martes, 29 de noviembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 3 por: Sofi M

Capítulo 3
De demonios y brujería
    James entró a la casa de Beatrice haciendo una runa de apertura en el cerrojo de la puerta.  Encontró a Wenndy sentada en la sala, con un montón de libros apilados frente a ella en una mesilla. Escribía tranquilamente en un cuaderno; estaba estudiando, supuso. Él fué a sentarse frente a ella, en una silla y le clavó la mirada en un cruel intento de que ella se diera cuenta de su presencia. 
    -Bea no ha regresado- aventuró él después de medio minuto.
    -No- confirmó Wenn, sin agregar nada más. 
    No se detuvo a verlo siquiera. Ahora su mano se movía con rapidéz, sosteniendo la pluma sobre el papel. James se recostó en el respaldo de la silla, tallándose la cara con las manos en un intento de despejarse la cabeza. Pasado otro minuto, la muchacha se atrevió a mirarlo.
     -¿Dónde estabas?
     James sonrió sin abrir los ojos, tambaleándo la silla hacia atrás con los pies hasta que quesó firme en dos patas.
     -Entregué el medallón a su dueño. ¡A que no adivinas a quién pertenece!- exclamó haciendo un ademán sorprendido con las manos, agitandolas frente a Wenndy, quien le dirigió rapidamente una mirada de superioridad.
    -Humm.. creí que te ibas a quedar esa cosa- le espetó, aburrida- ¿A quién pertenecía?
    - Pertenece- la corrigió él, relajándo la postura- a una mundana.
    Wenn suspiró, nada sorprendida. Una mundana. ¿No conocía James a muchas mundanas? Muchísimas.
    -No a cualquier mundana- reclamó el muchacho al leer su expresión-. Una con la visión. Pudo verme.
    -Umm... qué bien...
    Su animada plática fué interrumpida por su hermano, que asomó por la entrada a la sala.
    -Llegó Bea- anunció.

    La joven Beatrice se hayaba cerrando las rejas del jardín con la estela cuando Wenndy salió corriendo de la casa hacia ella y la rodeó en un fuerte abrazo.
    -Bea, ¿dónde estabas?
    Bea le devolvió el abrazó y se giró para caminar hacia la casa, donde se encontraban Daniell y James.
     -¿Lo ves Wenn?- dijo burlón- Bea siempre regresa.
     -Estaba en el salón de Londres - respondió la mujer, ingnorándo la burla del muchacho-. Una pequeña reunión. Tengo algo que decirles.
     -Pudiste habernos llamado- se quejó Wenn como una niña pequeña, cuando los cuatro entraron a la casa.
    Beatrice los condujo de vuelta a la salita, con una expresión seria en el rostro. Se dirigió a la ventanilla mientras los muchachos se instalaban para oirla; Wenndy cruzó las piernas sobre el sofá; DAniell se acomodó en la silla y James se reostó en la pared con los brazos cruzados. Bea se volvió hacia ellos cuando se hizo el silencio en la habitación. Llevaba los negros cabellos atados en un chongo en la nuca y usaba las mismas ropas casuales que cuando se había ido. Paseó la mirada, fría y nerviosa por los ojos de los tres muchachos, tomó aire.
     -Hay demonios en Southampton.

     Emili caminó por enésima vez hacia la ventana de su habita´ción. Afuera, la lluvia otoñal caía como un susurro y las ojas secas se arremolinaban con el viento de hielo. Las calles del fraccionamiento seguían desiertas, como hacían cinco minutos antes. Había corrido las cortinas para poder ver el exterior; esperanzada con la idea de que en algún momento James aparecería allá abajo...
    ...Pero solo había viento y lluvia.
     Entonces escuchó voces provenientes de la planta baja. ¿Estaría Ben hablando por teléfono? Pero no, eran dos voces. Ben estaba con alguien. Era la voz de una chica. La voz de... ¿Maggali?
     Si, era ella. Estban en la cocina; Maggali con un vaso de leche medio lleno y Ben sentado frente a ella, escuchando atento lo que decía ella. Ambos voltearon al ver que Emili entraba an la cocina.
      -Oh, hola, Em- saludó Maggali con una trista sonrisa- justo iba a subir por tí, pero me detuve un momento a platicar con tu tío.
     Ben se puso en pie para dejar la silla libre, y se dirigió al refrigerador.
     -¿Tienen hambre?- les preguntó -Hay... pizza.
     -Sí, muchas gracias- aceptó Maggali sin muchos animos.
     - Puedo preparar comida- se ofreció Emili.
     -Ni hablar- Ben sacó dos trozos de pizza para calentarlos en el microondas.
    Emili se sentó mareada en la silla frente a Magg. ¿Cuánto hacía que había llegado ella?
    - Le estaba preguntando a Ben por mi madre- la chica tenía los ojos puestos en la pizza que daba vueltas en el horno- Desapareció hace dos horas. Dijo que iba a salir unos minutos a hacer una entrega, pero no ha regresado.
     Emili se encogió de hombros.
     -Tal vez había mucha gente, o mucho tráfico, Magg...
     Ben se acercó con un plato grande lleno de pizza caliente. Maggali tomó una pieza en cuanto se lo pusieron en frente. Emili miró a su tío. Su expresión era dura y parecía preocupado, incluso molesto. Se alejó de ellas después de poner servilletas limpias en la mesa, y se fué hacia el fregadero, dándoles la espalda.
     - Sí- continuó Maggali, engullendo el primer pedazo de comida- Quién sabe. Quizá se ha quedado a charlar con alguno de los vecinos... o a lo mejor se fué a casa de mi abuela... Aunque me extraña que no me haya llamado, después de dos horas...
     Ben se dió la vuelta lentamente, con la misma extraña expresión en el rostro; y por un corto momento sus ojos se clavaron en los de Emili. Pensaban lo mismo, lo sabía. Y ella se estremeció.
     Justo estaba recordando a James hablarle sobre los demonios, que rondaban por doquier.

     Beatrice paseaba la mirada de James a Daniell, y luego a Wenn. Tardaron un minuto en volver en sí; Daniell fué el primero en hablar.
     - Pero Bea- su voz era gruesa y firme-, hace bastante tiempo que no se han visto demonios en Hampshire, ni en Inglaterra, ni en todo el mundo...
     -Exacto- coincidió James, sin cambiar de posición junto al umbral-¿Por qué debería haberlos ahora?
     Beatrice dirigió la mirada a Wenndy, que parecía estar en shock. 
     -Ese es el problema- dijo la mujer-, la Clave cree que alguien los está controlando. Rompieron las salvaguardas y entraron en grupos; no son muchos, pero los demonios deere no son tan inteligentes como para romper las cinco salvaguardas que había en la Hampshire.
     Daniell se inclinó hacia adelante en la sille, acomodándose las gafas sobre la naríz.
     -Definitivamente, alguien los tiene en su dominio. Los deere son una cosa fácil. Pero, ¿por qué alguien los habría enviado a la ciudad?
     Beatrice dejó asomar una sonrisa pícara.
     -Los demonios van tras algo- dijo con voz grave- Investigué sus rastros. Buscan algo o a alguien, no sé. Y matan a todo aquel que no sea quien quieren.
     Wenndy se retorció en el sofá.
     -¿Qué crees que buscan?- preguntó con voz temblorosa.
    -No lo sé, Wenn- Bea comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación-. Pero tenemos avisada a la Clave, eso es seguro.
    James sacudió la cabeza, completamente divertido.
     -Somos los únicos cazadores de sombras en la región, Bea. ¿Crees que avisar a la Clave va a ayudar en algo? Seguro que no se lo van a tomar en serio, de verdad, ¿crees que nos ayudarán?- inquirió con una sonrisa torcida de inseguridad.
    Beatrice frunció el ceño. 
    - No solo tenemos a la Clave, James. Reuní a los muchachos de Joel, por si acaso. Los llamaremos si necesitamos apoyo. La Clave está encargada de reparar y vigilar las salvaguardas- su expresión había pasado de ser lideral a ser más divertida-. Y nosotros nos encargaremos de la plaga.
   
     A Emili le seguían temblando las rodillas, aún después de que Maggali hubiera salido de la casa. Había querido detenerla; decirle que afuera era peligroso, que su madre quizá no se encontraba bien... Recordó la tela manchada de sangre que Ben había arrojado a la basura, y cómo él también había ocultado cosas; había mentido. Pero no podía hablar, no sabía que hacer. Estaba muda.
     Ben la observaba con preocupación desde el otro lado de la cocina. Y aún no se recuperaba.
     -Estaré en... mi estudio- dijo él al fin. Salió de la cocina.
     Se sentía tan sola, tan inútil, tan temerosa... Quería salir a la calle y detener a su amiga. Quería reclamar a Ben por no haber hecho nada en aquél momento, por haber hablado con tanta normalidad frente a Maggali. Quería saber cuál era la causa por la que actuaba tan extraño, y de dónde provenía la sangre, si acaso era del ataque de un mounstro que rondaba por las calles, llevandose a gente como la madre de Magg... Quería buscar a James y pedirle ayuda. Todo a la vez.
     Ben le había estado mintiendo, lo sabía. No podía decir nada a Maggali; no lo entendería, y seguramente, no lo creería. Peero James... James era un cazador de sombras.
     Los nervios y la incapacidad de hablar la animaron a tomar el abrigo del recibidor y salir a la oscuridad.
     La lluvia había cesado y ahora caía lentamente en débiles gotas. Era tarde, pero el cielo estaba cubierto de nubes negras que ocultaban los últimos rayos de sol, oscureciendo la ciudad.
     La calle estaba desierta, como un jueves en la escuela. Emili se hechó a andar tapándose con el abrigo, hasta la otra esquina. doblando hacia la izquierda, siguiendo el camino que recorría todas las mañanas al Instituto. Las farolas de la calle empezaban a iluminar cuando llegó a la esquina de la cuadra que era el edificio. Se detuvo en seco al visualizar a la poca gente que cruzaba la calle; deteniendose de vez en cuando a causa de los coches. Respiró hondo; le faltaba el aire.
     Jadeando, corrió hasta el portal de entrada del Instituto y jaló el cerrojo. Fue una suerte que estubiese abierto. La luz del golf estaba encendida. Corrió, haciendo traquetear los tacones de sus botines contra las piedras incrustadas. Temblando a mas no poder, subió las escaleras para llegar a la entrada...
     ...pero se lo impidieron dos enormes manazas, que la tomaron por los brazos y la jalaron hacia atrás. Cayó sobre el suelo frío, profiriendo un  grito ahogado al golpearse dolorosamente la espalda contra las piedras. Escuchó chillidos sobre ella, muy agudos. Intentó abrir los ojos, pero las manos como pinzas, duras y fuertes, la retenían en el suelo apretándole el abdómen, si poder respirar.Sintió como le arañaban la garganta y la una parte del pecho,  y le cortaban la piel del cuello. Sintió un cálido hilillo de sangre recorriéndole la mandívula.
     Trató de gritar, pero las manazas la azotaban contra el suelo dolorosamente, y se quedaba sin aire; resgándole la piel. Alzó débilmente las manos para apartarse aquellas manos como pinzas de una vez, pero ya  no tenía fuerzas suficientes. Cuando logró abrir los ojos, múltiples puntitos negros le borraron la vista.
     -James- susurró en un doloroso jadéo, y dejó caer las manos.
     Inconcientemente, sintió como el par de garras duras y afiladas disminuían la presión en su cuerpoy eran remplazadas por dos manos suaves y cálidas. Pero ya no le quedaban fuerzas para hacer algo.

    Cuando recuperó la conciencia, se encontró en un lugar cálido y cómodo. Sentía una fría brisa rozarle la piel de los brazos. Sentía movimiento a su alrededor, y de pronto, pudo escuchar.
     -¿Crees que hice mal en ponerle el iratze? - preguntaba una voz familiar, sonaba muy cerca de ella.
     -Seguro que sí- respondió una voz femenina y chillona; iba y se iba-. Los humanos no soportan éste tipo de magia, James. Probablemente ya está muerta.
     Escuchó el sonido de las zapatillas al golpear el suelo ruidosamente. Alguien caminaba de un lado a otro, impaciente.
    Inhaló aire ruidosamente.
    -Imposible- susurró la voz masculina y familiar cerca de ella-. Está respirando.
     Emili abrió los ojos de golpe y trató de incorporarse; un dolor agudo le recorrió la zona del pecho y el cuello. Dos manos la empujaron delicadamente por los hombros para acostarla de nuevo.
     -Emili- susurró James junto a ella- ¿cómo te sientes?
     Ella lo miró. Sus sólidos ojos grises estaban alegres. Observó que el muchacho tenía la camisa desgarrada en la parte del pecho, dejando desnuda una parte de piel manchada de rojo.
     -¿Donde... estamos?- su voz estaba ronca.
     - Estás en mi casa- respondió el muchacho en una cálida sonrisa-. No te preocupes, estarás bien.
     Emili miró sus ojos . Las zaparillas que se movían de un lado a otro se habían detenido. Se trataba de una chica alta que miraba a lo lejos por la ventanilla de la habitación. Distraída, notó que había otra persona en aquél lugar. Un hombre delgado y alto, de cabellos castaños; estaba de frente a una mesa virtiendo líquidos de colores en variados frascos. Su rostro no se veía.
     -¿Qué...qué pasó?- preguntó a James, que miraba sus manos con ojos decaídos.
     - Un demonio deere te atacó. Tienes suerte de que yo te estuviera buscando desde hace rato- clavó sus ojos en ella-. Te encontré peleando contra el monstruo, pero cuando te lo quité de encima ya estabas inconciente. El demonio te inyectó veneno y te hirió en el cuello... Te puse una runa de curación por que fué lo único que se me vino a la mente en ese momento...
     James fué interrumpido por el hombre alto y delgado.
     -Será mejor que te calles, muchacho- dijo, a la vez que se daba la vuelta. Emili se sobresaltó al reconocer su rostro; la piel dura y desgastada, su forma de caminar, los ojos almendrados...- No quiero que se altere.
     -¡Ben!- gritó Emili, aterrada; incorporandose de nuevo, lo cual provocó que los cortes del cuello se desgarraran.
     Ben se acercó a ella con un frasco lleno de un líquido lila.
     - Aquí estoy, mi niña- se inclinó hacia ella y le restregó tres gotitas edl líquido en los cortes del cuello. Emili jadeó ante el dolor; el líquido le quemaba las heridas.
     -Encontré ésto cerca de ella cuando el demonio la dejó- dijo James dirigiendose a Ben; le mostró un objeto pequeño y redondo que pendía de una cadena. El medallón dorado- Se lo arrancó del cuello a propósito.
     Ben tomó el medallón y lo examinó con cuidado. Después se volvió a la chica y preguntó con seriedad:
     -¿De dónde sacaste ésto?
     -No recuerdo quien me lo dió. Lo he llevado desde siempre.
     Ben frunció el ceño e hizo girar el medallón en sus dedos.
     -Tiene un significado- susurró como para sí mismo.
     -¿Sabe cuál es?- cuestionó James, inclinándose sobre Emili con curiosidad.
     Ben volteó el medallón, señalando las diminutas figuras de la cara opuesta.
     -La runa néfilim; el ojo la raza humana; la luna es de licantrópía; una gota de sangre por los Hijos de la Noche; el triángulo representa brujería. Unidos por las cinco puntas del pentagrama- señaló la estrella en el centro- Quinque vivi in potestatem...
     -El poder en los cinco vivientes- tradujo James-. ¿Es magia negra?
     -Muy poderosa- indicó Ben, devolviéndo el medallón al muchacho- Me parece extraño que lo llevaras contigo- se volvió a Emili, que lo miraba con ojos desorbitados, frunciendo el ceño-. La A escrita ahí debe tratarse de la inicial de algún nombre. De quien mandó hacer el medallón tiempo atrás...
     -O quizá solo sea la marca de fabricante- masculló Emili con sarcásmo-. Como Bucellati, o  Van Cleef & Arpels...
     Los labios de James se curvaron en  una sonrisa.
     - Sería bueno averiguar más- dijo, y se puso en pie- Eh, Wenn, -se refirió a la muchacha rubia que veía por la ventana- ¿dónde está Bea? Puede que ésto le interese...
    Emili se volvió a mirar a Ben, que sostenía una taza con lo que parecía agua caliente, la removía con una cucharilla.
     -Yo... no entiendo, Ben. ¿Sabías todo.. ésto desde el principio?- las palabras salían en un hilo de voz- Debí decirtelo... yo...
     Ben escurrió la cucharilla y le tendió la taza a Emili.
     -Tomate ésto. Es una formula curativa.
     Emili tomó la taza y bebió. El agua estaba caliente y tenía un ligero sabor amargo.
     -Tú no tienes qué decir nada- continuó el hombre- Te explicaré todo con tiempo. Primero, deja que me presente adecuadamente- Emili lo miró confundida- Soy Ben Barnes, tu tío... y gran brujo de Inglaterra.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 2 por: Sofi M

Capítulo 2
El Medallón Dorado
    Emili pasó la mañana preocupada. Había sangre en casa de Ben. Su sangre, quizá. O peor aún, la sangre de otra persona. No sabía qué hacer. 
  Interrogar a Ben le traería graves consecuencias (la desconfianza por parte de él, por ejemplo) e incluso volvería a mentirle. Pensó en llamar a sus padres y contarles lo ocurrido: la llamada, la actitud extraña de Ben, la tela manchada de sangre.. Pero pensó que eso sería algo cobarde, y renunció a ésta última idea al recordar lo histérica que se pondría su madre.
    Sin más, tomó el libro de cuentos que había le regalado su padre y que había leído más de una vez, y fue a sentarse en las bancas de hierro frente al kiosco del Instituto. Intentando despejarse la mente, abrió el libro en la página que se había quedado el día anterior y continuó la lectura.
    El libro era un conjunto de cortas historias ficticias, o eso parecían. Al principio Emili creyó que todas eran viejas leyendas de algún pueblo europeo, o incluso que podrían ser moralejas medievales. Pero pasó el tiempo y conforme se familiarizaba con la culta y misteriosa manera que redactaban las palabras del libro, se dió cuenta de que las historias eran más reales de lo que pensaba.
    Narradas por nadie en general, hablaban sobre seres vestidos de negro, que luchaban contra demonios horribles, con espadas y dagas. También había dragones lanza fuego y mencionaba a los hombres lobo como Hijos de la Luna. Había hadas que se describían hermosas, pero con un corazón maldito, por que eran mitad demonio.
    Pero sobre todo, hablaba de ángeles.
    Había leído apenas una página cuando algo frente a ella, sobre el viejo kiosco, llamó su atención.
    Era una silueta humana. Un muchacho. Estaba recargado en uno de los pilares que sostenían la fachada del kiosco. Las sombras tapaban su rostro, pero Emili estaba segura de que la observaba.
    Distraídamente, volvió la mirada tratando de concentrarse en el libro. Y después de cinco segundos, desvió la mirada nuevamente hacia la silueta.
    Se mantenía en la misma posición, tan solo parecía haber caminado un par de pasos hacia adelante, pues ahora podía ver su boca con claridad, torcida en una sonrisa.
    Notó que era el mismo muchacho del día anterior. Llevaba puesta la misma camiseta celeste, el mismo chaleco negro y aquellas botas de cuero. El joven caminó hacia adelante y se recargó en la barandilla de granito del kiosco, frente a ella, mirándola con ojos curiosos. Emili se quedó sin palabras.
   El muchacho que la observaba era deliberadamente hermoso. Tenía un rostro delineado y  perfectamente proporcionado; de una piel blanca y limpia. Los labios carnosos, retorcidos por una dulce sonrisa, sus pómulos sobresalientes y ruborizados. Sus nariz era extrañamente recta y sus ojos eran un par de finas líneas curvadas hacia abajo, enmarcados por pestañas largas y espesas. Fruncía el ceño y parte de la frente estaba tapada por cabello negro, rizado y espeso. A Emili le recordó a los guerreros que aparecían en su libro, mitad ángel y mitad humano...
    Y entonces el ser habló.
    - ¿Podría preguntarte por qué me miras de esa manera?
    Emili, regresando en sí, se enfurruñó.
    - Soy yo quien debería preguntarte por qué me mirabas así antes de que yo te mirara- dijo, alzando la voz hasta convertirse en algo así como un grito.
    Los alumnos que pasaron junto a ella se la quedaron mirando divertidos.
    -Shht- la calló el muchacho- Llamas la atención.
    -¿Y tú no?
    El chico arqueó las cejas.
    - A decir verdad, no. Tus amigos no pueden verme-. Emili sacudió la cabeza, pero él decía la verdad. Los estudiantes que caminaban junto a ella no parecían poner atención al muchacho que hablaba encima de la barra- Pero a ti sí, y si me sigues gritando de esa manera pensarán que estás loca.
    Emili frunció el ceño y se dió la vuelta para tomar el libro y caminar de vuelta al salón de clases, pero una voz arrogante la detuvo.
    - Espera- dijo el muchacho, que había bajado del kiosco de un brinco y se dirigía caprichoso hacia ella- No quise ofenderte.
    Nuevamente, Emili se quedó sin palabras.
    -Justo a ti te estaba buscando- continuó él, mientras se paseaba en círculos al rededor de Emili- Me pareció raro que seas la única en éste instituto que sea capaz de verme. 
    Emili, más que asustada, estaba confundida. Se limitó a clavar la mirada en el muchacho con la intención de demostrarle lo molesta que estaba, pero él continuaba caminando en círculos a su alrededor.
    -Entonces regresé ésta mañana y te encontré en el mismo lugar, leyendo el mismo libro.
    Emili se quedó inmóvil con el libro bien sujeto sobre el pecho. El muchacho paró de caminar y ahora se dirigía de vuelta al kiosco, de espaldas a ella.
    Sabía que debía ignorarlo; que el muchacho era un extraño, un loco quizá, con eso de que nadie podía verlo más que ella. Además no era un alumno, pues no llevaba el uniforme que era obligatorio. Y actuaba de una manera tan más extraña...
    Ignoró todo aquello, dió media vuelta y se encaminó hacia las escaleras por donde el joven subía también.
    -¡Espera!- gritó ella casi sin pensarlo, y se le subió la sangre a la cabeza-Ayer dijiste que no era yo a quien buscabas... y ¿cómo dices, que sólo yo puedo verte...?
    Él siguió caminando hasta llegar al otro extremo del kiosco, y bajó por las escaleras sin responder aún. Emili lo siguió, como si estuviera hipnotizada. 
    -He pensado que quizá puedes verme por que tienes la Visión- le respondió sin dejar de caminar. Se adentraban por un estrecho sendero que se perdía entre los árboles- Y te buscaba por eso mismo- le dirigió una rápida mirada- Pareces una persona curiosa, tanto por que puedes verme como por que te sientas sola a leer...
    Emili se tuvo que apresurar por el camino empedrado. La voz del muchacho era apenas un murmullo a aquella distancia; a pesar de que él caminaba, avanzaba más rápido que ella, que trotaba para poder oir su voz.
   -¿Cómo que "tengo la Visión"?
    El joven dobló a la derecha y saltó la cerca que los dividía del césped, para llegar al otro lado del jardín.
    -La Visión es el don que tienen algunos mundanos y que les concede el poder ver a seres como yo- explicó él, dándole la espalda para andar entre los rosales.
    -¿Y eso es malo?- Emili se sentía cada vez más curiosa. Se recargó en la cerca de madera que él había brincado. Se le tenía prohibido cruzar hacia el otro lado y pisar el pasto- Que tenga la "Visión", quiero decir.
    El muchacho se detuvo de repente, cerca de ella. Su voz se oía claramente.
    - Yo no diría que sea malo. Puedes verme, ¿no?. Y eso no es para nada malo. Yo diría que tienes suerte, niña.
    Emili frunció los labios. ¡Cómo odiaba que la llamasen niña!
    - Me has llamado antes munde.. mundi.. algo. ¿Qué eres tú?
    - Te he llamado mundana: una humana común. Yo soy néfilim, un cazador de sombras- la sonrisa de el muchacho se ensanchó mientras caminaba un poco más hacia ella- No había conocido a ningún mundano que tuviera la visión. Tan solo había leído sobre ellos, no más. Pero ahora que te conozco...- la miró; los cabellos trenzados, el ceño fruncido de incredulidad, el uniforme arrugado, el libro contra el pecho- debo decir que estoy decepcionado.
    El muchacho ahora estaba frente a ella. Emili pudo ver que era muy alto y delgado. La camisa azul le quedaba suelta en la parte de la cintura, y las mangas arremangadas dejaban al descubierto la piel desnuda de sus manos y antebrazos. Tenía extraños tatuajes curvados hechos con tinta negra.
    -Cuánto lo lamento- le dijo ella-. Pero hace diez minutos ni yo misma me hacía a la idea de que tenía la Visión.
    El joven mostró sus dientes blancos en una sonrisa que ella no pudo evitar devolver.
    -Yo no lo lamentaría- susurró él- Me llamo James Blade.
    - Emili. Emili Brown.
    Una campanada se oyó a lo lejos cuando ambos muchachos estrecharon las manos.
    
   Cuando llegó a casa, Ben aún no estaba. Había pizza fría en el refrigerador, pero no le prestó atención. Subió las escaleras hacia su habitación y cerró la puerta con llave. 
    Su recamara parecía tan normal... La cama tendida, la mesilla de noche con objetos encima (una vela, un par de bocetos a lápiz, un cepillo, papeles viejos), el guardarropa medio vacío y las dos maletas en las que guardaba viejas cosas que solía utilizar en su casa en Nueva York.
    Y sin embargo le parecía extraño todo eso, y fuera de lugar. Era mas bien como si ella no perteneciera ahí.
    Sintió que las piernas se le doblaban, y se dejó caer en la cama, permitiendo que los recuerdos que había tratado de evitar toda la mañana regresaran.
    Recordó al muchacho de cabellos negros observándola sobre el kiosco; no llevaba el uniforme como lo hacían todos los demás. Y era extrañamente... atractivo. Recordó su nombre.
    James.
    La había llamado mundana, y se había llamado así mismo cazador de sombras.
    Le había dicho que tenía la Visión y que por eso lo podía ver. Aquello no le había parecido de la nada ridículo, o increíble. Por el contrario, había sentido como si todo aquello en realidad había tenido que pasar; como si hubiera estado escrito en alguna parte que conocería a ese muchacho, y entonces lo había hecho, y todo estaba bien.
    El muchacho tenía razón; nadie mas que ella en el instituto lo podía ver. Era algo claro, pues nadie le había mantenido la mirada las veces que él había pasado entre ellos, y ninguna chica se había mostrado interesada; ni siquiera lo habían mirado. A menos que todo fuera producto de su imaginación... pero no, todo había sido real.
    Y quedaban más preguntas que ella misma no se podía responder. ¿Quién era James en el instituto? ¿Por qué había ido a ella, si el otro día había dicho que no era la persona que él buscaba? 
   Entonces recordó la charla de Ben por teléfono.


    -¡Ésto ya no es normal!- Wenndy volvió a tomar el teléfono por quinta vez y volvió a marcar el mismo número. 
     Daniell estaba sentado en uno de los sillones de la salita leyendo uno de los viejos libros etiquetados de Bea. A veces Wenn se preguntaba cómo es que hacía su hermano para hacer varias cosas tan complicadas a la vez. En éste caso; leer y escuchar los gritos preocupados de ella.
      - Seguramente le asignaron alguna... misión- dijo él sin despegar los ojos del libro.
     Wenndy colocó el teléfono en la mesa al dejarse claro que nadie iba a contestar.
    -Pero Daniell- su voz ahora era un pacífico susurro, más bien como un murmullo de súplica- hace ya un día desde que se fué...
     -¿Cómo sabes que no la han enviado a Idris?- cuestionó él y se subió los lentes con el dedo, sin ignorar el libro.
     -Y si así fuera, ¿crees que no nos lo haría saber?
    La puerta de la sala se abrió. James entró tranquilamente; sostenía esa medalla de oro entre las manos, y la observaba misteriosamente.
    - Deberías calmar a tu hermana, Daniell- caminó, pasando junto a la muchacha, hasta llegar al ventanal que daba a la calle- Se preocupa demasiado, y el preocuparse demasiado causa enfermedad.
    Wenndy lo observó con incredulidad mientras él colocaba el medallón a la altura de sus ojos para observarlo a contra luz.
    Daniell, que seguía con la vista atenta en las letras, coincidió:
    - James tiene razón, Wenn. Relájate. Sabes tan bien como yo que Beatrice es una mujer de carácter, y es valiente. Ella está bien. No te pongas histérica.
    Wenndy pasó la mirada asesina de James a su hermano, y el rostro se le puso rojo ardiente. Gruñó y salió de la sala dando un portazo. James rió entre dientes.
    - Para ser gemelos, no se parecen en nada.
    Daniell se acomodó los lentes y cambió de página.
    James trató de centrarse en el objeto dorado que sostenía con los dedos. Cerró el ojo izquierdo. Después el derecho, abriendo el derecho, y observó atentamente. La luz del sol proyectaba pequeñas y delgadas rayaduras por todo el contorno del pequeño círculo dorado, que era del tamaño de su dedo pulgar. Se dió la vuelta y se instalo en la silla de roble del escritorio. 
    El medallón parecía una moneda grande. Era completamente redondo y liso por sus dos caras. Era pesado como la plata, y dorado como el oro. Por la cara frontal tenía varias figuritas talladas que lo adornaban delicadamente. 
    Desde el contorno, diminutas estrellas perfectas completaban un círculo alrededor del contorno. Entrelazadas con éstas había más pequeñas estrellas, formando así un patrón de ondas que se hacían pequeñas, envolviendo una A elegante tallada. Por debajo de la letra, minúsculas palabras en latín se curvaban para formar una frase. Quinque vivi in potestatem. Dió la vuelta al medallón, donde se veía una estrella de cinco puntas formada por cinco líneas que se cruzaban unas con otras. Cada punta señalaba un objeto; las sencillas lineas curvas  que era la runa nefilim; un extraño ojo( un óvalo con un pequeño círculo dentro); otra indicaba un círculo torcido con huecos tallados que le hacían parecer una luna; una silueta en forma de gota..¿pero, de agua?; y la última punta señalaba hacia un diminuto triángulo de tres lados iguales. La estrella le recordaba a los pentagramas que se usaban antes para convocar demonios; una línea de cinco puntas, tallada en oro.
     Movió el medallón dorado entre los dedos. Los rayos de sol que se colaban por la ventana arrancaban destellos blancos al objeto mientras James lo movía.
     Miró nuevamente la rase escrita en la cara frontal, y leyó en voz alta: -Quinque vivi in potestatem- y luego tradujo-: El poder en los cinco vivientes.¿Qué significará?
     La runa néfilim, un ojo, una luna, una gota y un triángulo.
     Se preguntó a quién había pertenecido aquel medallón tan extraño y elaborado.


     Emili paseó la mirada disimuladamente por el jardín. Era jueves, razón por la cual el jardín de la escuela se hallaba solitario; por que los de doceavo grado tenían partido en el gimnasio, y media escuela asistía como espectadores. 
     Fue casi un alivio para ella que las bancas del kiosco estuvieran vacías. Era una ventaja si quería terminar por lo menos tres páginas completas del libro. Y por otra parte sentía desilusión.
     No se veía a nadie desde donde estaba sentada. No habían alumnos ni maestros como solían rondar de un pasillo a otro, o por los senderos del enorme jardín. Y por lo tanto, James tampoco andaría por ahí...
     Desilusionada como estaba, abrió el grueso libro por la mitad, tratando de hacer un inútil esfuerzo por mantener el mismo interés.
     -¿Sería muy grosero al preguntarte... si no tienes otra cosa qué hacer?
     Emili alzó la mirada del libro. Esa voz provenía de una alguna parte sobre ella. 
     Y entonces lo vio. 
     Sentado en la barda de piedra del kiosco, recargado en un pilar envuelto en enredaderas; parecía un ángel de cabellos negros bajo la tenue luz del medio día. James hacía girar entre los dedos un pequeño objeto redondo que Emili no pudo identificar.
    -Pero hace unos segundos... tu... no estabas ahí- dijo ella tratando de mantenerse en postura. Cerró el libro y lo abrazó mientras se ponía de pie. 
     - Estaba por ahí- la corrigió el muchacho y la miró, escondiendo el objeto en un puño-. Entonces viniste sola y te seguí- su suave voz tenía el mismo matiz de diversión e indiferencia que el día anterior.
     Emili se acercó más hasta quedar bajo las sombras del kiosco. Tuvo que alzar la cabeza para poder verle la cara.
     - Veo que me sigues- cuchicheó nerviosa.
    - De vez en cuando- James se inclinó sobre el barandal de piedra para observar a la joven con curiosidad. 
    Ella pestañeó un par de veces; había poca luz y tan solo visualizó la delgada línea que proyectaban sus dientes blancos. Iba vestido de negro, y solo se veían tres las manchas blancas que eran su rostro y sus manos entre la oscuridad. El jóven alzó una mano y la llevó hasta su rostro. 
    -Quinque vivi in potestatem- exclamó él y luego bajó la mirada hacia la muchacha- El poder en los cinco vivientes- la miró de una manera extraña, como si esperara a que ella entendiera- ¿Te pertenece?- bajó la mano, mostrando el objeto redondo, del color del oro.
     Emili lo observó por un segundo y lo reconoció en seguida.
     - Sí- tomó el medallón con delicadeza de la mano del muchacho, y lo miró- Creí que lo había perdido para siempre, ¿cómo lo encontraste?
    - Se lo quité a la persona que te lo había robado- robado- Aunque me pareció extraño el no poder localizar a su dueño con ese hechizo; da igual. Quizá se deba a eso mismo de la visión...
    - A ti todo te parece extraño,¿no?- sonrió Emili, a la vez que buscaba la cadena sencilla que colgaba solitaria de su cuello e introducía en ésta el medallón. Sintió un repentino alivio al notar nuevamente el peso del medallón en su pecho. James no había apartado la vista de ella-. Y a mi tú me resultas extraño.
    Se la quedó mirando por un buen rato, recargado en el barandal, por tanto tiempo que ella creyó que se había dormido.
    - Te queda bien- dijo él al fin- Nunca llegué a imaginar que te pertenecía a ti- sus ojos, un par de líneas curvadas hacia abajo; sabía que la miraba- ¿Es de oro? ¿Qué significado tiene la A? 
    Emili rozó con la yema de los dedos la letra que sobresalía junto a las estrellas.
    -Es de plata, está bañado en oro. No se nada sobre la A. Aquellas palabras que pronunciaste...¿ Es lo que tiene escrito?
     Recordó haber leído la frase escrita en latín varias veces, e incluso una vez investigó su traducción, pero no le había importado de todos modos.
     James entrecerró los ojos.
    - El poder en los cinco vivientes- recordó- es curioso. ¿Sabes lo que quiere decir?
    Emili negó firmemente.
    - No. Llevo conmigo el medallón desde que tengo memoria. No recuerdo quién me lo obsequió, y tampoco sé su significado. Pero ha vivido conmigo desde siempre.
    James asintió como si al fin comprendiera todo.
    - De todas formas- continuó ella- te agradezco que me lo hayas devuelto.
    La sonrisa del muchacho se hizo más grande. De un ágil movimiento, saltó el barandal y aterrizó suavemente a su lado.
    - Es un placer para mi- exclamó él haciendo una reverencia- Sería un honor que la señorita Brown me acompañara a dar una vuelta por el Instituto- guiñó un ojo.
    - Para mi sería un placer- Emili se sonrojó al tratar de imitar torpemente el tono cortés de James.
   
     Emprendieron la marcha ; ella con el libro contra el pecho y él con las manos en los bolsillos.
    Dieron media vuelta en silencio junto a las bancas oxidadas. Emili se sintió intimidada ante las miradas que le lanzaba James junto a ella. Jamás alguien la había mirado así.
    - Nefilim- susurró ella cuando se introdujeron en un estrecho camino serpenteante- ¿Hay más nefilim...como tú... en la ciudad?
    Lo miró de reojo. Ahora él miraba fijamente al frente.
    -Cazadores de sombras- su voz era neutra-. Somos pocos los que quedamos. Los hay en todo el mundo. Llevamos la sangre de ángeles desde nacimiento. El ángel Raziel. Nuestros padres son iguales a nosotros, y nuestros bisabuelos; es natural.
     -Quieres decir que aquí, en Southampton, hay más como tú. Más cazadores...- lo dijo como una afirmación.
    -No los hay. Somos los únicos en la ciudad. La actividad demoníaca podría estar en todas partes. Los monstruos entran por las salvaguardas (del mundo subterráneo), que son pocas. Los demonios podrían estar en todas partes, aunque no se ha sabido de alguno en años. Pero los néfilim están extintos.
      - Demonios...- repitió ella- ¿Eres tú...
     -... un demonio?- complementó él, y una burlona carcajada provocó que Emili se volteara para mirarlo- No. Por supuesto que no. Soy un cazador de demonios ¿no lo entiendes?. Vaya, supongo que no. Somos néfilim; existimos para acabar con los demonios que se introducen en el mundo de los humanos, en tu mundo.
    "Eso puede que explique algo" pesó Emili, y tuvo que acelerar el paso para alcanzar a James, que al parecer no se daba cuenta cuando la dejaba atrás.
    - Oye, James... mi tío Ben habló por teléfono con un sujeto el otro día... parecía muy preocupado...
    El muchacho pareció confundido, pero mantuvo la vista al frente, sin detenerse.
    - ¿Y?
    - Hablaban de algo que atacaba el museo el martes pasado; que era algo que andaba en grupos... y encontré un trapo con sangre tiempo después que Ben había arrojado a la basura. Un trapo con mucha sangre. Mucha- notó como él fruncpia el ceño. No se estaba explicando bien- ... bueno, después creí que ... tú... los cazadores de sombras lo habrían atacado...
    James relajó su postura, abriendo los ojos.
   - No, Emili- su voz se tornó divertida como antes- Es imposible. No atacamos a los mundanos. Va contra la ley. Habrás malentendido su conversación. 
     - Sí- suspiró ella- ...quizá.
    Sobre ellos se escuchó la campanada del medio día. Hora de ir a clase. James se volteó para quedar de frente a ella, y la miró a los ojos.
    Por primera vez desde que lo había conocido, Emili descubrió su color.
    Eran grises, del color del cielo de Inglaterra. Un gris sólido y duro. Pero no fue eso lo que llamó más su atención. Sus ojos almendrados, entrecerrados ligeramente cuando la veía, parecían tristes. Como si no quisiera ver por completo mucho tiempo. 
    -¿Te molestaría que entrara a clase contigo?
    Emili retrocedió un paso.
    -¿Qué? No puedes entrar ahí conmigo. No eres un alumno, no usas uniforme, y cuando ellos te vean...
    La risa de James era como un suave tamborileo sobre el agua.
    
   Aquella mañana en la escuela parecía demasiado... irreal.
   James la había seguido hasta la entrada del salón de música y se había recostado contra la pared toda la clase, mirándola. Nadie lo veía. Nadie más que ella.
    Pasó las clases pensando que parecía un ángel. Y la seguía a todas las clases en pleno silencio, como si fuese otro alumno; el más guapo y caballeroso.
    Al final del día, el muchacho la acompañó hasta la salida y permaneció ahí.
   -Esperaré hasta mañana- dijo él, y entonces desapareció entre la multitud.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cinco Angeles- Capítulo 1 por: Sofi M

Capítulo 1
Algo Misterioso
    Emili Brown entró a la oficina de correos con un sobre en una mano y una bolsa de compras en la otra.
     Escribía a sus padres por lo menos cada quince días, o de vez en cuando, cuando se presentaba una ocación interesante; como el Gran Baile de la ciudad o alguna noticia sobre el tío Ben. Extrañaba a sus padres, lo admitía, pero se había dicho a si misma que el mudarse con Ben le daría un poco de libertad, independencia, y sobre todo, confiaza hacia el mundo exterior.
     La gente se acumulaba frente a un gran escritorio de madera pulida al fondo de la oficina; gente normal. Una anicana decaída sujetaba un bastón de hierro mientras metía un sobre por la abertura de entrega; un hombre firmaba una hoja arrugada sobre una mesa mientras que uno de sus dos hijos despegaba juguetonamente las estampillas del escritorio sin que alguien lo notara. Cuando llegó su turno, Emili sintió como la abandonaba esa sensación que la envolvía antes de dejar la carta; la nostalgia de no poder decir a su familia aquellas palabras, el reproche de no poder hacer una llamada, el alivio al pensar que ellos leerían otra vez: "Todo va grandioso, familia. Los quiero".  Pegó las estampillas pasandolas una sola vez por su lengua y metió el sobre por la abertura de entrega del gran escritorio de madera.
    Lleva viviendo en Southampton poco menos de un año, en casa del tío Ben; su único y adorado pariente lejano. Su madre había hecho la propuesta cuando ella había cumplido los catorce años, viéndola como una oportunidad de estudiar el bachillerato en una escuela de "calidad" y buscar grandes oportunidades en el Reino Unido. Por supuesto que Emili había aceptado a la primera. En parte por que se sentía una muchacha ya, y en parte por que añoraba ver por primera vez a su tío. Llegó a Londres al poco tiempo de haber cumplido los quince años; con un montón de maletas y unas ganas incontenibles de explorar el mundo. La primera impresión que se llevó de Ben fué algo que no se imaginaba. Lo miró como un hombre de negocios, con mucho trabajo y poco tiempo para pasar con ella, en vez del tío divertido y cariñoso que siempre había guardado en su mente. Aún así, pasados varios meses, se había acostumbrado de una manera sorprendente a la forma de vida que llevaba Ben. 
    También había hecho amistades, claro. Maggali, una chica rubia y alocada que vivía a orillas del Támesis, en una casita entre un puente y un gran edificio. Magg la había aceptado con tanta naturalidad que en los primeros dias de su amistad Emili había pensado que sólo lo hacía por quedar bien o por ser cortés.
    Magg la esperaba en las escaleras de entrada de su casa, escuchando música atravez de unos auriculares fosforescentes que más bien parecían orejeras e iban conectados a la portátil que sostenia en equilibrio sobre las piernas. 
    -¡Hey, Em!- la saludó desde arriba con la mano.
    Emili subió las escaleras y le tendió la bolsa de compras; contenida por un par de latas de refresco y varios CDs.
    - Los has traído- exclamó Magg abriendo la bolsa con emosión.
    - Claro.
    Ben al parecer era alergico a los medios de comunicación, o quiza a la tecnología. El hombre no contaba en casa ni con un televisor para ver las noticias en la mañana ni con un computador. Maggali había ofrecido su portátil y cada tarde Emili iba a su casa y se sentaban en el borde de las escaleras para hacer las tareas del Insti. Magg había aceptado que le pagase  con CocaCola, CDs de musica y revistas.   
    - Gracias de nuevo por dejarme usar el Internet de tu casa- dijo Emili con voz amable.
    - No hay problema-  en la voz de Maggali se oían las burbujas de refresco al beber-. Ven siempre que quieras. De todas formas, mi mamá siempre cree que te ayudo con la tarea, lo cual es imposible por que yo misma no hago la mía.
    Emili medio sonrió mientras tecleaba letras con sus delgados dedos.
    - La verdad es que Ben jamás cumple lo que dice. Lleva desde hace dos meses diciendo que comprará un monitor y nunca lo hace. La verdad es que es demasiado ocurrente y algo sobreprotector. Simplemente no sé qué le pasa...
    Maggali dió un ruidoso sorbo al refresco sin despegar la vista de una revista.
    - Es la edad, chica. Solo ignóralo, y no es tu culpa; nos dejan la misma tarea desde noveno grado, estoy segura. La verdad es que yo tampoco comprendo mucho a los profesores...
    Y Emili dejó de escucharla. Quería a Maggali, por supuesto. La quería como se le puede querer a una molesta compañera de clases, pero cuando no paraba de hablar, su voz fina y femenina se transformaba en un molesto chillido agudo que le picaba en los oídos.
    
    -¡No puedo creer que lo hicieras otra vez!
    Wenndy sacudía la cabeza renéticamente y caminaba de un lado a otro con preocupación. James la observaba divertido, tumbado en un sillón de su habitación. Sentía tres largos rasguños en la parte derecha del rostro , y tenía los cabellos enmarañados y mugrientos, embarrados de sangre seca. Al igual que gran parte de la cara y la camisa blanca. Jugaba con indiferencia con un objeto dorado que sostenía en ambas manos. Wenndy resopló.
    -¿Qué pasó ésta vez?- preguntó en un tono más tranquilo.
    - Vamos, Wenn, lo dices como si ésto fuera muy a diario en mí- el tono burlón y despreocupado del muchacho hizo que la chica se enadara aún más-. Ésta vez fue un licántropo, ¿contenta?- explicó sin borrar la sonrisa de su rostro-. Escondía ésto- le mostró el objeto dorado que sostenía en las manos.
    Wenndy se acercó para poder verlo mejor. Se trataba de un medallón de oro con una extrala insignia tallada en la cara frontal. La muchacha parecía confundida mientras le arrebataba el medallón y lo examinaba en sus manos.
    -Lo robó- continuó James-. Y verás, mi querida Wenn, robar es un delito...
    - ¿Y nadie te ha dicho que matar lo es también?- Wenndy le devolvió el medallón y se giró para llegar a una mesilla con varios materiales de curación.
    - Lo sé- respondió el muchacho y se metió el medallón en el bolsillo de la camisa - Pero ese licántropo me debía mucho. Ahora estamos a mano.
    Wenndy sacudió la cabeza con incredulidad y se volvió al muchacho con una gasa limpia en una mano y un oloroso líquido en un frasco en la otra. Vació un poco de líquido en la gasa  y la pasó por las heridas en el rostro de James. Éste gruñó de dolor, pero no protestó.
    - Voy a devolver el medallón a su dueño original- dijo él, haciendo una mueca de disgusto. El líquido le quemaba ahi donde el lobo le había rasguñado-. Te conozco, Wenn, así que por favor no trates de detenerme... o de ponerte histérica... ¡Aghh!
    James se retorció en el sillón, apartando a la chica de un empujón. 
    - Es tu culpa- le reprochó ella y se volvió para lanzar la gasa llena de sangre a la basura. Cuando regresó con el chico, sacó su estela del bolsillo y comenzó a dibujarle un iratze en la mejilla.
    James sabía que era su culpa, pero no le gustaba verlo de esa manera. De vez en cuando se escapaba de casa y se colaba en el mundo subterráneo, sólo por diversión. Le gustaba asustar a las hadas, molestar a los hijos de la noche y salir con las licántropas de los bares de la ciudad. Wenndy sabía todo aquello, y sin embargo lo ignoraba. Sabía que no podía cambiar la forma de ser de James y prefería tomárselo con serenidad. Ella era su cómplice cuando llegaba a casa sangrado, herido, molesto. Y lo ocultaba a Beatrice, o a cualquiera que sospechara algo.
    Así que cuando James le agradeció y salió por la ventanilla abierta hacia la calle, Wenndy no dijo nada.

    La mañana llegó a la ciudad como siempre. Puntual, nueva. El cielo estaba cubierto de nubes grises cargadas de agua y el aire tenía ese sabor otoñal de Inglaterra.
    Emili abrió la ventana de su habitación de par en par y sintió la fresca brisa llegada desde el Támesis rociándole la cara.
    Era temprano. Acababan de dar las seis cuando bajó de su habitación dando brincos hacia la cocina. Un olor ahumado la embriagó de repente. Emili se sorprendió. Ben estaba parado frente a la estufa sosteniendo en una cazuela algo que parecia quemado y pegajoso. 
    - Ben, ¿qué rayos haces?
    El hombre se sobresaltó al oir su voz. Seguramente no la había oido entrar.
    - Estofado- carraspeó él.
    Emili soltó una carcajada chillona y fué a sentarse a una silla.
    - Pues no tengo hambre, tío- exclamó en tono de broma.
    Ben le dirigió una mirada de desaprobación y después se encogió de hombros. 
    - Como quieras- dijo mientras ponía un par de platos a la mesa y vaciaba la cosa pegajosa en ellos-.  De todas maneras, es mi casa. Y puedo hacerme de comer cuando quiera... 
    - Tranquilo, Ben. No te enojes, solo era broma. 
    Ben sirvió agua en dos vasos y le tendió uno a su sobrina junto con un plato.
   - Entonces come- le ofreció con una media sonrisa antes de acomodarse en una silla frente a ella.
    Emili dió un mordisco a la cosa quemada y pegajosa que tenía en frente. No estaba mal, en realidad. Tan solo un poquito quemado y ya, pero conservaba el sabor salado de la carne. 
    Recordó a Maggali diciendo que el comportamiento de Ben, algo torpe y protector, se debía a la edad...¿Cuántos años tendría Ben? Treinta y tantos, cuarenta y pocos.. No era viejo, ni por su aspecto, ni por su actitud. Era alto y delgado, con una piel canela y arrugada ahí donde las comisuras de sus labios se curvaban cuando sonreía y en su frente cuando se molestaba. El poco cabello liso que le quedaba era de un café oscuro, por lo que las canas eran más notorias que si fuese rubio o castaño claro. Sus ojos le recordaban a su madre, a Clarice. Tenían los mismos ojos almendrados y amistosos. Y acuerdo a la actitud, era comprensivo, maduro y responsable. Algo despistado y tímido a veces. Emili llegó a preguntarse alguna vez por las novias que había tenido, si es que habia tenido. Ya que tiempo atrás había sido muy guapo.

   El Instituto de Southampton era una construcción enorme. De extensión de toda una manzana, contaba con un dos pisos y la planta baja, que eran los salones de los más de  cuatrocientos estudiantes. Al centro del Instituto se alzaba un kiosco de piedra, estilo bohemio, rodeado por bancas de hierro y cuatro fuentes con base de flor, llenas de agua verdosa y enlamada. Todo eso se encontraba en el jardín; las lilas y los rosales adornaban el césped húmedo,  señalado con letreros de "no pise el pasto" o " no tires basura". En ellos zigzagueaban como serpientes una serie de senderos, que se perdían entre los enormes sauces que tapaban la poca luz del sol, por donde andaban los alumnos durante el receso. 
    A Emili todo aquello le parecía hermoso. Era una de las razones por las que amaba asistir al Instituto. Le parecía una especie de iglesia gótica del siglo XIX; con lo enorme que era y lo oscuros que parecian los pasillos. Pero en realidad había sido tiempo atrás una vieja casona para una familia de clase alta del siglo pasado. Lo cual explicaba lo del kiosco y el arreglado jardín. 
    Justo pensaba en eso mientras caminaba rumbo al laboratorio. Sus botas escolares de tacón bajo hacían crujir las hojas secas que soltaban los sauces marchitos. Alzó la barbilla hacia el cielo gris; seguramente no tardaría en lloviznar.
  
   Era fácil colarse en casas de mundanos. No se necesitaba más que un simple hechizo de localización, que había estudiado años atrás en uno de los libros de magia en casa de Bea, para en buscar al dueño de el medallón. El hechizo lo había guiado por la parte norte de la ciudad; jalándolo primero a una biblioteca, al aeropuerto, a una pequeña casita de dos pisos, y luego a otra cerca del támesis, junto a un puente, por lo que creyó que el dueño debería estar en constante movimiento. Iba saliendo del último lugar indicado cuando el hechizo lo hizo cambiar de dirección. Lo guió por las calles traficadas del centro, abarrotadas de seres. Pasó junto a la gente sin llamar la atención. Se felicitó a si mismo por haberse puesto un glamour, pues la gente creería loco a cualquier chico que caminara manteniendo una moneda frente a él, como si fuera una brújula, y cambiara bruscamente su caminar de ir al rente, y luego doblar repentinamente a la derecha.
    Hasta que por fin lo vió.
    Era enorme y anticuado. Las torres se alzaban en frente de él, cubiertas con amplios ventanales y banderas con escudos que ondeaban con el aire. La entrada estaba dividida a la calle por un extenso portal de hierro negro. Escaló el portal sin problema y apareció en la entrada de aquel edificio magnífico. 
    Había oído del Instituto de Southampton, claro, e incluso había estudiado algo de su historia. Pero jamás lo había visitado.
    Tenía el aspecto de una iglesia en la entrada; con baldosas cubriendo una parte del césped, formando un amplio sendero que conducía a la entrada principal, que se alzaba gigantesca. 
    La puerta estaba entreabierta; James entró usando aún el glamour y el hechizo de localización. Aún así, se mantuvo alerta por si algún mundano daba sintomas de poder verlo.
    Dentro, el golf del Instituto era un rectángulo de cuatro paredes. A la izquierda estaban las oficinas, econdidas dentro de un pasillo bien iluminado. A la derecha estaba una sala elegante done esperaban un par de estudiantes y unos cinco adultos. James los miró con fijeza, pero ellos no notaban su presencia. 
    Al otro lado estaban lo que parecían salones. James cruzó hacia ellos manteniendo en alto el medallón dorado. Éste lo quió derecho. Pasó junto a los salones, hasta llegar al último salón de aquel pasillo, que se dividió en dos. Caminó por el que doblaba a la derecha, que era más amplio y largo. A su derecha estaban clavadas las puertas cerradas de lo que debían ser más  salones. Y a su lado izquierdo se encontraba un extenso jardín de lilas y rosas, y fuentes enlamadas con base de flor. Era un jardín puede que del tamaño de la Gran Plaza; solo que éste contaba con florales bien cuidados y grandes árboles que tapaban los pocos rayos de sol y hacían que todo pareciera más oscuro y misterioso. Se escuchó a lo lejos una campanada y de repente había una multitud de alumnos mundanos saliendo de los salones al jardín. Pasaron junto a James sin mirarlo, sin sentir su presencia mientras él observaba con admiración. Las chicas iban vestidas con faldas grises, camisa blanca y chaleco y suéter de lana, del mismo color triste de las faldas. Algunas llevaban el largo cabello sujeto con listones blancos, otras lo mantenían en su lugar con boinas envinadas. Los muchachos usaban chaleco, camiseta, pantalón, y corbata. Todos con el mismo color tristón. James no se dió cuenta de que estaba sonriendo hasta que le dolieron las mejillas. Recordó cuánto le gustaban los mundis.
    Se encaminó por los senderos del jardín, dejándose llevar por el aroma de las flores y el césped húmedo, con las manos en los bolsillos. Caminó despreocupadamente por un sendero empedrado que conducía a un pequeño kiosco de plaza. Subió por sus escaleras de piedra, mojadas y enlamadas por la lluvia otoñal. Caminó hasta llegar a la fachada del kiosco para recargarse en la barandilla.
    Era un hermoso panorama: el jardín extendiéndose hasta la infinidad, los cedros tapando el cielo como una red de hojas y ramas; los humanos paseando bajo las sombras de los árboles; iluminados por los rayos de nítida luz que entraban entre los árboles... Y entonces la vió. 
    Era una chica... no, era una niña, y no más. Estaba sentada en una de las bancas de hierro oxidado que rodeaban el kiosco donde él descansaba. La niña sostenía en su regazo un grueso libro sin portada y lo leía sin piedad. James sacó el medallón del bolsillo y se encaminó hacia ella... pero no, no era quien él buscaba. 
    Y cuando se volvió para verla, se topó con un par de ojos verdes divertidos, que lo miraban... o miraban a través de él.
     -¿ Disculpa?- habló la chica, haciéndo a un lado el libro sin despegar los ojos de la mirada de James. 
    El muchacho estaba confundido. Ella... lo podía ver... pero era una mundana, una simple mundana....
    - ¿Sí?- dijo él, seguro de que ella lo veía.
    La joven se encogió de hombros.
   -¿Qué quieres?- tenía una voz dulce y fuerte.
    - Creí... que eras la persona que buscaba- le respondió de la manera más educada posible.
    La muchacha dirigió una mirada sospechosa detrás de él y luego regresó.
    -Perdón- le dijo- no nos conocemos.
    - Lo sé- dijo James con una sonrisa y se guardó el medallón en el bolsillo- Disculpa.
    Dió media vuelta, sintiendo la mirada curiosa de la niña clavada en su espalda. Pero cuando regresó al kiosco, ella ya seguía absorta en su libro.
    James pasó la siguiente media hora observando a la muchacha, esperanzado de que ella lo volviera a mirar, pero ella no despegaba la mirada del libro. Y cuando los alumnos volvieron a clase, se dispuso a seguirla. Y no se hubiera detenido de no ser por que una sombra entre los arbustos llamó su atención. 
    James dió media vuelta para encararse a lo que se ocultaba en la oscuridad. Posó la mano derecha sobre el cuchillo serafín que llevaba en el cinturón, preparado..   
    Y de repente se encontraba luchando contra una espada, blandiendo el cuchillo que él ocultaba en el pantalón contra la espada que parecía entre los arbustos. Entonces el cuchillo salió disparado y se estrelló en el césped húmedo. Le temblaron las manos. Y escuchó una risa grotesca, una risa masculina y familiar...
    -¿Daniell? 
    La risa se acrecentó hasta convertirse en una carcajada mientras que de las sombras aparecía un muchacho alto y delgado. Sus cabellos dorados rebotaban mientras movía la cabeza.
    - ¡James, amigo!¿Qué, creías que no iba a venir?
    A James se le subió la furia a la cabeza.
    - Pues digamos que tu fantástica entrada me tomó por sorpresa- respondió el muchacho mientras tomaba la daga del suelo- ¿Cuándo llegaste? Creí que no vendrías hasta dentro de otra semana y...¿cómo me encontraste? ¿Te contó a caso...-su voz se apago cuando estuvo a punto de pronunciar el nombre de Wenndy.
     -¡Nadie me ha contado nada!- continuó Daniell, sin parar de reir-. Justo iba trepando las azoteas rumbo a casa cuando te vi... ¡Debiste ver tu cara cuando te ataqué!
     Ignorándolo, James dió media vuelta y se dirigió hacia la salida del Instituto, sintiendo la compañía de su compañero pisándole los talones.


    La casa de Beatrice tenía ese aroma a comida proveniente de la cocina. Daniell usó su estela para abrir el cerrojo de la puerta de entrada. 
    Como siempre, en casa todo estaba ordenado y limpio. Beatrice tenía un gusto gótico y rústico en la decoración. La salita de entrada olía a incienso. 
    Los dos muchachos entraron a la cocina. Wenndy cocinaba con el cabello rizado atado y un delantal rosado . Se volvió al oir entrar a los chicos en la habitación.
     -¡Daniell!- gritó al ver a su hermano en la cocina y se hechó a correr hacia él. Daniell la abrazó sin soltarla por un minuto.
    -Si, hola- dijo James teatralmente. Los esquivó mientras se dirigía a inspeccionar el refrigerador.
     Había pasado casi un mes desde la última vez que Wenndy había visto a su hermano.
    -¿Dónde está Beatrice?- preguntó Daniell al tiempo que dejaba a Wenn en el suelo y ésta volvía a cocinar.
     - Salió un momento- respondió la chica- Una llamada de la Clave. No tardará.
    James asotó la puerta del refrigerador con un gesto amargado y fué a sentarse a la mesa. Daniell lo siguió.
    - Seguro que no- confirmó James- La clave no ha tenido una misión importante desde hace más de.. ¿cuánto? ¡tres años! ¿Por qué la llamarían entonces?
    - Quizá por que es la institutriz de los únicos cazadores de sombras en Gran Bretaña...- aventuró Daniell.
    Wenndy se encogió de hombros mientras servía la comida a su hermano.
    - No lo sé, pero hoy cociné pastel de carne- anunció- De haber sabido que vendrías, habría cocinado algo mejor...
  - Calla, Wenn- la interrumpió Daniell mientras daba un mordisco al pastel-. Estoy hambriento.
     James tenía la vista puesta en el medallón que sostenía en ambas manos. Wenndy se inclinó para extenderle un plato.
    -¿Encontraste al dueño de esa cosa?- preguntó cuando James se lo guardaba en el pantalón.
    - No- respondió él-. Creo que me lo voy a quedar- tomó un bocado del pastel de Wenndy, quien se acomodó junto a su hermano para comer- ¿Qué tal está Idris, Daniell?- preguntó, como queriendo evadir el tema.
    - Tranquilo- Daniell se llevó a la boca el último pedazo- Llegué a tiempo para la elección del nuevo inquisidor; son muy pocos ahora en realidad... los que habitan ahí. Nada nuevo, en realidad.
    Daniell se levantó y enjuagó su plato en el lavadero. Después se volvió y besó la coronilla de su hermana.
    - Me voy a dar una ducha- anunció de espaldas mientras salía por la puerta.
    Cuando estuvieron solos, Wenndy le dirigió una mirada asesina a James, quien la miró confundido.


    Emili adoraba la tarde después de la escuela. Ben no estaba en casa y ella se hacía de comer. Su tío trabajaba en un edificio cerca del Támesis; Emili no sabía muy bien a qué se dedicaba, lo único que tenía en mente era el número y la dirección de su oficina.
    Así que cuando llegó a su habitación, lo primero que hizo fue tumbarse en la cama. La lluvia traqueteaba en la ventanilla como pequeñas piedrillas golpeando el cristal. Faltaban casi dos horas para que se reuniera con Maggali en la biblioteca. Ben volvería a casa en menos de una hora. Tenía que ducharse rápido si quería estar lista a las seis para verse con su amiga... Pero no siguió pensando, por que en ese momento se quedó dormida.
    La despertó un chillido suave proveniente de la planta baja. Atontada, se puso en pie y salió tambaleante de la habitación. El sonido se iba haciendo más claro y fuerte conforme bajaba las escaleras; los tacones sonando ruidosamente en la madera.
    El sonido, proveniente de la cocina, se trataba de la voz de Ben hablando con alguien. Emili comenzó a marearse. ¿Tanto se había dormido? Silenciosamente se colocó junto a la pared, al lado de la puerta de la cocina. 
    - No eran muchos...- decía Ben, pero nadie respondió. Quizá hablaba por teléfono-... cerca del museo... ajá... No, no creo que sea necesario avisarle a ella... tan solo mantén atentos a tus muchachos... sí, también lo estaré yo... Gracias, Joel... Adiós-. Y se escuchó el sonido del teléono al colgar.
    Emili respiró hondo. ¿No eran muchos? ¿Mantenerse alerta? ¿Qué había pasado? Pestañeó para volver en sí y entró a la cocina con indiferencia.
    Ben estaba recargado en el lavamanos con un trapo sucio en las manos. Se movía frenéticamente; al parecer lavaba el trapo en el lavadero, sin darse cuenta de que ella había entrado en la cocina. Emili estuvo varios segundos frente a la mesa, mirando a Ben. ¿Qué debía hacer? Preguntar... ¿Qué ha pasado, tío? ¿Estás bien? ¿Qué haces con eso? ¿Con quién hablabas?. Y mientras se preguntaba todo aquello, Ben se volvió y la miró sorprendido, ocultando la tela mojada entre las manos. 
    - Emili, no te oí entrar...- la examinó de pies a cabeza. Aún llevaba el uniforme y su cabello se había soltado de las trenzas- Creí que ibas a salir con Maggali.
    Emili sacudió la cabeza para entrar en razón. 
    - Perdí la noción del tiempo- masculló, frunciendo el ceño. El reloj de la cocina marcaba las cinco con cuarenta- ¿Qué haces?
    Ben se miró las manos mojadas, apretó el trapo, tapándolo de vista.
    - Limpiaba la mesa.
    Emili se lo quedó mientras arrojaba la tela sucia a la basura y se volvía para quitar de la mesa un par de platos.
    - ¿Ya has comido? - preguntó Ben al tiempo que abría las puertas de la alacena de par en par.
    A Emili le disgustaba que Ben le mintiera. Lo había hecho una que otra vez cuando no quería que ella saliera a la calle de noche, o cuando iba a recogerla al Insti después de clases ,fingiendo que por casualidad había pasado por ahí después del trabajo, sólo por que temía que le pasara algo si ella regresaba sola a casa. Pero ésta vez era extraño. Había algo en el tono de voz de su tío que le decía que estaba mintiendo. 
    - ¿Con quién hablabas?- preguntó ella, y fué a sentarse al comedor en un gesto de impaciencia.
    Ben se sobresaltó al oir esa pregunta. Dejó caer el vaso de plástico que había tomado de la alacena y éste se estrelló contra el suelo estrepitosamente.
    - Creí que estabas dormida- la acusó él mientras se agachaba para tomar el vas del suelo.
    - Lo estaba, pero tu voz me despertó. ¿Todo... todo está bien?
    Ben ladeó la cabeza hacia la muchacha, mas no la miró.
    - Oh, si. Hablaba con Joel...- la voz del hombre sonaba firme, al igual que sus manos al servir agua en el vaso. Pero su rostro reflejaba inseguridad. Un problema en la... oficina. No hay que preocuparse, niña.
    Ben metió una mano en el bolsillo a la vez que se tomaba toda el agua despreocupadamente.
    - Me voy a duchar. Se supone que me reúno con Maggali a las seis..- dijo la chica, dirigiendo una mirada vaga al reloj de la pared.
    - Por supuesto- Ben se acercó y colocó el vaso en la mesa. Alzó las manos, como queriendo tocar el rostro de la chica- Vuelve antes de las nueve, y no salgas de los límites de la ciudad, por tu bien- ordenó, pellizcándole animadamente una mejilla.
   A Emili le pareció que las manos de Ben desprendían un resplandor azul.
  
   La tarde con Maggali pasó tranquila y ajena a todo. Pasearon por la plaza, compraron un helado antes de visitar la biblioteca (uno de sus lugares favoritos en la ciudad). Y a pesar de todo, Emili no dejaba de preocuparle Ben. Le había mentido, estaba segura. ¿Por qué?. O quizá era cierto que hablaba con algún compañero de trabajo y que a ella no debía importarle en absoluto.
    Antes de las nueve llegó a casa. Estaba sola. En la estufa había algo calentándose; agua hirviendo. Emili encontró entonces una nota de Ben en el refrigerador.
    "Salí por leche. No apagues la llama de la estufa"
  Arrancó la nota y la rompió en pedacitos, temiendo lo que tenía en mente... y definitivamente, había dos botellas enteras de leche en el refrigerador. Arrojó los pedazos de papel a la basura, cayendo sobre el trapo sucio que Ben lavaba en la tarde. Temerosa, se inclino y tomó la tela por un extremo. Aún estaba húmeda, sintió, mientras la alzaba para poder verla bien...
    ...y enseguida la soltó, ahoganso un grito de repugnancia y horror por que aquél trapo estaba totalmente cubierto de sangre.