerpo escamado para volverla a enterrar una y otra vez hasta que el demonio desapareció hacia otra dimensión. Se volvió hacia la chica, que yacía herida en el suelo sucio y había observado todo con horror. 
       James sacó de su cinturón el frasco con la poción curativa que el Benjamín había preparado, se inclinó ante la joven y vació tres gotas de líquido purpura para embarrarle en el cuello y rostro de la pobre chica, donde sangraban las heridas. Ella alzó la cabeza temblorosa y lo observó con incredulidad y temor.
       -¿Eres un ángel?
       Él tapó el frasco medio vacío y guardó la espada chorreante en el cinturón.
       -Sí- respondió, recordando a cuantos muchachos jóvenes como ella había salvado durante las últimas horas... y a cuántos no. La ayudó a ponerse en pié y le ordenó-: Vete. Evita a toda costa los callejones.
       La muchacha asintió, temblorosa y corrió de vuelta a la calle, a la vez que aquél ángel se escabullía entre las sombras, en busca de más víctimas...


       Había sido una noche difícil para Emili. Se había ido a acostar justo después de leer la nota de Ben, pero no había podido conciliar el sueño sino hasta más tarde. Había tenido pesadillas...
      ...Pesadillas donde ella avanzaba por un infinito pasillo oscuro, polvoriento y cubierto de sangre rojiza. Caminaba por el pasillo en silencio; solo podía oír el el crujido que hacían sus tacones al clavarse en la sucia alfombra. Un susurro en la oscuridad se volvía cada vez más claro mientras avanzaba entre las tinieblas. Y el susurro se convirtió en una voz, una suave y seductora voz, y continuó escuchándola, sin saber muy bien lo que canturreaba.
       Entonces Daniell le susurraba al oído <<néfilim, néfilim...>> pero solo veía oscuridad.
       Fué ahí cuando despertó entre zangoloteos y grititos de Ben, que le dijo que era tarde y le pidió que se vistiera con la ropa de la maleta pequeña. Se trataba de una formal falda larga, a juego con un suéter de lana y zapatillas lisas. Todo de un triste y desgarrador color negro.
       Eran las diez y veinte cuando salió con Ben de la casa de Beatrice al funeral de la madre de Maggali. Habían encontrado su cuerpo sin vida en un callejón a las afueras de la ciudad. Había perdido mucha sangre; al parecer la habían desollado por la parte del pecho y la habían arrastrado lejos de la ciudad.La policía ya estaba investigando todo aquello, que iba bien relacionado con los ataques a los jóvenes de Southampton y sus alrededores, aniquilándolos claramente por el cuello. 
      Trataba de no pensar en aquello durante el entierro y aunque deseó no haberlo sabido no pudo evitar escuchar a Ben y Beatrice hablar sobre los ataques durante el desayuno.
      Nunca le habían gustado los funerales, a pesar de que solo los había visto en películas. Ver llorar a Maggali le resultó de lo más ajeno y doloroso; su amiga se ocultaba entre los brazos de sus familiares sin dejar de sollozar. Pensó que ahora estaría huérfana, sin padres como los suyos, y probablemente se mudaría a otra ciudad. Pero no quiso pensar en ello para nada.
     Regresaron a la casa de los cazadores de sombras a la hora del almuerzo.
     -Nos quedaremos en casa de Beatrice por unos días más- le había dicho Ben con seriedad -les voy a ayudar con éste problemilla de los monstruos...
     Pero ella sabía que todo eso era por que los demonios iban tras el Medallón Dorado, y Ben se sentía más seguro bajo el techo de seres como él... como ambos. 
      Pensaba en todo aquello con un nudo en la garganta mientras se quitaba los pasadores del cabello y los colocaba en la cama. Tenía mucha hambre, y sueño. Pero había insistido en darse un baño primero antes de tocar la comida. Sacó una toalla de la maleta grande que Ben había traído y salió de la habitación. La puerta del baño de enfrente estaba cerrada con broche y por debajo se escapaba una fina línea de vapor. Tocó dos veces con los nudillos.
     -¡Ocupado!- gritó del otro lado una voz divertida.
     Frunciendo los labios, fue a sentarse a una de las sillas tapizadas que había en el pasillo, junto a la puerta del baño. Un minuto después, James abrió la puerta y apareció vestido con casuales ropas limpias y los cabellos tapándole la frente.
      -Aún queda agua caliente- le avisó con una sonrisa- .Aprovéchala -imitó un saludo militar y se encaminó rumbo a las escaleras. El muchacho iba descalzo.
     
     Beatrice abrió la ventana de la cocina para repirar el aire fresco de la mañana.
     -Ésto es terrible- chilló Wenndy, que caminaba dando círculos al rededor del comedor- La plaga en la ciudad ha crecido. Seguramente en unas semanas alcanzará Liverpool y, ¿qué vamos a hacer? ¿Observar desde la ventana la terrible masacre?
     Bea suspiró, volviéndose a la mesa.
     -La Clave no está dispuesta a ayudarnos, pero el ejercito de Liverpool estará listo en cuanto les llamemos...
    Wenndy parecía una loca; se volvió a la mujer con incredulidad.
    -¡¿Y no deberíamos hacerlo ya?!
    Daniell, que miraba la televisión de treinta centímetros sin realmente ponerle atención, sacudió la cabeza.
     -Los cazadores del ejército de Liverpool son muy pocos, Bea- señaló, sin apartar la mirada del televisor- y muchos de ellos son de nuestra edad; no están bien preparados.
     -La Clave no puede ayudarnos- repitió Ben, que estaba sentado a la mesa -¿Por qué? Se supone que es su trabajo, son... aliados.
     Bea se lo quedó mirando un buen rato, se colocó frente a él y susurró.
     - La raza de néfilim se está extinguiendo, Benjamín. Los millones que habitaban el mundo desde hace diez años que se han ido retirando justo por que los deminios no habían aparecido en décadas; ya nadie cree que sea necesario la existencia de los cazadores de sombras. Somos pocos los néfilim que seguimos activos, y muy pocos los que saben que en realidad lo son y tienen experiencia como tales- pareció sonreir tiernamente- Por otro lado, los monsruos se aparecen por ahí de repente, cuando ya no queda nadie que esté realmente dispuesto a.. a... acabar con ellos...- parecía que solo estuviese hablando con él- Ben, somos pocos los néfilim que seguimos activos como lo que somos.    
     Hubo un extenso silencio después de eso. Todos tenían la mirada clavada en el comedor, a excepción de Daniell, pero también estaba tenso en el sillón.
     No fué sino hasta que James entró a la cocina, con el cabello despeinado y húmedo y una sonrisa torcida, que todos se recobraron.
     -Si les sirve de algo- dijo desde el umbral- tengo nueva información acerca del tema.
     Beatrice se incorporó y pasó la mirada al brazo izquierdo del muchacho.
    -¿Dónde has estado- clavó en él sus martirizantes ojos azules.
    -Paciencia, Bea. Estuve cazando por la ciudad... Los deere no son tan venenosos y la verdad es que son algo torpes- agregó con diversión al ver el rostro ensombrecido de su tutora- Acabé por lo mucho a nueve o diez. Todos coinciden en lo mismo.
     Ahora todos se habían vuelto hacia él, incluso Daniell, mirándolo con atención.
     -Todos arrinconan a sus presas en lugares cerrados y con poca luz; en callejones. Sus víctimas son jóvenes, más o menos de mi edad, y las hieren en el mismo lugar: en la parte del cuello, pecho y rostro.
      Daniell se acomodó los lentes sobre la nariz.
     -¿Y eso a qué conclusión nos lleva?- cuestionó pensativo.
     -Mi conclusión es- continuó dichoso James- Que quien ha enviado a los demonios, busca, por lo que veo, personas jóvenes; fuertes o que tengan algo en común. Y hay una probabilidad de que lo que busquen en ellos sea ésto- sacó rápidamente el medallón de Emili del bolsillo y se los mostró- .Es por eso que las víctimas tienen heridas en el cuello, en donde se llevaría colgado comúnmente, un medallón.
     Observaron con atención el objeto brillante. Bea sacudió lentamente la cabeza y se dió la vuelta hacia la ventana abierta. Después de unos minutos de silencio, Ben se rascó la barbilla pensativamente y cuestionó a James.
     -¿Dónde está Emili?
    en respuesta, la puerta de la cocina chirrió al abrirse y Emili entró a la cocina. Se quedó paralizada al notar que cinco pares de ojos la miraban. Tenía los cabellos color terracota enmarañados  y estaba pálida como la nieve.
     -Ahí está, nuestra pequeña huésped- James imitó el tono de voz de un comercianto y bailoteó hasta la muchacha, que cambió su mirada a él, sorprendida- Y bien, querida, ¿qué se te apetece?
      Emili recorrió la cocina con la mirada; todos habían vuelto a sus puestos: Daniell sentado en el sillón veía distraídamente la TV, la chica rubia, alta y guapa farfullaba algo junto a él, Bea cocinaba algo en una olla y Ben tenía la mirada clavada en la mesa. Se volvió un momento hacia la chica, sin mirarla directamente y farfulló:
     -Debes tener hambre. Siéntate.
     Emili obedeció y fue a sentarse junto a su tío. Recordó las tantas preguntas que quería hacerle y comenzó a dolerle la cabeza. Beatrice, cargada con una pila de platos de plástico, caminó y se acomodo en un lugar frente a ellos.
     -¡Hora de comer!- anunció entusiasta y comenzó a repartir alimento a cada lugar en el comedor.
     Los videntes de televisión se acomodaron frente a frente en la mesa después de apagar el aparato y James se desplomó frente a Emili. Parecía extraño, según ella; Ben conviviendo tan naturalmente con personas que ella apenas conocía, comiendo en su mesa y hablándose como si se conocieran de toda la vida. De pronto notó la mirada de su tío puesta en su brazo derecho, ahí donde se había tallado con fuerza durante la ducha, intentando en vano borrar el iratze que James le había dibujado para salvarla. Pero le fue imposible hacerlo desaparecer, y a cambio se había hecho una gran mancha roja en la piel, al rededor del indeleble tatuaje negro. Comieron en pleno silencio durante unos minutos, después fue roto por Beatrice, que tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre la mesa.
     -La Clave no puede ayudarnos- repitió, ésta vez con voz más animosa- y sí, tienes razón; el ejército de Liverpool es muy pequeño, aunque ya lo he llamado... Y mientras esperamos, podemos hacer algo- alzó la vista hacia Ben frente a ella.
     Él la miró con mil dudas en el rostro.
     -¿Hacer qué?...¿Qué puedo hacer yo para ayudar, Bea?
     Emili los observaba con el tenedor en la mano mientras los demás comían sin apuro.
     -Lo he estado pensando desde la mañana- continuó la mujer con expresión inteligente y superior y una sonrisa de orgullo; hizo a un lado la comida y juntó las manos sobre la mesa- .Hay una remota posibilidad de que tu sobrina nos aprenda algo si comenzamos a entrenarla desde ahora- concluyó, lanzando una mirada llena de piedad a Emili. 
     Ben se puso en pie, sacudiéndo exageradamente las manos.
    -Oh, no- gruñó él- No puedo permitir que la metas a ella en éste embrollo- cerró los ojos con fuerza, poniendo una mano en frente para detener a Bea. 
     La reacción de la mujer hizo que a Emili se le pusieran los vellos en punta. 
     -Piénsalo, Benjamín- ella se inclinó hacia adelante y le tomó las manos a Ben, mirándole con ojos suplicantes- .Con un buen entrenamiento, poco a poco acabaremos con la plaga en la ciudad, ¡y puede que la Clave nos recompense con eso! Por favor...
     Emili no sabía que era lo que más le aterraba: si el hecho de que estuvieran hablando en clave sobre ella, como si fuese la carnada; o el hecho de que una desconocida le estuviera tomando las manos a su tío y le mirara con ojos de cordero degollado. Ben miró por unos segundos a Bea.
     -Primero que nada- rectificó él- necesitamos hablar, Bea. Tú y yo.
     La mujer le lanzó una mirada desesperada, pero después salieron al pasillo. Emili miró por un momento a la mesa muy fijamente mientras tanto James, Daniell y Wenndy intercambiaban miradas divertidas. Son todos como unos niños...
     -Yo creo que Bea tiene razón- dijo la chica rubia con una voz chillona, agrandada hasta ser molesta- después de todo, a quien buscan es a ella- señaló sin decir el nombre de Emili.
     James sacudió la cabeza de un lado a otro de manera divertida mientras tomaba una albóndiga con el tenedor.
     -Es como si estiviesen discutiendo no de la manera que Bea discute con nosotros, sino... como si Ben fuera alguien realmente especial- comparó el muchacho observando atentamente la comida...
     -Es completamente ridículo- le interrumpió la hermana de Daniell sin hacer caso a su comentario anterior- .Entrenarla no va a servir de nada...
     -Apuesto que entre esos dos tipos hay algo más que amistad- continuó James, ignorándo a Wenndy.
     -...es físicamente muy pequeña, y...¿sabes cuánto tardé yo en acostumbrarme a los rasguños y heridas sin un iratze? Además es muy débil, y dudo que tenga experiencia en cualquier tipo de lucha...
     Emili apretaba los puños por debajo de la mesa; miraba fijamente la madera y no había probado la comida. James había parado de hablar.
     -...mucho menos en demonios- Wenndy parloteaba como poseída- es como si fuera una subterránea. ¿Sus padres nunca le hablaron sobre el mundo subterráneo? Mucho menos, no va a durar ni un día en el entrenamiento...
     -Wenndy, basta- murmuró Daniell.
     Entonces Emili explotó. Se levantó de golpe de la silla y golpeó los puños contra la mesa.
     -¡Basta todos!- gruñó pasando la mirada furiosa por los tres muchachos- ¡Basta de hablar de mí como so no estuviera aquí!... Si... si les soy inútil... pues... me largo.
     Salió de la cocina dando un estrepitoso portazo e ignoró la mirada sorprendida de Ben, cruzado de hombros frente a Bea. Ignoró también su voz, llamándola una y otra vez y caminó por la casa hasta llegar a la puerta que daba a la calle y salir.
     Se mordió el labio, intentando contener las lágrimas, pero éstas se le iban acumulando y le hacían borrosa la vista. Lo único que quería en ese momento era regresar a casa, a Nueva York... pero en esos momentos solo podía pensar: ¿Qué hacer? Salir a la ciudad se trataba de enfrentar un montón de monstruos asesinos y seres mitológicos que apenas sabía que existían . No había nada que hacer. La puerta tras ella se abrió con un clic.
   Lentos y pesados pasos se arrastraron por las escaleras de entrada mientras ella permanecía inmóvil en el jardín.
       -Emili- la llamó Ben  dos pasos atrás.
      Ella pestañeó, y al hacerlo se le inundaron los ojos de lágrimas. 
      -P... perdón...- susurró ella con voz entrecortada. No quería llorar ante él- Ben, es solo que... yo no... quise...
      -Escucha, pequeña. No sé lo que pasó en la cocina, pero si se trata de lo que dijo Beatrice, olvídalo. No pasará jamás...
       Ella sacudió la cabeza sin darle la cara.
       -Dimelo todo- masculló entre sollozos- Ahora- cruzó los brazos, de espaldas a Ben. 
      El la miró con el ceño fruncido y luego la tomó por los hombros.
       -Es una larga historia, Emili- susurró sobre ella- Será mejor que nos pongamos cómodos.